viernes, 31 de enero de 2014

Espectadores en el pantano




Tengo en mi mano dos artículos, una de la polémica actual entre las distribuidoras y los exhibidores que ha presentado hoy el diario El País, y otro sobre un artículo, que invita a la melancolía, firmado por Maruxa Ruiz del Árbol que trata sobre Ümit Mesut, el hombre que todavía podía entrar gratis en cualquier cine.

Empezaré por el de Mesut. Este señor, que cuando escribió Maruxa – perdona que te tutee- su artículo tenía 52 años , y una tienda en la zona este de Londres, en concreto, en el número 35 de Lower Clapton Road, es el poseedor de una de las mayores colecciones de cine del mundo. Pero, además , tiene una misión en la vida – supongo que entre otras muchas- como es salvar el celuloide. Algo que hacía uno de los protagonistas de unas de sus películas favoritas: Cinema Paradiso. 
Su tienda Ümit & Son es el desván de una buena cantidad de colecciones de películas, de cámaras , de proyectores de Super 8, 9ç8, 9.5 y 35 milímetros. Afirma que “El Super 8 es plata, el digital es…óxido”. Es un enamorado de la imagen analógica ya que, según él, es “orgánica y real, tiene alma y corazón”. Es más, según afirma, en el cine digital”todo está homogeneizado, como lavado, incluso en HD”. 

Este señor es un tanto un enamorado como un coleccionista de cine . Se enamoró a los seis o siete años afirma, alrededor del año 1967 o 68, cunado fue invitado por un amigo al cine. El padre de su amigo tenía una Eumig de 8 milímetros y una pantalla de dos metros. Y su primera película fue “Simbad” película que duraba 20 minutos. Desde ese momento su pasión le llevó a coleccionar. Y en su colección existen hasta filmaciones de los hermanos Lumière. 
Tiene película tan extrañas que hasta la BBC o la Warner Bros recurren a él para buscar material antiguo. Tras su primer contacto con el amor cinematográfico, -entre sus pasiones está el King Kong del año 1933- compró una Standard de 8 milímetros, y más tarde un proyector con lo que organizó un taller en su colegio, aunque allí aprovechaba el proyector de 16 milímetros, gracias al cual alquilaban películas y hacía un pase a 50 céntimos para padres y alumnos. 
Con 15 años trabajó en el “Rio Cinema”, que aún pervive, y al que todavía le dejan entrar gratis, y que posiblemente sea uno de los últimos reductos para los adoradores de los proyectores de 35 mm. Pero su adorado mundo, poco a poco se va desvaneciendo ante el empuje de lo digital, problema que está vinculado con el primer artículo mencionado arriba. 

Ahora los proyectores digitales están presentes en los cine que por un "módico" precio de 60.000 €,  han apartado a los 35 mm , que apenas tiene salida. Además, para el año 2010, una copia normal en bobina de un filme costaba unos 1.200 euros, ocupando además un gran tamaño, y, además había que transportarla. Frente a ella la copia digital no iba más allá de 250 euros, el tamaño del disco duro que la contiene es mínimo e incluso se podría distribuir el cine por satélite. A esto se le une el ascenso del cine en 3D, que sólo es posible en digital. 

Sin embargo, para el 35 mm todo estaba en contra. Con el 35mm, cuando se estrenaba una película, lo hacía con un número determinado de copias; y esa bobina, tras acabar su carrera comercial en una ciudad, viajaba a otra de menos peso demográfico, adonde llegaban los estrenos meses después de las grandes capitales. Además con la imposición, por ejemplo, de la Ley del Cine de Cataluña, que obligaba a traducirla al catalán, este recorrido terminaba en la frontera de Tarragona o Lleida. Era un coste elevado y poco rentable. 
Con el digital, escoges el sonido y haces copias rápidamente: tras un fin de semana de éxito, una película puede multiplicarse por cines de toda España.

En estas circunstancia, ahora mismo los proyectores de 35 mm prácticamente en retroceso se pueden conseguir por menos de 6.000 €. Mientras que los otros los multiplicas por diez y te sale la cuenta.

