El año pasado estuve viendo y disfrutando una maravillosa película de Akira Kurosawa que llevaba por título “Los siete samuráis”. Hoy he retomado el tema, y a esa idea amplia que tenemos del samurái le he sumado otros dos conceptos básicos que pueden complementar la idea de la película que vi anoche y que llevaba por título: Hara-Kiri: La muerte del samuráis Hara-Kiri: Death of a Samurai , o lo que es lo mismo Ichimei . Uno es Hara – Kiri y el otro es Rōnin.
Yo creo que todos tenemos en la cabeza lo que es un Haraquiri ( así lo propone la DRAE), sin embargo, por lo que he leído es mucho más que eso. El harakiri, haraquiri o hara-kiri , y que literalmente significa «corte del vientre» es el suicidio ritual japonés por desentrañamiento. No obstante el idioma japonés se prefiere el término seppuku, puesto que la palabra harakiri se considera vulgar.
El harakiri era una práctica común entre los samuráis, que consideraban su vida como una entrega al honor (subrayo los del honor, pues en la película juega un peso absoluto) de morir gloriosamente. Por eso, antes de ver su vida deshonrada (volvemos al honor, y a la falta de éste) por un delito o falta, recurrían con este acto a darse muerte. El harakiri era una parte clave del bushidō, el código de los guerreros samurái. El acto podía ser voluntario, usado por los guerreros para evitar caer en manos del enemigo o para expiar un fallo al código del honor, u obligatorio, por mandato de un señor feudal (daimyō), shōgun o tribunal en caso de que un samurái cometiera un delito de asesinato, robo, corrupción, etc. En tal caso, lo habitual era poner al acusado bajo la custodia de un daimyō de confianza, concediéndosele un plazo para la consumación del harakiri. De no producirse, el reo era automáticamente ejecutado.
Previamente a ejecutar el harakiri, había toda una ceremonia en la que uno se vestía con sus mejores galas, se bebía sake y se componía un último poema de despedida (zeppitsu o yuigon), casi siempre sobre el dorso del tessen o abanico de guerra. En el fatídico momento, el practicante se situaba de rodillas en la posición seiza, se abría el kimono —habitualmente de color blanco—, se metía las mangas del kimono bajo las rodillas —para impedir que su cuerpo cayera indecorosamente hacia atrás al sobrevenirle la muerte—, y se envolvía cuidadosamente la hoja del tantō (daga de unos 20-30 cm) en papel de arroz —puesto que morir con las manos cubiertas de sangre era considerado deshonroso—, y procedía a clavarse la daga en el abdomen.
El ritual completo consistía en clavarse el tantō por el lado izquierdo con el filo hacia la derecha, cortar hacia la derecha firmemente y volver al centro para terminar con un corte vertical hasta casi el esternón. Pero, naturalmente, esto resultaba demasiado doloroso e , incluso, largo. Puesto que ni el practicante de harakiri quería sufrir tanto, ni al público le apetecía contemplar ese macabro espectáculo, se ponía a disposición del practicante un ayudante en el suicidio, kaishaku en japonés. Este kaishaku era a menudo seleccionado para tal fin por el propio condenado. Numerosas veces era un amigo o un familiar, o como ocurre en la película alguien designado por el que preside la ceremonia. Su misión era permanecer de pie al lado del practicante y decapitarlo en el momento apropiado. Este viene a ser el primer concepto, que si bien es conocido, no está de más recordarlo dado lo que vemos en la película.
Junto con la idea de Hara – Kiri tenemos el concepto de Rōnin. Este era un samurái sin amo. Esto podía ser debido a la ruina o la caída de éste, o a que había perdido su favor. El rōnin (literalmente "hombre ola" – un hombre errante como una ola en el mar) o el hijo o hija de un rōnin también era rōnin como le ocurre en la película a los jóvenes Motome y Miho. A menudo el rōnin por nacimiento soñaba con demostrar su valía para poder jurar lealtad con un clan, convirtiéndose así en un verdadero y auténtico samuráis eso y siempre que no hubiese perdido su honor y dignidad.
