martes, 18 de septiembre de 2012

La estrechez de la Calle Mayor

Hay películas que son grandes, pero que pasan en silencio al olvido. El cine español de los 50 produjo grandísimas obras. Era una industria como siempre afirmaron Berlanga o Fernando Fernán Gómez. Hoy los grandes son otros (Almodóvar, Amenábar o el director de Torrente). Los de antaño han pasado al olvido más absoluto. Ni cine barrio se acuerda de ellos. El blanco y negro es una especie de tiña. No es imaginable en un horario entre seis y nueve de la noche. Trabajo cuesta pensar que algunos grandes, grandísimos, como Berlanga, Bardem han pasado al olvido más absoluto.

Hace años muchos, muchos años, hubo un programa de televisión que presentaba Fernando Méndez Leite y que nos mostraba la historia del cine español. Nos acercó a lo que era una gran industria,  politizada muchas veces, pero siempre profesional. Producto de esa gran industria surge Calle Mayor, una película que mostraba las estrecheces y sobre todo las humillaciones que sufrían aquellas mujeres que no lograban casarse. Eran viejas prematuras, ciudadanas de segunda. Estaban condenadas al olvido, a la nada. Y esta película va de eso, pero también de las apariencias, de la falsa moral, de la mediocridad de muchas vidas y de la cobardía. Todo esto se refleja en la estrechez de la Calle Mayor.
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Calle Mayor – conocida en Estados Unidos como Lovebreaker , Main Street a nivel internacional y en Francia con “Grand Rue” es una película española de 99 minutos de duración y dirigida en 1956 por  Juan Antonio Bardem. Está basada libremente en la obra de teatro de Carlos Arniches La señorita de Trévelez que el propio Bardem adoptó firmando finalmente el guión.

La producción la encabezaba Cesáreo González para Suevia Films e Iberia Films, siendo realmente una coproducción pues participaron franceses tal y como se aprecia en el equipo técnico y en parte del elenco de actores/actrices.

En el apartado técnico señalar la música es de Isidro B. Maiztegui y Joseph Kosma. La fotografía, magnífica, en Blanco y negro  fue obra de Michel Kelber. El montaje fue asumido por Margarita Ochoa y la escenografía Enrique Alarcón. El vestuario obra de Humberto Cornejo.

La película está protagonizada por Betsy Blair (Isabel) , José Suárez (Juan) , Yves Massard (Federico Rivas), Manuel Alexandre (Luciano), Lila Kedrova (Pepita), Josefina Serratosa (Obdulia), Alfonso Godá (José María, Pepe “El Calvo”)  y Julia Delgado Caro (señora en la procesión), Dora Doll (Tonia), Luis Peña (Luis), José Calvo (Doctor), Matilde Muñoz (Chacha), René Blanchard ( Editor), María Gámez (Madre), José Prada (Evaristo) .  

La película se estrenó en España el 5 de diciembre de 1956, y ganó el Premio de la crítica FRIPESCI del Festival Internacional de Cine de Venecia y estuvo a punto de llevarse el León de Oro, que acabó desierto ese año, a pesar de contar con el mayor número de votos. Curiosamente se estrenó antes en Francia (octubre de 1956) que en España. Fue elegida en Bruselas una de las 50 mejores películas europeas de la historia. Además de los países que la produjeron se estrenó en otros como la República Democrática Alemana, Portugal ambas en 1957. Y un año más tarde se hizo en Estados Unidos y Alemania Occidental. En Suecia en 1959 y en el inicio de los 60 en Dinamarca.

La historia se inicia con una voz en off nos indica que a continuación se nos va a narrar una historia. En este momento se crea un doble nivel de ficción, ya que por un lado tenemos el mundo de este narrador y, por otro, el de la historia que el mismo nos introduce, y que se inicia a continuación. Esa voz en off nos presenta la historia la historia que vamos a ver y la vida rutinaria en una ciudad de provincia.