Ángeles González-Sinde, en una de sus comparecencias en la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, cuando era Ministra de Cultura, asumió la necesaria reconversión de las salas de cine españolas a la digitalización .

Reformar un cine para que pase sala digitalizada con posibilidades de proyectar en 3D, costaba en 2010 unos 125.000 euros. Y en España, en esos años, de las 4.000 salas eran digitales aproximadamente unas 250 (un 6%), mientras que EE UU eran el 10%.
Por ejemplo, Cinesur, fundada en 1932, la quinta cadena de cines más grande de España y la de mayor tamaño en Andalucía, apostó en el año 2011 por los proyectores de cine digital de la serie Christie Solaria para la digitalización de sus pantallas. La compañía es propietaria de 136 salas repartidas en 11 multicines de España. Cinesur ha convertido la mayor parte de sus salas al digital para integrarlo en el circuito digitalizado. Los servidores que se instalaron fueron de la marca Doremi, concretamente los modelos DCP-2000 y DCP-2K4. Todas las salas digitalizadas están preparadas para 3D, combinando sistemas de XpanD, Dolby 3D y Masterimage.


Además, existen dos tipos de salas: las grandes, que pertenecen a grandes cadenas (un 85% del mercado) y las pequeñas y/o rurales (un 15%). Para cambiarlas estaban ahí las grandes distribuidoras estadounidenses, a cambio de que esas salas perdiesen su independencia y se viesen obligadas a programar el cine de esa distribuidora. Ese 85%, por el éxito del negocio, podría devolver rápidamente el crédito. Y , en eso , que algunos firmaron un pacto con sus diablos. 

Pero hablemos ahora de los costes. En España, para el nivel de vida que tenemos, el precio del cine es caro. Una entrada puede costar en mi ciudad unos 8 euros. Nosotros, al ser una familia numerosa, nos puede salir por un riñón. Por eso, tenemos que aprovechar actividades como la Fiesta del cine o como los Miércoles de cine, con precios baratos. Parece ser que es un precio difícil de recortar, salvo con eventos puntuales, y quienes lo hacen son los dueños de las salas, no los distribuidores. Porque quien marca parte del precio del cine exhibido en las salas españolas son las “majors” de Hollywood, y no parecen que estén por la labor de rebajar sus ganancias.

Sorprendentemente, en Francia han iniciado una política de cuatro euros para entradas para menores de 14 años… , pero en España estas “majors” no se bajan del burro. Con los americanos no puedes negociar mucho los porcentajes. Como dijo Enrique González Macho, presidente de la Academia, “con los años he aprendido que o trabajas con ellos o trabajas para ellos”. 

Pero visto lo visto con el precio de las entradas, hablemos de lo que supone la venta de las entradas, es decir , lo que supone un ingreso una vez que tú hayas pasado a ver la peli. Ese ingreso comienza ahora a fraccionarse en un reparto del dinero recaudado en cada entrada. De esa cantidad, el 21% es el IVA, el 3% es para las entidades de gestión de derechos intelectuales, y, en porcentajes muy variables, el 33% para el exhibidor y el 43% para el distribuidor. Muy variables, porque las majors (o sea, los grandes estudios de Hollywood como la Warner o la Universal) suelen pedir un 55% y alcanzar el 60%. Las películas consideradas "indies" a veces solo llegan al 35%. Eso es lo que ocurre en España. ¿Pudiera ser por lo que antes hemos comentado de la remodelación? Pues no lo sé. 

