jueves, 9 de mayo de 2013

Un actor entre las landas


Una noticia ha trastocado mis planes. Abría la prensa para ver la información que había sobre la huelga en la educación del día de hoy. Además de esa, esperaba informaciones varias, pero la que ha tenido más alcance para mí en el sentido emocional ha sido el anuncio de la muerte de uno de nuestros grandes actores, Alfredo Landa. Puede que se trate del mejor actor de su generación, y, posiblemente, de toda una época que tenía como referencias previas a Paco Rabal o a Fernando Fernán Gómez, pero también a coetáneos como José Luis López Vázquez, a Rafael Alonso, a Manuel Alexandre, o al siempre cabreado Agustín González. Y es que ha muerto Alfredo Landa, y con él se ha puesto fin a toda una época: el landismo.
Yo reconozco que no soy un aficionado al cine por los actores. Me inclino más por los directores. Considero que suelen ser éstos lo que dan marchamo a una película. En su defecto, me interesa la producción, que también hace mucho, si no todo, por definir una película. Pero también soy de los que reconozco la labor de los actores, porque lo que es indudable es que hay actores que marcan una película. Eso sí, también hay actores que – únicamente- participan o están en la película. Frente a éstos hay otros que llenan toda una pantalla y llevan el eso del filme. De estos últimos era un buen ejemplo Alfredo Landa. 

Desde mi punto de vista hubo varios landismos. Uno incipiente a finales de los 50, otro desarrollista coincidente con esa fase que marcó la Historia de España, posiblemente, es el landismo auténticamente casposo, pero necesario para la sociedad española del momento. Tras ello, eso sí, hubo otro landismo enorme, glorioso, que nos mostró un actor de talla, que se manejaba entre la comedia y el drama como pocas veces se ha realizado. Para mí Landa representa lo que Alberto Sordi en el cine italiano, siempre con alguna década de diferencia. Fue al igual que Landa un cómico que derivó en actor de carácter y drama. Yo diría, con matices, que tuvo una similar trayectoria. 

Es curioso pero yo descubrí como actor a Landa interpretando primero a Paco, el bajo. Y, más tarde, actuando en una historia de Televisión. Interpretaba a Ceferino Reyes y en su papel trabajaba en la COI, la Confederación de Ondas Ibéricas. Éste era uno de los protagonistas de la serie Tristeza de Amor.

Hacía un papel de periodista radiofónico que retornaba a su empresa. Creo que la serie empecé a verla por la música de Hilario Camacho, pero, más tarde, por Landa. Con el tiempo, fui más abierto de miras y descubrí a Landa longitudinalmente, en extensión. Lo valoré como actor de calado y, sobre todo, polivalente. 

Empezó a asumir – ya lo había hecho antes- papeles de peso como el del duro detective privado Germán Areta en el Crack. Con esa actuación de duro entre duros pisó el olimpo cinematográfico y, con ella, la gloria, ya sea nuevamente – lo hará en múltiples ocasiones- de la mano de José Luis Garci. Pero también lo hará de la mano de muchos otros como de la de José Luis Cuerda (especialmente encantador su papel de bandido - pero con buen corazón- Fendetestas en el Bosque Animado o acompañado de su marrana interpretando a Bartolomé). También será un magnífico Sancho Panza dirigido por Manuel Gutiérrez Aragón. Sin embargo, desde mi punto de vista, tocará el cielo con su papel de Paco, el Bajo, en Los Santos Inocentes con la dirección de Mario Camus, su interpretación cumbre, y por la que recibió un Premio de Interpretación ex aequo junto a Paco Rabal en el Festival de Cannes en 1984. 

He cambiado mi plan de cine para esta noche. Iba a quedar con Toni Soprano, pero se lo debo. Quedo con Alfredo, por supuesto, Landa. La película que he seleccionada ha sido - sin perdón- "La marrana".
Se trata de una película de 1992 dirigida y guionizada ( creo que no existe la palabra, pero me gusta) por José Luis Cuerda e interpretada, en sus principales papeles por Alfredo Landa y Antonio Resines. Participó en la producción como productor principal Javier Orce delegado de Antea Films o de Central de Producciones Audiovisuales S.L., a las que se unieron la Generalitat Valenciana y el Ministerio de Cultura, la típica alegría financiera de las subvenciones de los noventa como vemos . 
Los Productores ejecutivos fueron José Luis Olaizola y Rafael Díaz-Salgado, mientras que actuó como Productor asociado Pepe Ferrándiz. En otros apartados como la música el papel fue asumido por Javier Arias, David del Puerto, Jesús Rueda, mientras que la fotografía fue labor de Hans Burmann. Como director artístico estuvo Rafael Palmero, mientras que el vestuario fue obra de Javier Artiñano. En la labor de montaje participó Juan Ignacio San Mateo. 