Una vez empieza esta historia que constituirá el discurso de la obra, un nuevo elemento se añade a esta trama de ficciones. Un carro fúnebre avanza parsimoniosamente por las desiertas calles de una ciudad. Cuando el carro se detiene dos hombres descienden de él y descargan un ataúd que llevarán hasta una casa próxima. Cuando estos desaparecen por el portal lo que nos viene a la mente es que alguien ha muerto en aquella casa. Pero instantes después lo que resultaba una obviedad resulta ser falso. Los dos hombres que instantes antes habían entrado serenamente en la casa portando el ataúd, salen ahora despavoridos, a la vez que vemos caer el ataúd de madera des de arriba. El desconcierto es tan sólo momentáneo, ya que enseguida comprendemos lo sucedido. La situación resulta no ser más que una macabra broma perpetrada por unos juerguistas. La víctima de la broma, un hombre a quien se suponía había que enterrar, y que ahora sale al balcón hecho una furia insultando a los dos individuos y gritando: “¡No estoy muerto, no estoy muerto!”.  Se trata de un grupo de amigos de una ciudad de provincias en los años 50 que para salir de su aburrimiento se dedican a gastar bromas como la de enviarle a un anciano profesor un ataúd, que tira a la calle. El eje vital de esa ciudad provinciana es su Calle Mayor.



Efectivamente, todos los personajes que en un momento u otro pasan por la Calle Mayor, sustentan sus vidas a través de fantasías construidas de forma más o menos consciente. El caso paradigmático tal vez sea el del grupo de amigos responsable de bromas como la que hemos visto al principio. Se trata de cinco hombres hastiados de la vida sin esperanzas que viven en esa ciudad de provincias, y que para escapar de la realidad se dedican a la diversión despreocupada. No se trata, pues, de simple aburrimiento como apunta el intelectual Don Luis. Pero como resulta imposible huir completamente del contexto de uno, los cinco hombres, hijos de su sociedad, terminan realizando las mismas prácticas que sus conciudadanos; es decir, la intromisión en la vida de los demás. Su entretenimiento pasa forzosamente por el otro, y aquí esto se materializa en la realización de bromas (una forma de creación de ficciones que, en su caso, adquieren una notable complejidad). De modo que terminan viviendo a costa de la vida de los demás, tal como hace el resto de la ciudad, cuyo deporte principal es el comentario impertinente sobre lo que hace o deja de hacer el prójimo y una despreocupación absoluta por los sentimientos de este. Por ello no debe verse en la actitud de estos hombres una falta de sentido ético.


Pero hay otro protagonista absoluto, la calle. Todo lo que se quiere mostrar y es mostrable por allí pasea. El dinero, la familia, la sociedad al completo. La calle mayor es un escaparate de lo que existe. Pues buen, por allí pululan un grupo de amigos. Entre estos hombres encontramos a Juan(José Suárez), , un recién llegado. Su mudanza no ha venido motivada por un progreso, todo lo contrario. Tal como se nos dirá, Juan albergaba, años atrás, grandes esperanzas sobre su futuro, unas esperanzas que a buen seguro no se verán satisfechas en esta pequeña ciudad. Juan está, pues, en proceso de hundimiento. Trabaja en un banco, y todo a lo que aspira ya es a subir pequeños peldaños en la oficina. Es por ello que se ha unido a “el calvo” y los demás para olvidarse de sus problemas. Aunque él es un poco diferente. Tal vez porque aún no se ha hecho a la idea de su nueva situación, los problemas le siguen rondando por la cabeza constantemente. Esta sensación de falta de libertad y de inhibición le hace susceptible a la presión del grupo, y a la postre provoca que se deje manipular por ellos. Y deciden una víctima propiciatoria. Una chica que pasea por la Calle Maor: Isabel. Hará ver que se ha enamorado de Isabel, una chica que a su edad es “mocita” (como se decía entonces) y va para solterona, a pesar de ser bastante agraciada, y no es ni tonta, ni mala persona.
La vida de la cuadrilla nos acerca a la noche en la una ciudad de apariencias con alcohol y prostitución.

