martes, 20 de diciembre de 2016

Cuento de invierno, todo un cuento


No , no. Hoy no he disfrutado con la película que hemos visto en el club de cine. La elegida por Santiago ha sido Conte d´hiver del director francés Éric Rohmer. Rohmer es junto a François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais - aunque éste estaba más cercano a otra corriente, la llamada Rive Gauche- , Jacques Rivette, o Claude Chabrol, y sobre todos ellos su precursor Jean Pierre Melville representantes de lo que vino a llamar Nouvelle Vague, una corriente del cine francés surgido a finales de los años 50 en el seno de un grupo de cineastas y críticos de cine francés , en gran medida pertenecientes a una revista especializada de cine, Cahiers de Cinéma, que apostaron no sólo por una mayor libertad de expresión creativa, sino también de la libertad técnica y compositiva. 

Este cine se caracterizaba por la espontaneidad, a veces de improvisación, tanto en el guion como en la actuación; el uso de una iluminación natural, siendo rodadas las escenas preferentemente fuera de los estudios, con poco presupuesto; pero estas historias, a veces, aparentemente simples, estaban llenas de entusiasmo. 

Las historias de estas películas eran un canto a la vida, al deseo de libertad como valor central en todas sus dimensiones, y un nuevo modo de asumir la adultez desde la óptica de un espíritu joven , lo que se ha venido a llamar juvenilismo. En este sentido las películas se centran en eso que llamamos la condición humana , en ocasiones, aislada en el marco de la sociedad pequeño burguesa y mostrando en ocasiones algo propio, algo de autoconocimiento personal, por lo que en sus películas aparecen claras referencias personales. 

Como ya he dicho entre este grupo se encontraba Éric Rohmer, un pseudónomo que escondía a Maurice Henri Joseph Schérer, que falleció en 2010, a la edad de 90 años. Curiosamente adoptó el nombre de Éric Rohmer, en referencia a dos de sus personajes favoritas: el director de cine austrohúngaro Erich von Stroheim y al novelista británico Sax Rohmer, autor de la serie Fu Manchú. Como crítico de cine, llegó a ser jefe de redacción de la prestigiosa revista francesa Cahiers du Cinéma entre 1956 y 1963, junto a quien fue uno de sus grandes maestros, André Bazin. 

El cine de Rohmer se caracteriza por su sencillez y por su agudeza intelectual. Hay un clima de profunda sintonía con los ambientes en los cuales se desarrolla la acción, y con aquellos personajes que definen el sentido moral de cada una de sus historias, muchas de ellas constituidas sobre relaciones triangulares. Los diálogos intensos y continuos, la alambicada expresión de los sentimientos definen su denominado "cine de prosa". 

Como es habitual en Rohmer, el azar ocupa un lugar destacado, mientras la estética de la obra se apoya en la belleza de la sencillez y la naturalidad y en la grandeza de lo cotidiano. La obra centra su atención en la contraposición/afinidad de lo cotidiano y real con lo ideal y absoluto. Este director nacido en Nancy gustará de realizar películas que son incluidas en series, destacando tres series de películas: Seis cuentos morales, las seis Comedias y proverbios y los Cuentos de las cuatro estaciones. 

La que vi pertenecía a esta última serie, siendo la segunda entrega de "Cuentos de las cuatro estaciones", tetralogía iniciada con "Cuento de primavera" (1989). caracterizada porque en ella las historias de relaciones humanas, tienen en el amor a su principal protagonista. 

Como suele ocurrir en la obra de Éric Rohmer, aquí director y guionista, mantiene a su equipo técnico y de producción de forma estable. Aquí la producción está compuesto por Françoise Etchegaray como productor, junto al mismo Rohmer , y a Margaret Ménégzz vinculados con Les Films du Losange - aquí también distribuidora- , Compagnie Éric Rohmer , Canal + 

Como en la mayor parte de su obra en el montaje participó Mary Stephen , en el vestuario lo hará Pierre-Jean Larroque, en el sonido Pascal Ribier y en la música Sébastien Erms. Curiosamente en la fotografía está presente Luc Pagès, y no su habitual Néstor Almendros, señalar que el fotografo barcelonés falleció ese mismo año 1992. 

La película contó con un reparto formado por Charlotte Véry como Félicie, Frederic van den Driessche como Charles, Michel Voletti como Maxence, Hervé Furic como Loïc, Ava Loraschi como Elise, Christiane Desbois como la madre de Felicia, Roseta como su hermana, Jean-Luc Revol como su hermano, Haydée Caillot como Edwige, Jean-Claude Biette como Quentin, Marie Rivière como Dora, Claudine Paringaux como una cliente de la peluquería, Roger Dumas como Leontes, Danièle Lebrun como Paulina y Diane Lepvrier como Hermione.

