lunes, 11 de febrero de 2013

Todo por un barrunto


Si esta semana escribía sobre la última película censurada, el desencanto, hoy escribo sobre una película secuestrada por el Gobierno de la UCD. El ministro de cultura el historiador Ricardo de la Cierva pidió que se pusiera la película a disposición militar, y que fuese secuestrada durante más de año y medio y su realizadora objeto de un proceso militar. Y eso que la censura había desaparecido oficialmente a principios de 1977. 

Las razones que se esgrimieron pudieron ser de índole moral, las escenas de la tortura son aterradoras, aunque no cabe duda que tuvo igualmente peso la fuerte crítica hacia una institución como la guardia civil, presentada como auténticamente torturadora. 
Esta es la historia de un crimen que nunca existió. Un crimen que nos fue relatado literariamente por Ramón J. Sender en su obra El lugar de un hombre (1939). Por suerte o por desgracia el libro cayó en manos de Pilar Miró y de Lola Salvador Maldonado ,autora igualmente del libro El Crimen de Cuenca publicado con el mismo título por la editorial Argos Vergara y que se basaba en hechos reales sucedidos a principios del siglo XX en los municipios de Tresjuncos y Osa de la Vega, y que tiene como epicentro el juzgado de Belmonte, todos municipios de la provincia de Cuenca .

La película es el Crimen de Cuenca y fue dirigida por Pilar Miró en 1979 y se convirtió en un éxito, pese a ser estrenada bajo el anagrama S. 

Se trata por lo tanto de una película española que contó con la producción de Alfredo Matas representante de la In-Cine Compañía Industrial Cinematográfica y Jet Films. El apartado musical fue encargado a un músico de la época Antón García Abril. La luminosa e intensa fotografía fue obra de Hans Burman, mientras que el montaje correspondió a José Luís Matesanz. Papel importante en la película dadas las brutales palizas que presentan es la del maquillaje, labor que recayó José Antonio Sánchez. El vestuario correspondió a Cornejo, el equipo de iluminación a Gecisa y los títulos a Madrid Film S.A. y Story Film-Pablo Núñez.

Los protagonistas fueron muchos grandes de la época como Amparo Soler Leal (Varona), Héctor Alterio (Juez Isasa), Daniel Dicenta (Gregorio Valero Contreras), José Manuel Cervino (León Sánchez Gascón), Mary Carrillo (Juana, madre del Cepa), Guillermo Montesinos (José María Grimaldos López, «El cepa»), Fernando Rey (Diputado Contreras), Mercedes Sampietro (Alejandra), Nicolás Dueñas (Juez primero), Félix Rotaeta (Secretario del juzgado) . 
Un cantar de ciego da inicio a la película, introduciéndonos en el supuesto asesinato. El 21 de agosto de 1910, un día de verano, Juana, madre de un chico, busca a su hijo por una zona pantanosa en la que supuestamente se están dando barro. Estamos en el pueblo de Osa de la Vega, provincia de Cuenca, y la desaparición del pastor José María Grimaldos, un joven de 28 años apodado «El Cepa», pastor de oficio y compañero de los anteriores, quien fue visto por última vez en la carretera que une Osa de la Vega con Tresjuncos cuando iba a la venta de un rebaño de ovejas. 

La familia de «El Cepa» denuncia la desaparición y en las pesquisas judiciales la madre, Juana, denuncia a sus dos compañeros, el guarda Gregorio Valero y el mayoral León Sánchez Gascón, de matarle para robarle el importe de la venta de las ovejas. El pueblo les acusa, incluso la mujer de Gregorio reúne pruebas contra ellos. En principio, no hay cuerpo, no hay caso. Es conocido que «El Cepa» es una persona a la que le gusta perderse. A finales de septiembre el juez municipal de Osa de la Vega – un juez tachado de liberal- remite las diligencias al juzgado de Belmonte que abre el sumario 94/1910. 
Tras pesquisas en las que se pregunta a Gregorio Valero Contreras y León Sánchez Gascón sobre si han visto al pastor en la misma finca donde trabajaban “El Cepa” y diligencias este juzgado sobresee la causa en septiembre de 1911. No hay cuerpo, no hay caso. 
En 1913 llega un nuevo y conservador juez a Belmonte, Emilio Isasa Echenique, quien al poco tiempo, influenciado por el cacique local y diputado conservador Contreras, decide reabrir el sumario. Por orden del nuevo Juez, los acusados son detenidos y brutalmente torturados por la Guardia Civil. Tras unos interrogatorios que son la máxima expresión de la crueldad humana que se ha llevado al cine (brutales palizas, arrancamiento de unas, atar al techo por sus partes, hierros en la boca, y otras vejaciones de grueso tamaño, y comidas sin agua a base de bacalao sin desalar- …) declarándose ellos mismos – como no, después de esto- autores confesos del crimen, y posterior descuartizamiento del Cepa. aunque nunca aparece el cuerpo de la víctima. 