Por su lado, Isabel es una mujer que, a su manera, también ha estado rehuyendo la realidad. Primero a través de la resignación, con la que se hace creer que no tiene posibilidad de hacer cumplir sus sueños, pero que tampoco pasa nada. De este modo no se molesta ni siquiera en intentarlo, evitando con ello un posible fracaso. Sueña con los trenes que parten de la estación y con las vidas de los personajes de las películas americanas, pero lo observa como un mito inalcanzable. Pero de repente la suerte parece sonreírle y su actitud pasa al otro extremo. De la aceptación pasa a la ilusión extrema. Ella se ilusiona como una muchacha de 16 años ante el amor fingido de él. Resulta espectacular la escena en la que ella va a rezar a la Iglesia, acompañada de su madre (por cierto, viuda de un militar muerto en la guerra y andaluza) y comprueba con temor y con nerviosismo si Juan está allí. Con el cruce de miradas se ve su ilusión y también la de su madre. La felicidad se adueña de ella y de la casa, como comprueba su chacha.  Las relaciones absolutamente castas se intensifican.
Ella ilusionándose y él enmarañándose. Y cuando le asaltan dudas (“¿Me quieres?”), ella misma rectifica inmediatamente y se autoconvence de que todo va bien, aunque la actitud de Juan parezca indicar claramente lo contrario. Como la apuesta con los amigos genera dudas le incitan a que le declare públicamente su amor y  que se conviertan en novios formales.
El proceso de enamoramiento es visible cuando ella aparece repitiendo su nombre (Juan, Juan, Juan….) tumbada en la cama,  mientras que él se tortura en su habitación, maldiciendo su apuesta y el daño que puede realizar.
Él la quiere, dice a su amigo de Madrid, como a una hermana o como se quiere a un animalito. Pepita, una de las chicas del lupanar al que va, y con la que tiene confianza, le dice que le diga la verdad, pues los remordimientos le dañan.

Tras la petición, ella habla de matrimonio y de planes de futuro y él calla cobardemente. La cosa va creciendo en intensidad hasta que él no encuentra como salir del engaño. Cuando le dice “¿Y si todo fuera un engaño?” ella le responde “Si se cayera la luna, si no me quisieras…”. Mientras tanto pasean juntos por la Calle Mayor, donde todo el mundo se conoce y llegan a planear incluso la boda. Isabel ama los sueños, pero Juan (ya) no. La escena de la visita a los pisos en construcción es sintomática. En las cuatro columnas un techo y el suelo ella ya se imagina un hogar con todo dispuesto, mientras que él lo único que ve es un vacío que representa la vida que tendrá si no sabe salir de la situación y termina casándose con Isabel.


Pero las ilusiones no son una exclusiva de ellos. Como la madre de Isabel y su criada, que se ilusionan pensando en el matrimonio de esta. Y también como Don Luis el filósofo, que ha decidido dejar de escribir, harto de buscar la verdad, y así poder tomarse una copa de vino tranquilo, tal como le dice al periodista Federico, el amigo de Juan.

Precisamente Federico es la nota discordante en todo este panorama, pero es que él no es de esta comunidad. Viene de Madrid, la gran ciudad, y no entiende la vida del pueblo. Él es un hombre que toca con los pies en el suelo. En una ciudad de provincias la vida está vacía, por eso la gente se dedica a cosas como meterse en la vida de los demás, ya que las suyas no tienen interés (son más dignos de compasión que de desprecio). Federico reconoce en un momento del filme que es en esta pequeña ciudad donde está descubriendo lo verdaderamente auténtico.