Tras estas ideas básicas sobre el bushidō y sus seguidores podemos empezar a comentar Hara-Kiri: Death of a Samurai ( Ichimei) una película japonesa del año 2011, y que fue dirigida por Takashi Miike.
Se trata de una película tremendamente dramática y que se rodó en 3D, aunque yo la he visto en 2D.
Fue producida por Jeremy Thomas y Toshiaki Nakazawa, quien trabajó anteriormente con Miike en 2010 en una película de la que he leído algo, 13 Asesinos. Además participan Toichiro Shiraishi, Shingo Sekine, Toru Hattori, Kensuke Zushi, Yasushi Uchida, Shinjiro Yokoyama, Misako Saka, Sigeji Maeda. La producción estuvo a cargo de todo un conjunto de empresas tales como Recorded Picture Company (RPC), Sedic International, Shochiku Company ,Amuse Soft Entertainment, The Asahi Shimbun Newspaper, Dentsu, Kodansha, OLM, Yahoo Japan, Yamanashi Broadcasting System y Yamanashi Nichinichi Shimbun. La película fue distribuida en Japón por Shochiku, mientras que en España lo hizo Avalon en agosto de 2012.
La película es un remake en 3D de la película de 1962 y de título Harakiri de Masaki Kobayashi. El ahora director, un prolífico Takashi Miike, contó con el guión de Kikumi Yamagishi basándose en la novela de Yasukiho Takiguchi, la fotografía de Nobuyasu Kita y el montaje de Kenji Yamashita. El diseño de producción fue de Yuji Hayashida, mientras que el sonido estuvo a cargo de Jun Nakamura. El vestuario, pieza esencial en una película japonesa, fue de Kazuko Kurosawa. Un espacio especial dejo para el compositor Ryuichi Sakamoto que creó la partitura original.
El elenco de interpretes está formado por Ebizo Ichikawa (o Ichikawa Ebizō XI) como Hanshiro Tsugumo, Eita como Motome Chijiiwa, Kōji Yakusho como Kageyu Saito, Hikari Mitsushima como Miho. Además participan Naoto Takenaka, Munetaka Aoki, Kazuki Namioka, Hirofumi Arai, Ayumu Saitô, Goro Daimon, Takashi Sasano, Takehiro Hira, Baijaku Nakamura, Ippei Takahashi y Yoshihisa Amano.
Estamos en el Japón feudal del siglo XVII, donde muchos samurais sin señor (ronin) buscan algún clan donde sacrificarse mediante el ritual del seppuku en busca de algo de honor. Así, muchos jóvenes samuráis acaban en la residencia del clan Li, cuyo líder o director es Kageyu, un guerrero obstinado, (Koji Yakusho) no está dispuesto a que su clan sea objetivo de guerreros que dicen que se quieren suicidar en el castillo, pero que en realidad van en busca de algunas monedas o un plato caliente.
Un día se presenta en la residencia Li, Hanshiro (Ebizo Ichikawa), un samurai que solicita realizar seppuku allí. Antes de eso, le cuentan la historia de otro samurai, Motome (Eita) para intentar disuadirle. Y la historia de Motome (Eita) es precisamente la historia de un rōnin que ha sido incapaz de encontrar un empleo y que entra en la casa de un gran señor pidiendo permiso para cometer harakiri en el patio y así lograr una muerte honorable. Ante las dudas generadas, el gobernador de la misma (Koji Yakusho) le dice que permanezca. Inicialmente le entregan una moneda de valor, pero de inmediato, y ante su sorpresa, lo encierran para que se vaya preparando para la ceremonia del con el seppuku. Mientras se ve rodeado de samuráis que lo obligan a salir al patio. Allí el gobernador está dispuesto a presidir un seppuku para poner fin a la práctica de la mendicidad de esos rōnin, para él, sin honor. Así que tras ser vestido apropiadamente se inicia la ceremonia, tal y como hemos descrito arriba.