Se prolongan las diligencias judiciales durante años y el caso es remitido a la Audiencia de Cuenca donde el fiscal pide la pena de muerte para ambos acusados. Finalmente, el 25 de mayo de 1918 el jurado popular declara a los acusados culpables del asesinato y la sala los condena a 18 años de cárcel. Por aplicación de indultos ambos salieron de la cárcel en libertad condicional el 20 de febrero de 1924 habiendo sufrido en total once años de prisión, cinco en Belmonte y seis en penales de Valencia y Cartagena tras la sentencia judicial. 

Volvemos al cantar de ciego. Y su cantinela está siendo escuchada por un vecino de un pueblo conquense. El vecino, un pastor, escucha nerviosamente al ciego. Le pide una de las hojas que narran el famoso crimen de Cuenca, él sospecha que hablan de él, pero no lo puede comprobar al no saber leer. A primeros de 1926, dos años después de haber recobrado la libertad los procesados, el cura párroco de Tresjuncos recibió una carta del cura de Mira, un pueblo situado al otro extremo de la provincia de Cuenca en la que le pedía la partida de bautismo de José María Grimaldos «El Cepa», quien vivía allí y deseaba contraer matrimonio. En ese momento se pone en evidencia la inocencia de los que fueron condenados. 
Es gracioso comprobar como la guardia civil que lleva al “Cepa” de Mira a Tresjuncos y custodia al desaparecido que al llegar al pueblo va diciendo a sus paisanos «me dio un barrunto y me marché». 

Cuando los dos acusados se encuentran en las puertas del juzgado de Belmonte, se miran y se abrazan tras tanto tiempo de injusticia. 
Al final de la película y con el fondo de escritura se nos informa que el Ministerio de Gracia y Justicia ordenó revisar la causa y el Tribunal Supremo declaró nula la sentencia, además de ordenar concederles una indemnización a los que la Justicia había culpabilizado. Con la imagen sobre puesta de los responsables del caso y ya resuelto el caso, el cura de Tresjuncos apareció ahogado y el juez Isasa murió en su casa de Sevilla por una angina de pecho. El pueblo prefirió hablar de suicidios en ambas muertes. 
La película se rodó en diversas localidades conquenses como Belmonte, La Celadilla, Osa de la Vega, y Tresjuncos. Fue presentada en febrero de 1980 a la Sección oficial de largometrajes Festival de Berlín. Se estrenó con gran éxito en agosto de 1981 después de que la cinta fuera secuestrada por la autoridad militar, y su directora, objeto de un proceso también militar. La película dado el revuelo previo fue todo un éxito eso sí, con el anagrama "S" que se le daban a las películas eróticas o, como en este caso, muy violentas.  