Como actores participaron Alfredo Landa como Bartolomé Gutiérrez y Antonio Resines como Ruy. Como secundarios también están Agustín González (Ciego), Manuel Alexandre (Fray Jerónimo), El Gran Wyoming (Trovador), Cayetana Guillén Cuervo (Putilla) y Fernando Rey (Fray Juan). Otros secundarios son Antonio Gamero (Encargado Mancebía), Marta Dualde (Puta de Bartolomé), Antonio Dechent (Bartolomé de Torres).
La película se rodó en dehesas extremeñas, en Trujillo (Cáceres), en La Alberca ( Salamanca) y en Veruela y Vera de Moncayo, en la provincia de Zaragoza.
En un prólogo nos comenta los acontecimientos que marcaron el Reino de Castilla en 1492 como la entrada de los Reyes Católicos en Granada tras su toma, en enero de ese año; el edicto de expulsión de los judíos y los muchos impedimentos económicos que se ponen para su salida, y la obligatoridad del pueblo de Palos de Moguer a entregar naves y tripulación para ayudar a un desconocido navegante: Cristóbal Colón por haber realizado contrabando. 
Tras este prólogo nos encontramos en el verano de 1492 con un cazurro muerto de hambre de nombre Bartolomé Gutiérrez (Alfredo Landa) que después de pasar tres años cautivo en Túnez intenta regresar a Extremadura camino de Guadalupe. Vuelve a su tierra con tres fines: Primero, hartarse a comer cerdo, su manjar favorito, del que lleva en ayuno tanto tiempo sobre todo en tierras berberiscas; segundo, agradecerle a su tío, el abad de Guadalupe, que lo haya liberado, pagando el rescate; y tercero, que el mismo abad le dé una recomendación para que él pueda volver a embarcarse, si es posible no forzado y en galeras, como la última vez. El tiempo que ha pasado en el mar ha sido el más feliz de su vida. Tal felicidad la resume Bartolomé en un par de frases: "Comía todos los días. Todos los días, dos veces". Sólo el recuerdo le entusiasma. 

En el camino encuentra a una familia de judíos y lo asalta para robarle su comida. Consigue una cesta de ropa sucia por la caca de un bebe y la reprimenda de los soldados que rey, que escoltan en su salida a los judíos. El hambre lo devora y entra en una casa abandonada en la que se refugia. Ni una vulgar rata cae en su olla. Eso, y un accidente que casi le tira la casa en la cabeza, hace que se marche a vagabundear por el bosque en la noche. En eso se encuentra a Ruy Domínguez de Pasarón (Antonio Resines), envuelto en vendas sucias y andrajos, parece la momia de un alma en pena. 
Bartolomé intenta que Ruy sacrifique la marrana, aunque sea a pedazos. Una oreja, el rabo, pieza a pieza, ese cerdo en femenino le parece deseable. Pero Ruy se niega y , en parte, por una buena razón que le da a Bartolomé y lo frena: la marrana está preñada. Un jabalí verriondo la ha cubierto días antes. El mismo jabalí que, creyendo, sin fundamento, que el pobre Ruy pudiera ser rival amoroso en aquel trance, lo hirió, lo rompió y lo afrentó, intentando cubrirlo también, sin respetar que fuera varón. 
Bartolomé enreda a Ruy y le cuenta que es su tío- realmente se presenta como el hermano de la madre muerta de Ruy- y que lo busca desde hace un tiempo. Sin convencerlo, le propone seguir juntos. Ambos siguen el camino. Un camino que pretende uno llevarlo a Portugal, y otro – inicialmente a Extremadura- a dar gracias a su tío por haberlo liberado de la Berbería y , más tarde, rumbo a Huelva donde ha oído se habla de una expedición a descubrir nuevas vías comerciales. La marrana, si no es longaniza, si puede ser una carta o credencial para ese viaje de un tal Colón va a emprender a las Indias. 

A pesar de que Ruy intenta separarse de Bartolomé, uno y otro, sin parentesco, tienen lazos que lo unen: son unos pícaros y busca vidas. Ruy es un desertor de la guerra de Granada que se dirige a Portugal con esa marrana de pura raza ibérica que ha robado y, posiblemente, pertenezca a uno de esos judíos o cristianos que están siendo acogotados por ese injusta Tribunal del santo Oficio. 
El recorrido por las tierras de la dehesa lo lleva al convento de su supuesto tío y supuesto abad- realmente portero- Fray Jerónimo (Manuel Alexandre), quien le dará de comer y cobijo a su supuesto sobrino Bartolomé. 