Motome no da razones al principio, pero lo único que pide es que le dejen un día y que se comprometerá a venir al palacio. El gobernador no accede. El rōnin explica que necesita el dinero para salvar a su mujer y su hijo, ambos enfermos. El gobernador le pide que inicie la ceremonia. Y empieza la misma. El rōnin saca el tantō (daga de unos 20-30 cm) y descubrimos que está realizaba con bambú. El gobernador insiste y en una de las escenas más dramáticas que recuerdo de los últimos años Hanshiro empieza con el seppuku. Lógicamente se clava una y mil veces el tantō haciendo daño pero no matándose. Lo hace repetidas veces hasta que el tantō se parte y se lo clava. Rabiando de dolor vuelve a clavárselo, pero su asistente no lo descabeza como era de esperar. Continua nuevamente clavándoselo hasta que, al fin, el gobernador se levanta y lo mata.
Tras contar el relato, lejos de echarse atrás, Hanshiro tiene su propia historia que contar: la de su hija Miho (Hikari Mitsushima) y su ahijado, que es Motome.
Hanshiro es un samurai viudo y con una hija a la que ciudar. Las circunstancias le han obligado a pasar dificultades tras ser deshonrado por un shogun que hizo una lectura estricta de su orden de no trabajar en el interior del palacio. Por eso pasó a ser un rōnin. Su mejor amigo y también viudo tienen un hijo, Motome. A su muerte su hijo pasa a su carga pues se lo promete antes de morir. El tiempo de paz para él es penuria.
Hanshiro se ha adaptado a vivir en un tiempo de paz. Él no es un hombre rico, pero parece feliz con su hija, su hijo adoptivo y se contenta ganándose la vida como trabajador manual (hace sombrillas) y pescando para comer.
Conforme su hija crece y se encuentra en edad casadera le propone a Motome – que se dedica a dar clases a los niños de la aldea- que se case con ella. Tras tener Motome y Miho un niño el se siente feliz.
Pero el hambre lo puede todo más aún después del nacimiento del niño. Motome empieza a vender sus libros, pero se niega a vender su arma. Es lo único que le queda. La enfermedad de Miho y del niño provoca que Motome, desesperado, intente simular su seppuku con el resultado ya conocido.
Entretanto Hanshiro va esperando la llegada de la primavera, lo que implica una nueva estación, pero también un cambio en la vida.
Ni Miho ni su padre saben donde se encuentra hasta que vienen unos criados de palacio con el cuerpo. Llega justo cuando el hijo de Miho y Motome ha muerto por la fiebre. Hanshiro consigue que uno de los criados le explique lo ocurrido.
En ese momento volvemos al interior del palacio pues Hanshiro sigue con su idea del seppuku. Al llegar al patio el gobernador descubre que los samuráis que participaron en la muerte de Motome han desaparecido. Hanshiro comenta que él fue a su casa y les cortó deshorándolos la coleta, tirándola al suelo.
Ya en el patio Hanshiro está preparado para la muerte. Nieva.
El gobernador montando en cólera pide que maten a Hanshiro, pero el se defiende. Saca su espada , que también es de bambú, y se enfrenta a un grupo enorme, hiere a algunos, se enfrenta con muchos y entra en el palacio. Allí ve el traje del señor de la guerra y le conmina al gobernador preguntándole si ese traje implica honor, frente a permitir la deshonra del suicido. De forma que asistimos a un discurso en el que critica la falsedad de valores como el honor y el orgullo, y como al final todos somos humanos. Es la honorabilidad de una clase política que deja morir a un pueblo mientras se reafirma en códigos anquilosados.
Prosigue la lucha con muchos que finalmente lo matan.
Al poco tiempo llegan los tres samuráis suicidándose uno de ellos. Igualmente, tras poner todo en orden, llega el señor y ve que todo esta en su sitio. Ese es su honor.
La película se estrenó en 2011 en la Sección oficial a concurso en el Festival de Cine de Cannes, y fue la primera película en 3D para hacerlo. Igualmente ese mismo año se presentó en el Festival de Sitges en la Sección oficial largometrajes a concurso.
El modo en que se desarrolla la historia es bastante original, a través de las historias que van contando sus protagonistas con largos flashbacks con los que se van encajando todas las piezas de la trama. Tras un comienzo dubitativo nos irá desgranando una historia de venganza, honor y deshonra en un relato donde el amor, la traición, la venganza, el honor, la civilización japonesa de la época y los códigos samuráis y de terrible dramatismo y la tremenda violencia acaba con la acción en un final impresionante.