Es el día de la fiesta mayor de la ciudad, y se espera que Juan hará oficial, durante el baile, su compromiso con Isabel (aunque todo el mundo ya lo sabe). Juan debería ir a buscar a Isabel a su casa, pero no llega. Cansada de esperar –y, tal vez, con nuevas dudas – Isabel se dirige al lugar donde por la noche tendrá lugar el baile. Nada más entrar, la imagen se ve asaltada por un halo de irrealidad. Isabel comienza a observa la sala, aún vacía, con expresión ilusionada, imaginando lo que espera que ocurra pocas horas después. La puesta en escena (los movimientos de cámara y la iluminación, principalmente) se encargan de reforzar la fantasía de Isabel. Ella no sabe que Juan no vendrá, porque las contradicciones internas le han podido y ha decidido huir.

No volveremos a saber de él, es un personaje derrotado. Pero entonces aparece Federico que viene a desvelarlo todo, y le dice: “Todo es mentira: el baile, las cadenetas, Juan… el amor de Juan”. En ese momento todas las ficciones se desmontan. Se acabó la broma, se acabó el engaño, y aparece la cruda realidad.


Juan, como el cobarde que es, le cuenta todo a Federico. Éste le dice que le giga la verdad a Isabel, pero huye, y será su amigo quien muestra a Isabel la cruel verdad. Le propone que se marche en tren con él a Madrid y que escape de la atmósfera asfixiante de la ciudad, pero ella duda, en una impresionante imagen en la que el expendedor de billetes de pregunta una y otro vez ¿Adónde quiere ir?. Isabel en la estación tiene que decidir si sube al tren con Federico para empezar una nueva vida en Madrid. La música y los efectos sonoros suben de tono, y el montaje y las imágenes buscan una tensión contundente hasta entonces no vista.

Federico le ha ofrecido la oportunidad de comenzar una nueva vida dejando atrás los desagravios sufridos, ella no lo acepta. Lleva demasiado tiempo viviendo en una burbuja que la protege de la realidad. Subir a ese tren con Federico y marchar a Madrid significa enfrentarse a la vida, lo cual es un acto demasiado valeroso sobre todo para una mujer que ya estuvo resignada.

El tren se marcha, y como un yunque ella queda lastrada en la ciudad. La vuelta de Isabel a casa derrotada, una imagen de una poética incluso forzada, con la mujer andando sola por medio de la carretera y la torrencial lluvia empapándola. Mientras llueve a cántaros ella marcha por el centro de la calle, desprotegida de los soportales de la Calle Mayor, una calle grande de estrechas miras.

La película se comenzó a rodar en Palencia, pero por problemas políticos, que llevaron a su director Juan Antonio Bardem 15 días a la cárcel, se dejó de rodar allí. Tras interceder varias personas por él (incluido Chaplin) fue finalmente liberado pero ya no quiso volver a esta ciudad y el resto del rodaje se hizo en Cuenca, Logroño y en los estudios Chamartín de Madrid. La calle a la que hace referencia el título es en la actualidad la  calle Portales y la Plaza del Mercado de la capital riojana.