En el convento conocen los admirables discursos contra el pecado de la carne de Fray Juan (Fernando Rey) y solicitan credenciales para ese viaje a ninguna parte que son las Indias. 
Por la noche comer, comen, pero también están hambrientos de la otra carne, de aquella que se vende en la mancebía que regenta el actor Antonio Gamero. De la amplia selección de personal que tiene el mancebo seleccionan a dos chicas por un saco, literalmente, de gallinas. Las putas elegidas son una silenciosa interpretada por Marta Dualde, y otra más lenguaraz, una irreconocible y muy desmejorada entonces - lo que hace el tinte y un buen asesor-,  Cayetana Guillén Cuervo. Esta última dice conocer carnalmente no sólo a Fray Juan, sino también al Obispo. Ruy le habla de su sueño portugués y la chica que no tiene opción sino a la pesadilla en ese pueblo, huye con él. A la salida del pueblo – ya con la carta de recomendación entregada por Fray Jerónimo- tanto el mancebo como alguno de sus clientes asaltan al trío formado por la puta, el desertor y antiguo galeote. El caso es que la chica finalmente retorna, muy a su voluntad, al pueblo. Y Bartolomé y Ruy rumian su soledad con la compañía de la marrana.

En el trayecto hacia Palos encuentran a un ciego (Agustín González) que recita en alta voz los cantares propios de su discapacidad. El ciego se muestra inseguro de su capacidad, pero ambos lo convencen de proceder. En esas están cuando a la cerda la monta un marrano, por lo que se descubre que Ruy es tan truhán como Bartolomé, y tan poco amigo de la verdad. A la llegada a un pueblo acompañan al ciego en su cantar, pues quiere convertirse en sus “agentes” para sacar lo que puedan. 
Pero la suerte no está con ellos pues en la localidad hay un joven trovador ( papel perpetrado, sí, perpetrado, por el supuesto actor y también supuesto humorista de nombre absurdo como él, el Gran Wyoming). Las viejas quieren escuchar al ciego y las jóvenes al trovador. 
Por la noche, y mientras Bartolomé y Ruy discuten sobre la necesidad de repartirse entre ambos músicos el mercado, el ciego y el trovador acuerdan lo mismo. La cena acaba en tormento para Ruy y Bartolomé, ya que el ciego no invitaba. Apaleados o trabajados en la Venta los dos pícaros que han unido sus destinos, que se han intercambiado engaños, y que, finalmente, han entablado amistad y confianza finalmente llegan a Palos de Moguer con la esperanza de embarcar en las naves de Colón, y así poder comer. 
El final de su viaje se acerca y a Palos de Moguer arriban gentes de aluvión, entre ellos convicto que quieren redimir sus penas con el viaje marítimo al Occidente. Entre ellos está Bartolomé de Torres (un joven Antonio Dechent) que liderando a un grupo de truhanes optan por emborrachar a Bartolomé y Ruy, robarle la marrana y darle una paliza, que casi les cuesta la vida. 
Al final estamos en el 12 de octubre de 1492, dos casi tullidos y desgraciados de nombre Bartolomé y Ruy se preguntan sobre el éxito o fracaso de aquel viaje en el que pretendían embarcarse. Sobreviven, que no es poco, en aquella España (...como en la nuestra). 
La película la enmarcamos en aquel cine que se hizo en España como conmemoración del V centenario del descubrimiento o encuentro con América. 
El director José Luis Cuerda, que hasta entonces había rodado para televisión y cine algunas comedias con toques surrealistas, decidió hacer su propia versión del aniversario: "En mi opinión, faltaba una perspectiva española de aquellos acontecimientos y me parecería tristísimo que se hubiese hecho con un enfoque de gran alharaca, panegírico y cantos de gesta. A mí no me interesa demasiado la vida de los héroes; es más, si profundizo en ella, termina repugnándome". 
La película se presentó en diversos certámenes cinematográficos, entre ellos en la Semana de Cine de Valladolid. Allí el periodista del diario El País, Ángel Fernández-Santos, escribió sobre la película lo siguiente "una película (está) destinada al éxito seguro. De manera algo tosca, con tendencia a la escatología y al diálogo de novela picaresca, José Luis Cuerda construye un relato muy bien ordenado, sólido y divertido, que atrapa con facilidad a la gente, sobre todo gracias a la contagiosa comicidad transmitida por Alfredo Landa, que da lecciones de buen histrionismo, de excelente sentido de la sobreactuación, y también a la sobria e igualmente divertida composición de Antonio Resines, cada día mejor actor". 
José Luis Cuerda estuvo de acuerdo con estos elogios a sus actores: "Debo agradecerle a la vida el hecho de que exista Alfredo Landa, que es uno de los mejores actores del mundo. Sin él, pero también sin Antonio Resines, que le da una réplica estupenda, o sin Agustín González, Manuel Alexandre, Cayetana Guillén Cuervo, El Gran Wyoming y Fernando Rey, que hacen unas intervenciones cortas pero espléndidas, la película no se mantendría en pie. Dado que el guión es premeditadamente barroco, los diálogos sin ellos sonarían imposibles". 