En este remake del filme Harakiri (Seppuku) de Masaki Kobayashi de 1962, se trata la violencia de una manera implícita. La recreación en el harakiri con la espada de bambú refleja la cruel intolerancia del poder (por su férrea creencia en las normas de conducta samurái) hacia la piedad y, la increíble batalla final, no es otra cosa que la representación de la lucha de los valores humanos y solidarios (personificados en Hanshiro y su sed de venganza) contra la tiranía y la intransigencia (personificadas en los guerreros del clan Li y, sobre todo, en la armadura roja dentro de la residencia) del autoritarismo.
Esta película fue considerada una de las mejores películas del año 2012. Las secuencias rodadas en la humilde vivienda de Hanshiro, con unos tonos oscuros, reflejo de la situación extrema en que viven, y también especialmente destacables las secuencias que tienen lugar en el palacio de los samurais, sobre todo en el último tercio del film en el que los acontecimientos se desatan mientras está nevando, con unas bellas composiciones plásticas.
Miike alarga mostrando los rostros de sufrimiento de los protagonistas en primer plano.
Los primeros 40 minutos del film son soberbios. Con un ritmo calmado al estilo del cine japonés clásico y una cadencia que va ganando tensión a cada minuto que pasa nos conduce hasta un desenlace trágicamente brutal. Esos 40 minutos valen por sí mismos el visionado de la película. A partir de ahí, la película se rompe al sumergirse en un larguísimo flash-back explicativo y poco a poco vuelve a remontar con un patetismo dramático mostrado con serenidad y estilo casi expresionista. El desenlace nos devuelve al punto de partida y se resuelve con un imposible combate para enfrentar el antes aludido valor del honor con el valor de la piedad. Especialmente dura es la secuencia del primer sepukku.
Es una historia dentro de otra historia terrible que no pasó desapercibido a la crítica especializada. Por ejemplo, Michael Atkinson en el The Village Voice elogió lo que describió como "una profundización melodramática y un espeluznante doble desplegable de gran original de Kobayashi". En la revista Variety, Justin Chang afirmaba que "Esta versión formalmente elegante y dramáticamente fiel del 'Harakiri' (1962) de Kobayashi (...) decepcionará a la audiencia que espere violencia extrema. Pero (...) ofrece sus propias recompensas".
En España también las críticas fueron positivas. Jordi Costa del diario El País decía que "Miike afronta el remake de la película de Kobayashi con el rigor y la severidad en primera línea de su estrategia (...) aprovecha la ocasión para desarrollar una mirada humanista que, probablemente, siempre había permanecido latente en su cine" . En La Vanguardia Lluís Bonet afirmaba que "Valiosa, imaginativa pieza de orfebrería (...) En apariencia resulta bastante fiel al original, pero es una película llena de creativos toques personales (...)
Toni Vall en Cinemanía decía que Hara – Kiri "Es un vendaval de emociones, filmadas con el temple de un director superdotado. Combina las escenas de lirismo arrebatado con el fulgor espectacular de las luchas de grupo (...). Por su parte, Sergi Sánchez en Fotogramas sentenciaba diciendo que "Hay, quizás, demasiada reverencia al original que Kobayashi y hay, también, un uso del 3D demasiado discreto e innecesario. No obstante, Miike demuestra que puede desenvolverse bien en un registro contenido (...) .
He leído en labutaca.net que siempre es invierno para Kageyu (Kôji Yakusho), Motome (Eita) y Miho (Hikari Mitsushima); las nevadas, silenciosas y ligeras, conectan los fragmentos de recuerdos, relatos y puntos de vista presentes que se van intercambiando los protagonistas, en continuo diálogo. Y lo cierto es que para los protagonistas de esta película no llegó la primavera. La primavera marca el momento de renacimiento y de celebración de la naturaleza y el ser humano en todo el país. En vez de la Sakura (flor de cerezo) sobre los protagonistas, pero también sobre el código bushido llegan los copos de la nieve. La fría muerte.
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