jueves, 27 de julio de 2023

La bella y la bestia



Jean Cocteau firma, esta con una estrella de David, en 1947 una joya del cine, un clásico entre los clásicos: la Bella y la Bestia. 

Escribía Terenci Moix en los ochenta que la fortuna crítica de copto parecía haber descendido mucho últimamente e incluso que era muy probable que sea un nombre con poco que decir a la reciente promociones de lectores o espectadores. Sin embargo durante tres décadas estuvo siempre presente en todas las formas de la creación cultivadas en Francia convirtiéndose en un icono cultural imprescindible. Desde su apartamento del Palais Royal seinmiscuyó en la novela la poesía el teatro prosa la pintura el ballet la ópera y por último en el cine, una disciplina en la que quiso ver la síntesis de todas las demás. 

La obra cinematográfica de este director se distinguía por un eclecticismo en absoluto distinto a sus aproximaciones a las otras artes. 

En 1930 cuando realiza su primera obra, Le sang d'un poète se acogió a los postulados más ortodoxos del surrealismo y aportó una serie de aproximaciones enteramente nuevas en la que no es posible descartar su visión del mundo homosexual. Esta visión continuará imperando a lo largo de toda su obra con aspectos diáfanos que la crítica pacata se obstinó siempre en silenciar. De hecho esta visión traducida en símbolos vivientes es la que justifica en la actualidad ese film que por lo demás se limita a cultivar con mayor o menor acierto el profundo sentido de la libertad estética del movimiento a que se acoge. 

Hasta mil novecientos cuarenta y seis no volvería a ponerse tras las cámaras y en el período intermedio tremendamente conflictivo se produce su efervescente actividad en otra disciplinas concentradas y la permanente edificación de realidad es al tiempo que se consolida la creación, típicamente cocteauniana, del poeta como demiurgo, de feroz egocentrismo que implica la creación de un universo de esferas superiores, quintaesenciales, completamente alienadas de todo contacto con la realidad inmediata. 

Decía Terence Moix que " el poeta como oficio como jerarquía como derecho como uniforme de ir por la vida pasa a los dominios de la creación cinematográfica con idéntico sentido de la omnipresencia tan irritante como fascinadora. Y si en algunos casas, la alquimia propuesta por Cocteau se muestra demasiado irreverente, y acaso excesivamente asumida, su siguiente filme disculpa todo cuanto en esta actitud pudiera parecer pasado para triunfar por los caminos de la fascinación absoluta". 

Ese film no era otro sino La belle et la bête (1946) que contó con la ayuda de René Clément como segundo, la fotografía de Henri Alekan y la música de Georges Auric, y que ha sido definida como una obra destinada a provocar la fascinación de los niños y a la vez la pasión del cinéfilo. 

Evidentemente su estética va mucho más allá de la literatura y amparándose en todos los pretextos del prestigio organiza una auténtica kermese de motivos visuales que alternan la herencia del surrealismo con la del barroco y los recursos del ballet con los de la gran ópera. 



Mucho tiene que ver esta película con la que en 1992 Disney llevó gran pantalla una película de animación que también se convirtió en un clásico, cierto es que las dos tienen en común una historia pues se basa en un cuento francés. 

Tomando la conocida fábula, sin pedir excusas por cierta sumisión a la exigencia del género, Cocteau organiza el mecanismo de la fascinación con tal rigor que el reconocido egocentrismo de sus temas mayores desaparece en provecho de la obra en su totalidad. 

En esta en este caso la historia nos relata que hace mucho tiempo un armador francés vivía con su hijo ludovic y sus tres hijas Felicie, Adelaïde y la dulce Bella y sufría las turbulencias de la vida al perder parte de su mercancía en un naufragio esto le llevaba a la ruina. 



Una tarde tormentosa cuando el padre venía de negociar un requerimiento con una empresa armadora que se había quedado con parte de la producción de su barco este se pierde en el bosque y encuentra el refugio en un castillo misterioso. 

Su presencia en principio no importa al dueño del lugar una criatura mitad hombre mitad bestia. Largo cuando el padre quiere llevar un regalo a su hija en concreto una rosa provoca la ira de esa bestia. 

Para salvar la vida de su padre Bella se ofrece como moneda de cambio y se traslada al vivir al castillo. 



Para esta obra Cocteau contó con uno de sus intérpretes favoritos Jean Marais. Un actor que también fue su amante tal y como relató el director en su libro "Histories de ma vie". Un libro de absoluta generosidad que confirman los aspectos míticos de la legendaria pareja y el lugar insustituible que el joven Marais ocupó en la obra toda del poeta incluso en detrimento de sus propios intereses. Porque Jeanut, como le llamaba Cocteau, vivió intensamente el drama de no ser profeta en su tierra. 


Para Roman Gubern el retorno de este director tras quince años de inactividad, para contarnos "la redención del monstruo por el amor de la dama vista con su temperamento mórbido y misógino". 



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