En Fotogramas Jordi Batlle Caminal, publicó que "En La marrana no hay grandilocuencia ni superespectáculo, ni mucho menos panegírico, sino todo lo contrario: mesura y modestia expositiva, personajes sin ninguna significación histórica -aunque ellos son, como siempre se dice, los que escriben la historia- y, hasta cierto punto, desmitificación. Luego está, claro, el mamífero de cuatro patas. Todo un símbolo sobre el que -nos viene a decir la película- gira la vida, todas las vidas y todas las esperanzas. Muerto o vivo, el cerdo es el mensaje". Igualmente dijo "Cuerda ha preferido recordar la odisea desde el punto de vista del humor y desde los personajes de a pie, y no desde los nombres propios que protagonizaron la gran aventura americana". 
Algunos críticos reprocharon a la película su afición por la escatología. Por ejemplo, Rodríguez Merchante, en Abc, dijo que "Cuerda decide hacer el marrano con La marrana, y lo anega todo de cacas y desperdicios. Hace circular la historia entre chistes, unos prescindibles y otros cochinos". 
Algo similar señaló Carlos Boyero, en El Mundo, pues lamentó las "toneladas de sal gruesa, la verborrea lógicamente escatológica, los chistes tabernarios...", lo que Cuerda respondió en el libro de Alberto Úbeda-Portugués: "Efectivamente, el asunto de la mierda está tan presente como en la vida misma. Una vez por día, más o menos". Y en el prólogo a la edición del guión, señaló: "He estudiado concienzudamente las circunstancias políticas, económicas, sociales, religiosas y artísticas que posibilitaron, antecedieron y rodearon al Descubrimiento. No hay afirmación, incluidas las de etnología y fauna fantásticas, cuya procedencia no pueda ser probada documentalmente. Y no hay detalle histórico que no haya sido mirado con lupa. En este apartado tengo que agradecer a Ramón Alba el que haya puesto a mi alcance la bibliografía que he manejado y sus conocimientos, paciencia, tiempo, buena voluntad y mejor humor". 
A pesar de esas pequeñas “mierdecillas” la Academia de Cine en la VII edición de los premios Goya concedió a Alfredo Landa el Goya al mejor actor y nominó a Hans Burman a la mejor fotografía. En los Premios ADIRCAE del año 1993 Alfredo Landa obtuvo igualmente el premio al Mejor actor. En el Festival de Cine de Comedia de Peñíscola ganó Agustín González el Mejor Actor por su corto papel de ciego. Obtuvo una nominación en el Premio dado por la Unión de Actores de Españoles a Alfredo Landa. 

Retornando a la película, comentar que en ella Landa hace de Landa, que es lo mismo que decir que hace de un hombre del común. Refleja a uno de nosotros, con toda su campechanía. Es Bartolomé Gutiérrez, pero podría ser cualquiera de nosotros en el siglo XV o en nuestros días, y lo hace como sólo él sabía, es decir, espléndidamente.
Reconocer que la película es un duelo interpretativo  con Resines como actor que hace de otro de los nuestros. Destacan igualmente las apariciones de esos secundarios de primera fila como en gran medida fueron, Fernando Rey, Manuel Alexandre, Agustín González o Antonio Gamero. 

He leído que la interpretación de Landa va de menos a más: comienza excesivamente caricaturesco en el arranque donde predominan unos desacertados monólogos al estilo teatral y termina convincentemente comedido. Los diálogos son asombrosamente ricos y poderosamente escatológicos. 
La historia que nos cuenta parece algo deshilachada, con episódicas situaciones y continuas reflexiones picarescas sobre la vida. No deja de ser una road movie de finales del siglo XV entre dehesas, aunque pensando en el protagonista no hubiese estado de más que se desarrollara entre esa densa vegetación de matorral que son las landas.

La España de estos dos vagabundos que anunciaba el siglo de Oro, se nos presenta en una de sus fórmulas más precisas: la picaresca como agudeza del ingenio con la finalidad de comer y con escape para salir de la miseria. Lo más llamativo es que como país no hemos cambiado mucho. Somos igual de pícaros, vamos, igual de fulleros que los protagonistas, pero con una diferencia: ya no somos fulleros por culpa del hambre, ahora lo somos en gran medida por el hambre...de dinero.




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