En 2006, coincidiendo con el 50 aniversario de la película, el Ayuntamiento de Logroño puso una placa en la calle donde se rodó y colaboró en la edición del libro Retorno a Calle Mayor. Seis miradas sobre la película de Juan Antonio Bardem.
Destaca sobre todo todas, la actuación de Betsy Blair. Es curioso ver décadas después cómo se llevaban los noviazgos entonces. Blair, una actriz estadounidense que estuvo casada con Gene Kelly, y que tuvo que venirse a Europa a trabajar tras verse en las listas negras norteamericanas.
La película fue la elegida por la Academia española para representar a España en los Óscar, pero finalmente no fue elegida.
Calle Mayor se recrea de forma especial en ese paseo porticado que preside toda la vida de la ciudad de Logroño y cualquiera que haya estado en la calle Portales de Logroño la reconocerá, pese a que al iniciar la película se hace hincapié en que la historia sucede en una ciudad de provincias indeterminada. Curiosamente mientras se oye la voz en off mientras que se una panorámica de Cuenca, al igual que todas las tomas en el exterior de la ciudad.
Aunque no hay mención a ninguna ciudad en concreto sí que en un momento un personaje habla de su prima de Logroño.
Lo que era la España de esos años, porque ahí no acabaron los problemas del director, censura aparte. La película era una coproducción con Francia. El festival de Venecia quiso que fuera, pero España se negó, así que fue Francia quien la llevó como “Grand Rue”. Acabó ganando el premio de la crítica FIPRESCI, una mención para Betsy Blair y se quedó a un paso de ganar el León de Oro, que acabó desierto pues la mayoría de votos que obtuvo no fue suficiente, pero se llevó otros muchos premios en otros festivales y fue elegida en Bruselas como una de las 50 mejores películas de la historia.
Bardem además de dirigir escribió el guión, que se basó libremente en la La señorita Trevélez, de Carlos Arniches, que ya había sido llevada al cine por Edgar Neville en 1935. En las dos participó María Gámez, como dato curioso.
Bardem y ella se conocieron en el festival de Cannes donde ambos resultaron premiados por Muerte de un Ciclista y Marty respectivamente. Allí el director le propuso hacer Calle Mayor. En el reparto también vemos a un joven Manuel Alexandre (fallecido en 2010) y entre otros a Lila Kedrova, una actriz rusa que ganó un Oscar como secundaria en Zorba el Griego unos años más tarde y que también huyó de su país, viviendo en Francia desde joven. Hablando de Oscars esta fue la película elegida por la Academia española para ir a los Oscars, pero no llegó a ser finalista.
Siempre se habló de una segunda parte, retomando alguno de aquellos personajes y los actores que aún estaban vivos, que nunca llegó a hacerse. Se rumoreaba incluso en los últimos años de vida de Bardem que un guión andaba rondando por ahí y que la producción era inminente, pero nada de nada. Ahora, tras la desaparición de Juan Antonio Bardem parece que la cosa sería más difícil.
Bardem desarrolló a la perfección el “realismo crítico” en su vertiente más dura y directa, que ya iniciara en “Muerte de un ciclista”, y que poco a poco le irá distanciando del estilo más sarcástico de su compañero Luis García Berlanga.
En “Calle Mayor”, examina la mediocridad de la vida en una pequeña ciudad de provincias, en la lastimosa España de los cincuenta (a pesar de la narración del prólogo, impuesta por la censura, que la sitúa en un lugar indeterminado).
El guión describe la ejecución de una macabra broma, maquinada por el grupo de señoritos que “se aburren”, contra una infeliz solterona, a la que, sin ningún respeto, nada les importará enterrar en su definitiva e irreversible frustración.
El verdadero acierto de Bardem, no va ha ser solamente la dura descripción de tan desagradable hecho. El estudio de las reacciones de los personajes centrales, víctimas del entorno en el que les ha tocado vivir; el examen del comportamiento de unos gamberros, que en su vida profesional responden brillantemente, pero que el ambiente cotidiano no les ofrece ninguna alternativa coherente a su conducta personal; y el análisis de la deprimente sociedad en la que se desenvuelven todos ellos, nos ofrece un completísimo mosaico de lo que era esta nación; encorsetada por una moral pacata e hipócrita, y por unas costumbres machistas y misóginas. Todo ello bendecido por una absoluta incultura, promovida desde los círculos del poder político y religioso.
La película, además del argumento central y del angustioso ambiente en el que se desarrolla, destila continuas referencias puntuales que completan la denuncia de un anquilosamiento social y cultural, que reclamaba urgentemente la huida hacia renovados objetivos.
Esta es sin duda una de esas películas de nuestro cine. La historia es impresionante y su trasfondo aún mejor, la interpretación sublime. Contiene un gran reparto, unos decorados caros e impactantes, propios del cine de nuestro tiempo. El filme consigue lo que pretende de manera muy satisfactoria, transmitir sentimiento y reflexión al espectador. Estarán de acuerdo conmigo en que además de estar infravalorada es una de las mejores obras de todos los tiempos.


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