Lo primero que hice fue leer el libro. Era una novelita corta que se vendía con el título de Cachito, y que fue publicada por Alfaguara, una vez que, al parecer, había sido publicada por entregas en El País y que , inicialmente, se titulaba "Una cuestión de honor" .
Se trataba de un cuento con buenos y malos para adultos que al transformarse en película da lugar a una road movie, en la que está presentes las aventuras y la miseria y la picaresca española.
Al hacerse película el título de la película se transforma Cachito y que fue rodado, entre Madrid y Tarifa (Cádiz) por un director bilbaino que - por entonces- tenía 32 años, nacido en 1962, aunque también fue guionista y profesor en el departamento de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, tras licenciarse en Ciencias de la Información (rama de Publicidad) por la Universidad del País Vasco.
Tras varios cortos dirige en 1987 su primer largometraje, Tu novia está loca, comedia con Antonio Resines y María Barranco, pero que tuvo cierto éxito en 1991 dirigió Todo por la pasta, y que le hizo que se le vinculara el género de la comedia.
Gran parte de ellas serán de encargo para el productor Andrés Vicente Gómez, entre las de Cómo ser infeliz y disfrutarlo (1994) y Cuernos de mujer (1995), ambas películas estaban basadas en unos libros de la periodista Carmen Rico-Godoy.
Sin embargo, poco después tuvo la opción de adaptar un relato de Arturo Pérez-Reverte, Cachito, lo que le dará pie para trabajar también en el guión de la adaptación cinematográfica de otra novela, en este caso, de Pérez-Reverte, El club Dumas, que, con el título de La novena puerta, será llevada a la pantalla años más tarde, y dirigida por Roman Polanski en 1999.
Un asunto de honor, el relato breve de Arturo Pérez-Reverte, era una obra maquinea, en el ambiente de un puti-club de carretera. En la historia había una banda de malos, "malísimos", con Sancho Gracia, Elvira Mínguez y Aitor Mazo; por otra, de buenos, no muy inteligentes, personificada en Amara Carmona y Jorge Perugorría.
El cartagenero Arturo Pérez-Reverte había concluido su obra en julio 1994 “Un Asunto de honor”, que se convirtió en Cachito en 1995.
El director que años después sería el responsable de La caja 507(2002) o No habrá paz para los malvados ( 2011), dos thriller y que en diciembre de 2006 se convirtió en vicepresidente primero de la Academia de Cine, al resultar ganadora la candidatura encabezada por Ángeles González-Sindese lanzó al vacío con un guión de Francisco Pino, Jesús Regueira, Imanol Uribe y el mismo Enrique Urbizu, partiendo - claro esta- de la novela de Arturo Pérez-Reverte y con el apoyo en la producción de Antena 3 Televisión , Origen PC , Aurum Producciones, Canal + España y Producciones Cinematograficas SA siendo Líder Films la distribuidora.
La película contaba con la música de Bingen Mendizábal, la fotografía de Alfredo Mayo , hijo del mítico actor .
En el reparto aparecen el cubano Jorge Perugorría como Manolo , Sancho Gracia como Rafael, Amara Carmona como Toñi , Elvira Mínguez como Nati , Aitor Mazo como Gordo - o Porky- Sara Mora como Aurora , Luis Cuenca como Señor o Sidi , Pilar Bardem como Prima, Pepo Oliva como Lucas , May Pascual como Ameli, Txema Blasco como Don Cayetano, Lola Lemos como la abuela, Carmen Sánchez como Trujillo , Roberto Cairo como el Guardia Civil , Sayago Ayuso como Nazario.
La historia comienza momentos antes de que muera la abuela (Lola Lemos)de una niña de 16 años de nombre Toñi (Amara Carmona), una chica que había sido abandona por su madre y dejada a su abuela y que vive en una casa de campo de un pueblo extremeño del que no había salido nunca.
La chica se echa a la carretera con la vieja foto y una carta , la última escrita por su madre, en la que cuenta que está trabajando en un un hotel llamado Paraíso de la localidad de Jerez de los Caballeros.
La chica , que no ha salido en su vida del pueblo, hace autostop y es recogida por un camionero solitario que la deja en el lugar de trabajo. El camionero Manolo (Jorge Perrugorría) tiene sus dudas al llegar pues ve que el hotel en cuestión en un puticlub de carretera , de los muchos que tachean la geografía española. La chica insiste y se baja del camión, despidiéndose del camionero.