España es el país que más porcentaje da a las majors. En otros países no es así. En Reino Unido la media es de un 35% y en Francia, gracias a un acuerdo intersectorial, la primera semana no supera el 50% y la media es del 40%. En Alemania otro acuerdo estipula un máximo del 45%. El distribuidor, que como vemos, en ocasiones ha sido quien ha financiado el paso de las salas de analógicas a digitales, acuerda, en ocasiones, con el exhibidor un porcentaje de lo que la película recaude en taquilla, que puede ser aproximadamente de un 40%. De esta parte, el distribuidor le tendrá que reintegrar un tanto al productor. Sin embargo, como la distribuidora suele adelantar los costes de las copias y la publicidad, hasta que no recupere el total de su inversión no repartirá ni un céntimo con el productor. 
Habitualmente, las distribuidoras llegan a acuerdos concretos con los exhibidores para cada película a estrenar, pero esto no es siempre así. Por mucho que lo nieguen, las majors continúan llevando a cabo una práctica no muy legal conocida con el nombre de "venta por lote" que consiste en que le dan preferencia a un exhibidor para que estrene uno de los mejores títulos de su catálogo a cambio de que se comprometa a estrenar, más tarde, otras cintas, algunas de ellas castañas, que nadie se explica como pueden estar en cartelera y que carecen por completo de interés. Pero para las grandes compañías estrenar todas sus películas en cine es un objetivo prioritario, puesto que eso las revaloriza de cara a su posterior explotación en video, DVD y televisión. 
Esta práctica perjudica a las producciones europeas, algunas de gran calidad, que continúan teniendo problemas para entrar en los circuitos comerciales. ¡Gracias a Dios, o a Adriano!, como diría una compañera existen las Filmotecas.
Antes del estreno de la película, el distribuidor y el exhibidor negocian el contrato de exhibición. Este puede resolverse de dos maneras, por porcentaje o a tanto alzado. La fórmula más habitual para los cines de capital - si es que queda alguno- y los centros comerciales es la del porcentaje. Éste se fija en función del interés que suscite la cinta. Si es un título muy esperado, el distribuidor se reservará en la primera semana, por ejemplo, un 60% del ingreso de taquilla, cediéndole al exhibidor sólo el 40% restante. De cada entrada vendida el distribuidor se queda un tanto por ciento y el exhibidor el resto, pero siempre después de descontar el IVA y el porcentaje de derechos de autor de la recaudación. En la segunda el porcentaje varía del entre el 55 para el distribuidor y el 45% para el exhibidor, a partir de la tercera semana es al 50%. Luego, cuanto más tiempo pasaba más crecía el beneficio del exhibidor, lo que le servía de aliciente para mantener la película en cartel. Si la película no tiene mucho interés, al distribuidor no le quedará más remedio que reducir al máximo su porcentaje para que el exhibidor acepte estrenarla. 
En la actualidad, los estrenos duran tan poco tiempo en cartelera que suelen pactar un único tramo de porcentaje. La segunda fórmula, a tanto alzado o Flat, que también se le conoce por ese nombre, se usa en cines de pequeñas entidades ( pueblos o cines de poca afluencia de público) y consiste en que el exhibidor acuerda pagarle al distribuidor una cantidad fija de dinero cada día que se proyecte la cinta, sin tener en cuenta los beneficios que ésta genere. Por lo general, éste trato suele firmarse a la baja y sólo se emplea para películas que no despiertan grandes expectativas. En estos casos, el distribuidor normalmente cobra de 600 a 300 € por la película independientemente de como vaya la taquilla. Va también en función del tiempo que ha pasado desde el estreno hasta su contratación. A más tiempo, más barata. 