De ella Fernando Morales en el Diario “El País” escribió lo siguiente: "Las torturas son llevadas a la pantalla con demasiada minuciosidad y mucho problemas con la censura, en una historia que no los dejará impasibles".Vicente Molina Foix dijo de esta película que era un ejemplo "poderoso del cine-choque, cine de catarsis, cine liberador a través de unas imágenes convulsivas...".
Este narración visual ha pasado a la historia como uno de los mayores errores judiciales y fue utilizado por la prensa de la época para cuestionar el sistema, el sistema judicial y los métodos de la Guardia Civil, entre otros la tortura. 
Podríamos entender que el crimen del este año se cumple el centenario y del que se refiere el título, es el cometido por la Guardia Civil al torturar a los sospechosos y por el Juez Emilio Isasa Echenique. Un dato curioso y veraz es el apodo del “Cepa”, pastor en casa de Francisco Antonio Ruiz obedecía a un doble motivo y que la película refleja con claridad meridiana en el papel que asume Guillermo Montesinos: apenas medía metro y medio de estatura y su inteligencia era igualmente corta. 
La historia real nos cuenta que fue la familia de Grimaldos la puso denuncia sobre su desaparición en el Juzgado de Belmonte. En dicha denuncia apuntan al mayoral León Sanchez y al guarda Gregorio Valero, ambos también trabajadores de Francisco Antonio Ruiz, ya que según los familiares de “El Cepa” ellos solían importunarle y mofarse de las pocas luces del desaparecido. Presuntamente le habían asesinado para apropiarse del dinero procedente de la venta de unas ovejas. 
El juez Emilio Isasa, cuando llegó hizo oídos a las quejas de los vecinos de Tresjuncos, que por cierto no podían llevarse peor con sus vecinos del pueblo colindante, y a los comentarios de que tuviera cuidado ya que por aquellas tierras “los asesinos andan sueltos”. El juez se tomó al pie de la letra aquellas acusaciones (por lo tanto, no hubo de por medio mediación del político conservador) y ordenó la reapertura de las actuaciones, la detención de León y Gregorio y que se levantara acta de defunción de Jose Mª Grimaldos, a pesar de no existir cadáver. Es en este momento cuando comenzó el calvario de torturas para los acusados a manos de la Guardia Civil. El jurado popular los culpó tras debatir media hora y los enviaron 18 años a la cárcel; aunque salieron doce años después, sus vidas quedaron destrozadas y marcadas por la desconfianza general. 
Existen algunas diferencias con respecto a la realidad. Por ejemplo, el cura trató de ocultar la noticia durante meses por temor a un escándalo, pero las frecuentes visitas del Cepa a Tresjuncos, inquieto por no saber nada de su partida de bautismo, precipitaron los acontecimientos. El tremendo error judicial cometido levantó una fuerte polémica periodística en la España del régimen de Miguel Primo de Rivera. Ángel Luis López Villaverde, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, explica que «la prensa más liberal, periódicos como El Sol, El Liberal o El Heraldo de Madrid, le dio una relevancia enorme, pidiendo responsabilidades por el error judicial de Belmonte. Por otro lado, la prensa más conservadora -El Debate- casi obvió este caso. El curioso que "El Sol" enviara a Ramón J. Sender a cubrir el caso.

La instrucción del caso fue un despropósito de principio a fin, ya que ante las torturas los detenidos tuvieron que empezar a inventarse cosas, tales como el lugar donde escondieron el cadáver, lugar en el que cuando iban a buscar, obviamente, no había nada. En la película vemos como primero buscan en un espacio y al no encontrar nada le dan un tanda de golpes, y finalmente, buscan en el cementerio donde encuentran restos , pero que no corresponden con el fallecido ni por sexo no por edad . Finalmente para salir del paso llegaron a la versión de que lo habían troceado y se lo habían echado a los cerdos. En el colmo del despropósito no faltaron incluso testigos oculares del crimen. 

Así en 1918 comenzaba en la Audiencia Provincial de Cuenca un juicio que condenaba a ambos acusados a 18 años de prisión, de los que cumplieron 12 años. León cumplió condena en la cárcel de Cartagena y Gregorio en la Valencia y ambos fueron liberados el mismo día, hecho que facilitó el que se encontraran en la estación de autobuses de Socuéllamos de regreso a sus casas. Regreso también difícil, ya que seguían siendo señalados y tachados de asesinos, siendo totalmente marginados por sus vecinos. 
Esos 12 años fueron un infierno para las familias, ya que eran señalados por la calle como “los familiares de los asesinos”, además ambas familias se reprochaban mutuamente ser los responsables del asesinato, dentro de cada familia hubo igualmente dudas respecto a la culpabilidad o no de los cabeza de familia y entre el pueblo del “supuesto muerto” y el de los “supuestos asesinos” estalló un conflicto de odios y rencillas que duró décadas. 
Tenso fue también el momento en el que ambos se vieron frente a frente con Grimaldos, este llegó llorando y se arrodilló ante ellos pidiendo perdón, y que su desaparición de debió a “un barrunto” que le dio tal y como reconoció a Ramón J. Sender cuando este viajó hasta su casa como cronista de la publicación “El Sol”. Las familias de los acusados reprocharon posteriormente a la del Cepa que sabían que su familiar estaba vivo, y que los había visitado en Tresjuncos en varias ocasiones, tal y como se desprende de testimonios de niños que afirmaban ver al Cepa en una matanza y que preguntaban “… si los espíritus también comían gachas”, la familia Grimaldos desmiente estas afirmaciones y sostienen que los padres del Cepa murieron con la pena de creer muerto a su hijo. 