Tras eso la chica llama a la puerta, pero nadie le abre. Eso sí, tras unos momentos se persona un extraño personaje, el Gordo o Porky (Aitor Mazo), vestido como la camiseta del Betis, que le lleva al interior del complejo. Allí hay tres chicas comiendo, entre ellas una que se hace llamar la Trujillo. Pero , tras la llegada de María, irrumpe en la cocina, Nati (Elvira Mínguez) quien le pregunta qué hace allí. Tras hablar con ella y decirle que busca a su madre, le dice que se olvide del tema y que se vaya. A la salida María se para con la Trujillo, a la que ayuda a recoger la ropa, pero en eso llega el dueño del club, Rafael (Sancho Gracia) , completamente bebido.
La chica que no sabe dónde ir, protegida por la Trujillo, se queda en el almacen, refugiada con una manta y detrás de unas casas de botellas vacías. Pero la mala suerte hace que ese sea el lugar en la que Rafael guarda la cocaína para él y sus clientes. Tras descubrir a la chica y saber que es la hija de su antigua trabajadora, pretende violarla , pero es detenida por Nati que le dice que sería muy retable venderla como virgen a Don Cayetano.
Aprovechando un descuido de Rafael la chica logra escapar del local y meterse en el camión de Manolo , el camionero de 27 años y ex presidiario, que llega al puticlub que dirige Rafael (Sancho Gracia) y en el que trabaja Nati (Elvira Mínguez) acompañado de un amigo que en breves fechas se va a casar.
Mientras tanto Toñi se escapa y busca refugio en el camión de Manolo. Toni se esconde en el compartimiento con litera detrás de la cabina del camión de Manolo, pero éste , al darse cuenta de su presencia, y pese a que ella le confiesa que tanto la Nati como Rafael, le han vendido por 300.000 pesetas su virgo a Don Cayetano, un tipo enriquecido de gustos exclusivos - con farlopa incluida- , Manolo no la cree y llama al puticlub creyendo que es familiar de los dueños del club.
Tras ponerse desde un bar de carretera en la que la chica pide unas fantas y dos toblerones llega llega Rafael (Sancho Gracia). La chic se resiste a Don Rafael, pero es retirada por el Gordo y Rafael , se despide amablemente de Manolo, y se ofrece a pagar la cuenta.
Como quiera que el conductor sospecha que las maneras de Rafael esconden un lado turbio, así como la resistencia de Toni con Porky para entrar en el coche , y no pudiéndosela quitar de la cabeza, regresa a Club Paraíso donde logra rescatar a Toñi justo cuando se está a punto de consumar la violenta pérdida de su virtud.
Tras eso la chica llama a la puerta, pero nadie le abre. Eso sí, tras unos momentos se persona un extraño personaje, el Gordo o Porky (Aitor Mazo), vestido como la camiseta del Betis, que le lleva al interior del complejo. Allí hay tres chicas comiendo, entre ellas una que se hace llamar la Trujillo. Pero , tras la llegada de María, irrumpe en la cocina, Nati (Elvira Mínguez) quien le pregunta qué hace allí. Tras hablar con ella y decirle que busca a su madre, le dice que se olvide del tema y que se vaya. A la salida María se para con la Trujillo, a la que ayuda a recoger la ropa, pero en eso llega el dueño del club, Rafael (Sancho Gracia) , completamente bebido.
La chica que no sabe dónde ir, protegida por la Trujillo, se queda en el almacen, refugiada con una manta y detrás de unas casas de botellas vacías. Pero la mala suerte hace que ese sea el lugar en la que Rafael guarda la cocaína para él y sus clientes. Tras descubrir a la chica y saber que es la hija de su antigua trabajadora, pretende violarla , pero es detenida por Nati que le dice que sería muy retable venderla como virgen a Don Cayetano.
Aprovechando un descuido de Rafael la chica logra escapar del local y meterse en el camión de Manolo , el camionero de 27 años y ex presidiario, que llega al puticlub que dirige Rafael (Sancho Gracia) y en el que trabaja Nati (Elvira Mínguez) acompañado de un amigo que en breves fechas se va a casar.
Mientras tanto Toñi se escapa y busca refugio en el camión de Manolo. Toni se esconde en el compartimiento con litera detrás de la cabina del camión de Manolo, pero éste , al darse cuenta de su presencia, y pese a que ella le confiesa que tanto la Nati como Rafael, le han vendido por 300.000 pesetas su virgo a Don Cayetano, un tipo enriquecido de gustos exclusivos - con farlopa incluida- , Manolo no la cree y llama al puticlub creyendo que es familiar de los dueños del club.