Con una de esas majors los exhibidores españoles han topado. En concreto con la Universal- la segunda distribuidora en España en cuota de mercado, con un 14%, la primera es la Warner- que ha impuesto la política leonina de los distribuidores en las salas españoles, y algunas se han negado. Eso ha pasado con el estreno de la película El lobo de Wall Street cuya imposición no fue aceptada ni por el grupo dr Cinesa, compañía líder de exhibición cinematográfica en España en número de espectadores, con más de 20 millones, con 509 salas en 42 cines —en España hay 4.000 pantallas—, y propiedad del fondo británico de capital riesgo Terra Firma, ni por Kinépolis. 
Algo parecido ha ocurrido con Oldboy, de Spike Lee, incluso, parece ser, con la película de David Trueba, Vivir es fácil con los ojos cerrados, porque la exhibidora “exigía a la distribuidora un porcentaje de cada entrada más elevado”, según comentó David Trueba a periodistas del Diario EL PAÍS. Tampoco se estrenó La leyenda del samurái, con Keanu Reeves, en una cadena como Cinesa.
Aunque se sabe que hay distribuidores que no estrenan en según qué salas. Por ejemplo, la Warner no estrena en la cadena de cines Renoir. 
Es muy difícil saber lo que le pidió Universal a Cinesa y Kinépolis, porque casi siempre son acuerdos verbales, secretos y cambian según el título y la sala. Con todo, esa política de las “majors” que, a veces, fija, sin posibilidad de negociación, el 60% para la major, dejando el resto, el 40 % a repartir de la siguiente manera: 24% para impuestos y gravámenes, y , además, con el resto, se pagan la luz, los empleados, los alquileres… De 1.000 euros te quedan 160 se quejaba un exhibidor. 
La Warner, por ejemplo, la distribuidora que comanda el cine en España con un 16% de cuota de mercado, se lleva un fijo de cada entrada. Por eso en muchos cines se puede ver este cartel: “Las películas de Warner están excluidas de la promoción”, ya que aunque se reduzca el precio de la entrada, la distribuidora sigue pidiendo el mismo fijo. 

La razón de esto es que en España había salas de estreno y de reestreno, distintos precios y los cines mandaban. El presidente de la Academia de Cine de España, González Macho, dice que tenemos un parque de salas sobredimensionado - y puede que tenga razón-  y decir que lo normal sería tener una pantalla por 25.000 habitantes, pero en España tenemos una sala por 14.000 habitantes, y mal repartidas, pues en muchas capitales de provincia no hay ni una”. En una ciudad como Córdoba con 330.000 habitantes tenemos tres espacios cinematográficos: el Guadalquivir Cinemas 10 3D – con diez salas y que en un día como hoy exhiben 14 películas- , el Arcángel con 15 películas para el día de hoy en sus 10 salas, y Cinesur , el tablero, con 14 películas y 15 salas, ubicadas únicamente en tres centros comerciales, ninguna en el centro de la ciudad. De hecho los cines que había en el casco urbano cerraron todos, al igual que les pasó a los otros dos centros comerciales – El del Zoco y el del Carrefour- que cerraron hace ya algunos  años. Son un total de 35 salas, lo que equivale a un cine por cada 9.429 personas. 
Según González Macho ante las peticiones de las majors que veían tantos cines en España se cedió mucho, en exceso. La propuesta para el director de la Academia es más cercana a la política de apertura de farmacias y estancos en España, que para mí es, a todas luces injustas y controlada por los lobbies. Y eso que en España no es fácil ni abrir un cine, ni exhibir públicamente una película. Aparte de todos los permisos que tienes que pedir para abrir un local al público, tienes que darte de alta en el ICAA, que depende del Ministerio de Cultura, como exhibidor cinematográfico. 
Además González y otros echan en cara que ahora algunos exhibidores que ellos casi califican de “suicidas” han tirado los precios… porque han decidido no digitalizarse. No tienen que pagar el cambio tecnológico y mientras haya copias en celuloide irán a muerte”. 
En este sentido, la crisis de la que estamos hablando aquí es una crisis motivada por los malos acuerdos con las distribuidoras, más que otra cosa. o como dije antes , firmar contratos con el diablo a cambio de reformar innovar las salas.

En otra ocasión hablaremos, en concreto, de la crisis del cine español, pero, por ahora, lo que quiero decir y lo digo porque es empírico, que a mejores precios, más afluencia de cine. Y, como siempre, en medio de esta guerra entre distribuidores y exhibidores estamos nosotros, los espectadores, que demostramos que vamos al cine en masa, siempre y cuando no nos cueste un ojo de la cara, no olvidemos que- tal y como aparece en la gráfica de arriba, el cine costaba en 1985, la mitad de lo que cuesta hoy- porque, en el fondo, todos quisiéramos ser como Ümit Mesut, entrar gratis al cine, pero asumimos que no podemos. Al menos podemos hacer algo: quererlo tanto como lo quiere él y sentir que el cine es una fiesta. 

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