He visto esta serie en catalán, ya que sí bien la serie fue emitida para toda la televisión nacional, la única que había en los setenta, forma parte de los archivos que tiene la RTVE en sus dependencias del Prat, en lo que que llama TVE Cataluña. Y es que la temática, el contexto histórico y parte del equipo de rodaje y de actores y actrices era catalán. Entre las voces, unas indudablemente se nota que están dobladas, por el contrario, otras mantienen el audio en catalán, pues catalán era su intérprete. Este es el caso, por ejemplo, de José María Caffarel o Carlos Velat, aunque no existe sino doblaje en actores como Fernando Guillen, Emilio Gutiérrez Caba, Victoria Vera, Marisa Prendes.
De todas maneras y volviendo a lo comentado en días anteriores, lo cierto es que la serie se programó con el hecho de presentar la historia de Cataluña en el primer cuarto del siglo XX al resto de los españoles. Por ejemplo, antes de la emisión de la serie se programaron simultáneamente, precediendo a La saga de los Rius, unos minireportajes publicitarios de quince minutos de duración que llevaron por título «Cataluña, cuatro esquinas». En ellos se hacía propaganda de lugares y productos de la región poniendo de manifiesto las estrategias de una TVE «empeñada en acercarse a Cataluña aunque, a su juicio, La saga de los Rius no fuese la mejor vía para lograrlo (enero, 1977). De todas maneras tengo la impresión de haber visto la reposición que se hizo para la televisión española en Cataluña entre los meses de mayo y septiembre del año 1982.
La adaptación televisiva en sí misma incorporó contenidos indudablemente halagadores para un ideario burgués conservador, aunque demócrata y reformista tras la muerte de Franco, dispuesto a poner el peso de sus reivindicaciones nacionalistas en aspectos económicos y, más cautamente, en los políticos.
La serie, como la novela, entona un canto a ciertos iconos de la burguesía industriosa y trabajadora, gracias a cuyo espíritu emprendedor «viven hoy la mayoría de los catalanes».
Más importancia que la Historia colectiva o la crónica de los conflictos sociales y políticos del cambio de siglo, especialmenente visibles en la parte sacada del Viudo Rius, tiene en La saga de los Rius la línea sentimental y melodramática centrada en los conflictos psicológicos, amores y pasiones de los miembros del clan Rius.
Precisamente para evitar que la historia recordase adaptaciones anteriores, la serie de 1976 introduce desde el principio materiales nuevos procedentes de la novela Desiderio e inicia la acción en 1916 cuando está a punto de resolverse en el último de los conflictos sentimentales: la boda de Desiderio Rius con Crista Fernández Torra. «Creo que la gente joven –explicaba el guionista Juan Felipe Vila Sanjuán– se sorprenderá al comprobar que, en 1916, la protagonista se casa estando embarazada de cuatro meses» .
Vila Sanjuán estructura el argumento siguiendo un modelo de reducción temporal restrospectiva que parte de un «relato marco» de escasa amplitud (los preparativos y desarrollo de la ceremonia nupcial), en cuyo interior se inscribe la rememoración de un extenso pasado que se remonta a 1880 y discurre linealmente hasta 1916.
La saga de los Rius fue considerada una serie «digna», bien acogida, aunque no alcanzó el éxito esperado. No ayudaban lo restrictivo de su universo, la frialdad con la que se desenvuelven los conflictos psicológicos –sobre todo, el más interesante entre Joaquín y Mariona– ni la mediocridad del material que aportaba la novela Desiderio, no sólo muy inferior literariamente a las anteriores, sino desfasada y anodina en su retrato del protagonista, «un señorito adocenado, insustancial, frívolo y aturdido, al tiempo que alicorto y sensato incluso en sus calaveradas».
Estos tres últimos capítulos , de hecho, los más flojos, son los que he visto en la noche de hoy.
Por otra parte, la serie tenía defectos de concepción achacables en buena medida a la inexperiencia de TVE en estas lides, lo que se aprecia tanto en el guión –desequilibrado en la distribución de los contenidos– como en el montaje, en la labor de realización y, sobre todo, en los desproporcionados resúmenes que pretendían sintetizar los capítulos precedentes ya emitidos.
La falta de ritmo de los episodios, la «lentitud irritante» o el manierismo poco justificado de los movimientos de cámara mostraban a un director más diestro en la plasmación dramática de escenas de grupo –por ejemplo, las tertulias o comidas en las que se luce el actor José Mª Caffarel– que en el dominio de la planificación con fines narrativos.
La saga de los Rius imitaba, como señaló Montserrat Roig, «a las series británicas y al noble milanés sin digerirlo, con una lentitud irritante». Y no hay duda de que muchas escenas en exteriores introducían larguísimos momentos de reportaje turístico-documental ajenos por completo al tempo narrativo y a la verosimilitud del universo de los personajes (la inacabable panorámica con el desfile de coches camino de la ermita en la que va a tener lugar la boda, las estampas monumentales del viaje de novios o el largo paseo descriptivo de la cámara por los rincones del barrio gótico de Barcelona cuando los Rius van al trabajo). También las escenas de interior abusaban de rebuscados movimientos de cámara, travellings laterales y, sobre todo, de los zooms de acercamiento y alejamiento que puso tan de moda Valerio Lazarov, rasgos que llegan a un extremado manierismo en la escena. Especialmente significativo ha sido este recurso técnico en el último episodio especialmente en las escenas de Carnaval en la casa de los amigos de Desideri y en la fiesta organizada en el Liceu.