La película nos cuenta que durante unas vacaciones de verano en Bretaña Félicie(Charlotte Véry) y Charles (Frédéric van den Driessche) tienen un apasionado romance. En los primeros momentos los vemos entregados y desnudos en la playa, de día, y en la cama, de noche. Ese romance acaba cuando termina el verano, tras lo cual Félicie y Charles quedan en escribirse. En la misma estación de tren Félicie tiene un tonto lapsus en la despedida provisional (da una dirección postal equivocada) y a causa de ello pierde totalmente el contacto con el amado que marcha a trabajar a una ciudad de Estados Unidos en un restaurante - después nos enteramos que es Cincinatti-. Pero debido a una confusión ya que ella vive realmente en el nº X de la Rue de Victor Hugo en Levallois y no en ¿? , así que pierden el contacto. 

Cinco años después, estamos en un gélido invierno en la periferia de París. Allí vive Félicie junto a su madre y a su hija nacida nueve meses después de aquel verano. Su hija Elise (Ava Loraschi), de 4 años, fruto del romance con Charles, con el que guarda gran parecido, mantiene vivo un recuerdo absorbente e imperativo. 

En el espíritu de la chica anida el presentimiento del encuentro próximo de Charles, al que anda buscando con la vista en sus viajes en autobús por París. 

Sabemos de Félicie, que tras tener a su hija, Elise, lleva una vida sentimental inestable, pues vive entre dos aguas. En una de las orillas está Maxence, un peluquero, compañero de trabajo y que mantiene desde hace algún tiempo una historia con Félicie, a pesar de estar casado, y en la otra está Loïc, un joven que trabaja en la biblioteca, con aire intelectual. 

Mientras que con Maxence se siente segura por ser algo mayor que ella y por su experiencia vital, con Loïc , un intelectual católico, su siente cohibida dada su mayor preparación intelectual, apesar de que el trato hacie ella y su hija por su parte es muy amable. 

Félicie es incapaz de comprometerse con ninguno de ellos porque no puede olvidar a su antiguo amor. Tras abandonar a Loïc decide marcarse con Maxence a Névers, una pequeña ciudad a dos horas de París, en la que Maxence ha conseguido un traspaso. Para hacerse un hueco en la sociedad Maxence le ha dicho a todo el mundo que está casado y presenta a Félicie como su mujer y dueña igualmente de la peluquería. Tras unos días en la ciudad, madre e hija están aburridas. Su presentimiento de que va a encontrar a Charles en algún momento se ve reforzado cuando visita con su hija el belén de la catedral de Nevers, donde una voz interior le anuncia en un futuro el reencuentro con Charles. Tras esto Félicie le dice a Maxence que regresa a París, dejándolo allí, tirado. 

 Al retornar a París vuelve a los brazos de Loïc , el intelectual. Este quiere comprometerse con ella , alegando lo mismo que le ha dicho a Maxence que los quiere un poco, pero no “con locura”. Es su manera de adaptarse al desastre sentimental derivado del lapsus. Usa la relación con uno para presionar al otro. Ella no dice que sí, pero tampoco que no. Sí dice que es muy exigente. Se ofende si no se resisten a su rechazo cuando les planta. Pero si necesita protección o consuelo se les acerca, avivándoles la esperanza, aunque les declare un afecto equivalente a la milésima parte del amor por Charles. 

La perfección virtual atribuida al ausente pone a todas horas en evidencia la vulgaridad de uno y el intelectualismo del otro. Especialmente, desesperante es su relación con Loïc cuya intelectualidad llena a Félicie de insatisfacción a sabiendas de su vacuidad, aunque lo que ella alega es su libertad y la presencia permanente en su ausencia de su idolatrado Charles. Pese a no ser creyente, Felicia pide a Loïc que rece para que ella encuentre a Charles pronto. 

Con él asiste a la representación teatral de la obra de Shakespeare "Cuento de invierno", que evoca en ella la fuerza de la Providencia y reafirma su amor por Charles. Ella se guía por la Providencia y ésta parece presentarse en un autobús en el que casualmente aparece Charles.

Éste aparentemente tiene novia, pero tras bajarse abruptamente del autobús siguiendo a Félicie, y descubriendo para su sorpresa que fruto de aquella relación de verano fue esa chica que acompaña, a su amor de verano bretón, Elise. 

Los tres se presentan en la casa de la madre de Félicie con la compra necesaria para la cena del día de Navidad y en ello se disponen a pasar la velada, y ¿quién sabe? si la vida, juntos. Llegando hasta aquí la película. 

La película se estrenó en Francia el 29 de de enero de de 1992, y meses más tarde obtuvo el premio FIPRESCI y fue mención especial del Jurado Ecuménico y consiguió la nominación por el Oso de Oro en el Festival de Berlín ese mismo año. 

La película se rodó en exteriores de Bretaña, París, Nevers (Borgoña) y en estudio durante las 3 últimas semanas de diciembre de 1992, con final antes de la celebración de la Nochevieja en familia.

En la revista Fotogramas se dice de ella que esta película fue "la segunda entrega de la interrumpida serie "Cuentos de las cuatro estaciones", en la que Rohmer reconstruye su peculiar universo de encuentros y desencuentros aparentemente inocuos, pero que encierran sugerentes significaciones. La perfecta espontaneidad de su juego y la riqueza de su contenido no desmerece del resto de la obra de un director que siempre ha combinado la racionalidad con el azar". 