El Estado por su parte resarció a los condenados dándoles un trabajo de guardas en el madrileño parque de El Retiro. Lugar en el que algunas fuentes sitúan un encuentro casual de ambos con el sargento de la Guardia Civil Juan Taboada Mora, el responsable de sus torturas, este encuentro se saldó con que ambos guardas la emprendieron a patadas y puñetazos con el sargento y que la cosa no fue a mayores porque otros guardias civiles apaciguaron el incidente, y hay quien incluso sostiene que la muerte de este sargento durante la Guerra Civil se debió a la venganza de ambos encausados. 
Gregorio terminó sus días en Madrid y sus restos reposan en el cementerio de la Almudena, León regresó a Cuenca primero al Pedernoso y finalmente a Villaescusa de Haro, localidad de la que era originaria su mujer.  
Estamos ante una historia impactante y sobrecogedora así como un magnífico testimonio de una historia verídica en donde la tortura y las vejaciones juegan un papel central . Igualmente la historia de un pueblo sumido en la más profunda de las ignorancias y la más brutal de la opresiones, en la que “un barrunto” da inicio a la brutalidad no sólo de la Guardia Civil, sino también de los caciques del pueblo, visibles en el diputado, el juez y el cura. 
Sin embargo, Pilar Para nos presenta una historia diferente en la pequeña ficha que sobre la película presentó la revista tiempo sobre "El mejor cine de la transición". Pilar Parra en la referencia que hace sobre el "Crimen de Cuenca" que para 1926 , uno de los protagonistas reales se había suicidado y el otro ha fallecido de muerte natural.  
La música es magnifica te pone los pelos de punta con una banda sonora apropiadísima, que en ocasiones ejerce como pieza fundamental para construir una quebradiza atmósfera alrededor de todo ese halo de tortura y desesperación psicológica (mostrada con acierto en algunas secuencias, como la del riachuelo al lado del cementerio). 
Miró decide que su relato no es más que una historia sobre dos amigos, dos amigos que, por fuerza mayor, son obligados a actuar de un modo que no les hace justicia, que les delata como personas débiles y cuya fortaleza queda sumida ante una situación límite como esa, pero que terminan redimiendo sus pecados en una conclusión digna de elogio y que nos aclara definitivamente cual era el punto al que quería llegar la cineasta. 

Hay un importante reparto de actores españoles destacados de la época,los setenta, con la colaboración especial de Fernando Rey, al que los papeles de hombre ilustrado o aristócrata le sientan tan bien y en los que brilla especialmente. Destaca también, entre otros, Amparo Soler Leal, en su rol de esposa sufridora que se pondrá en contra de su marido para proteger a sus hijos, y la de los sufridores como Valero y Sánchez (interpretados por Manuel Dicenta y José Manuel Cervino respectivamente) o la corta pero muy efectiva aparición del "corto" Cepa,  Guillermo Montesinos. 
Todos en conjunto, elenco y equipo técnico, encabezado por lo que más tarde fue directora de televisión española , consiguen dibujar en esta su segunda película, una magnífica ambientación de la España rural de principios de siglo XX, tan precaria y lastimosa. La cámara de Pilar Miró capta con gran verismo las duras condiciones de vida de entonces. Es, según palabras de Molina Foix, la denuncia de una alienación moral, de un abuso trágico. 

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