El orden burgués que añora Agustí es el de una sociedad patriarcal como soñó Rousseau: «Los hombres de mi ciudad se casaban mayores, en el umbral de la madurez. Pero sabían recuperar aprisa lo desaprovechado. Las esposas eran jóvenes, en general mucho más jóvenes que los maridos. Apenas salidas del colegio, con sus buenos rudimentos de francés y su urbanidad bien aprendida… se encontraban de la noche a la mañana unidas físicamente y espiritualmente al marido; a un marido alto, severo, de audaz bigote y grave condescendencia, que ejercía sobre ellas una especie de tutela paternal y usaba con pulcritud de su talonario de cheques; además las hacía madres copiosamente, un hijo tras otro» (Mariona Rebull, 1944/1975).
En cuento a los capítulos que he visto, el octavo, comienza con las máquinas funcionando a tope y sobre ellas, se van sobreimpresionando los años. Los años pasan y en 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. La fábrica, beneficiándose del conflicto armado en Europa, funciona a toda máquina. En estas circunstancia y para estas fechas Desideri (Emilio Gutiérrez Caba) , tras seguir los pasos de su padre- puesto que ha completado su formación en Inglaterra- ya se ha hecho un hombre. Bueno, más que un hombre un mujeriego.
Nada más instalarse en Barcelona se encuentra con su amigo Fernández y retoma la historia con la hermana e éste, Cristina (Victoria Vera) – Crista-. Empieza a flirtear con Crista, una chica con pretendiente, que cae en sus garras de seductor.
Pero cuando se va a hacer el servicio militar en caballería comenzará a tener aventuras con una modelo francesa que responde al nombre de Jeanine (Teresa Gimpera).
Pero cuando se va a hacer el servicio militar en caballería comenzará a tener aventuras con una modelo francesa que responde al nombre de Jeanine (Teresa Gimpera).
En cuanto a lo que se centra el capítulo nueve, señalar que comienza cuando Desideri pierde el interés por la fábrica y estas circunstancias van acompañadas por un exceso en el gasto, ya que gasta mucho dinero . Esto le lleva al joven – ya menos joven – Llobet a comentárselo a espaldas de su padre Joaquín al que no quiere hacer daño.
Su relación con Crista se consolida y formalmente decide dejarlo con Jeanine, especialmente cuando la familia de Crista se entera de la relación con la francesa y deciden librarse de ella .
De hecho contratan a un informador para que le pase información sobre la francesa, sus costumbres – se pincha morfina- y sus amistades – especialmente un holandés que le proporciona dinero y droga-.
De hecho contratan a un informador para que le pase información sobre la francesa, sus costumbres – se pincha morfina- y sus amistades – especialmente un holandés que le proporciona dinero y droga-.
Mientras tanto, Joaquín dado en volumen de pedidos inicia la reforma en la fábrica familiar y después del verano se celebra la inauguración de las nuevas instalaciones , pero Desideri sigue sin mostrar ningún interés y esto a su padre le disgusta .
El último capítulo se inicia cuando la familia de Crista le pone un detective a Jeanine , ya dicho en el capítulo anterior, y descubren cosas que provocan que ella opte por marchar a Buenos Aires. La única persona que está al tanto de esta circunstancia es una amiga de Desideri. Jeanine se presenta en la fiesta de Carnaval para informar a su amiga. Poco después se entera Desideri que se lanza a su detención para convencerla de su error, pero llega tarde al puerto demasiado tarde, pues el buque está en el mar, en la bocana del puerto.
De estas circunstancias es informada por su detective la Sra. de Fernández, madre de Crista. Que al enterarse decide ir en busca de Desideri. Hundido Desideri por estas circunstancias se dirige al baile de carnaval en el Liceo. Dentro del Liceu vemos a Desideri subir las escaleras que llevaron a su madre en brazos de Joaquín Rius, en una sala alejada se encuentra con Crista, ésta lo seduce y, en la siguiente secuencia, se queda embarazada.
En esta situación se casan en la misma Iglesia donde se casaron los Rius. Un cortejo parecido de carretas llega a una Iglesia, semivacía.
Durante la ceremonia, Joaquín rememora su boda con Mariona. Estas son sus últimas palabras en la serie, pues esta acaba con una imagen de la fábrica de Joaquín Rius, hijo y nieto. Suena la música y con ella los títulos de crédito y la serie.
La saga de los Rius fue una empresa insólita para TVE, que afrontaba por primera vez la adaptación seriada de novelas célebres y muy extensas con una narrativa de corte cinematográfico. Puso en pie una meritoria recreación de época –que exigía trabajar con grandes equipos de actores y técnicos – y alentó la realización de otras producciones que captaron mejor el pulso de la serialidad pero que habían aprendido de los aciertos de esta serie tanto como de sus errores.
Poco después de La saga de los Rius, estrenó TVE la adaptación que Manuel Mur Oti hizo de la novela de Blasco Ibáñez, Cañas y barro(1902), pero eso esa es ya otra historia que será contada en otro momento.
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