Al hilo de su presentación en la Berlinale en ese fenrero de 1992, - donde a la postre conseguiría el Premio Internacional de la Crítica FIPRESCI, el 18 de febrero de 1992 escribía Ángel Fernández Santos en El País que "Cuento de invierno, el largometraje número 20 del francés Eric Rohmer, es una de esas películas que justifica a un festival. Fiel a sí mismo -es decir, siempre igual y, no obstante, siempre distinto-, el gran cineasta cuenta un cuento invernal lleno de calor. Y llena también de generosidad para con sus personajes y sus espectadores, que se lo agradecieron con una cerrada ovación. 

Rohmer -como todos los hombres de cine que tienen algo que decir, que no son muchos- vuelve una vez más a llevarnos a su pequeño mundo superpoblado, lleno de pequeños burgueses franceses parlanchines como cotorras y que se sirven de las palabras para ocultar sus pensamientos. Y en este mundillo, dentro de esa aldea que se conoce al dedillo, el viejo, y tozudamente joven, cineasta nos cuenta otra vez el mismo cuento: una pequeña parábola sobre la vida cotidiana que finalmente nos eleva hacia las grandes cuestiones de la existencia.

Esta vez el fondo del asunto es la función que los grandes mitos ejercen en los comportamientos de la gente común. Por la pantalla circula a raudales la sangre de la comedia, del melodrama, de la leyenda, del folletín y del cuento de hadas. Pero todo este barullo de modelos se convierte, contado por este maravilloso cuentista, en algo cercano y creíble que uno siente, mientras lo ve, haberlo visto ya; y mientras lo conoce, reconocerlo. 

Es posible que el fondo de la visión que Rohmer tiene de la vida humana en este Cuento de invierno esté un poco más a flor de piel que en otras ocasiones -por ejemplo, Mi noche con Maud; o, casi ayer mismo, Cuento de primavera- donde el cineasta endurece un poco su amor a la gente con una ironía a veces punzante y que aquí escatima. Es muy generoso Rohmer con su protagonista, una muchacha tan absurdamente sentimental que empalagaría si no estuviese detrás de ella su crador, este observador de la vida que a medida que envejece se hace más solidario con las flaquezas de la gente. 

Se trata de una muchacha tan libre, pero tan contradictoria, que con desordenada libertad busca, hasta convertirlo en un mito, al hombre que acabe con ésa su libertad. De ahí la pirueta y la paradoja que esconde este amable y optimista Cuento de invierno que gira enteramente alrededor de recuerdo de un momento del verano: y que , para algunos, es bella obra de un cineasta imperfecto y enamorado de la imperfección; narración de un narrador libre y enamorado de la libertad. 

La música, en gran medida imperceptible durante la película, es en ocasiones una melodía de piano, se superpone a las imágenes bretonas durante los 2 minutos iniciales. La misma melodía se oye, atenuada y lejana, en la Catedral. 

La fotografía hace uso frecuente de encuadres fijos y el guión contiene diálogos abundantes y prolongados, bellamente construidos, que incluyen toques irónicos, críticos con la presunción de los intelectuales y las torpezas de los incultos. 

Con todo yo he de reconocer que ese intelectualismo que manifiesta Rohmer lastra la película y que elimina de la misma el alma que pudiera tener. Ese deseo de hablar de Platón y ese fragmento pesado, más bien, tan plúmbeo como pedante con la parte de la representación del “Cuento de invierno” de Shakespeare, la escena en que la estatua de una muerta cobra vida por la fe de los actores. 

Reconozco que no me ha gustado nada este Cuento de Invierno Rohmer y aún menos esa Félicie caprichosa e inmadura, que se aprovecha de sus tontos enamorados (Maxence y Loïc) a quienes dice querer, pero no quiere tanto, o no los quiere para vivir con ellos, o no quiere una milésima como quiso a Charles, ...- vamos, como dirían en Francia Ridicule! - poniendo al espectador masculino al borde de la misoginia, pues uno piensa tras esto que el mejor amigo del hombre efectivamente es su perro, a esto se suma la sorpresa en el autobús final. Parece que hay indulgencia absoluta para una inestable Félicie, pues al final se le premia  su“capricho” con el cumplimiento de la premonición.

Entonces lo que parecía inmadurez e histerismo resultó una gran “apuesta” en el sentido pascaliano del concepto. Vamos eso es como mínimo poco creíble. Y para más inri esa decisión prudente motivada por el presentimiento, la intuición y un convencimiento nada sustentado en hechos razonables es lo que justifica la injustificable actitud de la caprichosa Félicie. 

Lo único que destaco de la película es la sobriedad del director, pero entiendo que la película está alejada de ese sentido de la delicadeza y que, para mí, queda en presentarnos una mujer perdida incapaz de dar bien una dirección postal. Al final, puede que tengamos un cuento de invierno, puro cuento, pleno y crudo invierno. 


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