Tras ponerse desde un bar de carretera en la que la chica pide unas fantas y dos toblerones llega llega Rafael (Sancho Gracia). La chic se resiste a Don Rafael, pero es retirada por el Gordo y Rafael , se despide amablemente de Manolo, y se ofrece a pagar la cuenta.
Como quiera que el conductor sospecha que las maneras de Rafael esconden un lado turbio, así como la resistencia de Toni con Porky para entrar en el coche , y no pudiéndosela quitar de la cabeza, regresa a Club Paraíso donde logra rescatar a Toñi justo cuando se está a punto de consumar la violenta pérdida de su virtud.
Manolo irrumpe en el puticlub y violentamente consigue llevársela, escapando hacia el sur, en concreto, a Tarifa, pues Nati le ha contado que la última referencia de la madre de María era la ciudad gaditana.
Don Cayetano le hace saber que el ha pagado por un servicio, y que dicho servicio no se ha consumado. Ahora, no pide que le devuelva el dinero, que es lo primero que le dice Rafael, sino que se trata de un asunto de honor.
Con la búsqueda de los dos huidos, elemento que prácticamente ocupará la segunda mitad de la película, acompañado por su amante, Nati (Elvira Mínguez) y Porky (Aitor Mazo), que se encarga habitualmente de vigilar aquel antro se inicia la road movie, dejando la carga de comedia que , en principio, pudiera tener la película.
Don Cayetano le hace saber que el ha pagado por un servicio, y que dicho servicio no se ha consumado. Ahora, no pide que le devuelva el dinero, que es lo primero que le dice Rafael, sino que se trata de un asunto de honor.
Con la búsqueda de los dos huidos, elemento que prácticamente ocupará la segunda mitad de la película, acompañado por su amante, Nati (Elvira Mínguez) y Porky (Aitor Mazo), que se encarga habitualmente de vigilar aquel antro se inicia la road movie, dejando la carga de comedia que , en principio, pudiera tener la película.
Como no saben hacia que punto del sur se dirigen la joven pareja Rafael decide pedir ayuda a su prima (Pilar Bardem). Por medio de las comunicaciones averiguan que Manolo se trata de un camionero conocido como el Correcaminos y sólo saben que su ruta es el sur. Sin embargo, la prima consigue saber que han parado en un motel de carretera.
En el motel de carretera los fugitivos hacen el amor. Justo , en ese momento, irrumpen en la habitación los perseguidores. Porky noquea a Manolo y Rafael , al que Don Cayetano le ha hecho saber que ahora el asunto es un asunto de honor, viéndolo el tema de la virginidad frustrado, decide marcar a María en la cara y entregársela gratis.
Pero antes de que esto ocurra, Manolo se espabila y violentamente consigue escapar de nuevo con María en su camión.
Tras ellos van Rafael, la Nati y Porky, el vigilante nocturno, quien conduce un coche. Sin embargo, la huida es frenada por la Guardia Civil que detiene el vehículo de los perseguidores. Vuelven a tirar de contactos y averiguan que al puticlub manolo fue acompañado de un compañero, así que van a por él. Le dan una paliza y logran averiguar que la pareja se dirige a Tarifa, última referencia de su madre.
Pero antes de que esto ocurra, Manolo se espabila y violentamente consigue escapar de nuevo con María en su camión.
Tras ellos van Rafael, la Nati y Porky, el vigilante nocturno, quien conduce un coche. Sin embargo, la huida es frenada por la Guardia Civil que detiene el vehículo de los perseguidores. Vuelven a tirar de contactos y averiguan que al puticlub manolo fue acompañado de un compañero, así que van a por él. Le dan una paliza y logran averiguar que la pareja se dirige a Tarifa, última referencia de su madre.
María y Manolo llegan a su destino, y en la localidad gaditana, María ve por primera vez a la madre ya que está ejerciendo la prostitución en otro establecimiento –Aurora’s Club-.
Pero , igualmente, llegan también los perseguidores. Ahora Rafael empuña una pistola. Manolo, está decidido a matar o morir por María, y «con un par de cojones», va por el chulo Rafael que ha llegado con el ánimo predispuesto a todo, provocando un estallido de violencia que concluye con el enfrentamiento con Manolo a vida o muerte en lo alto de la muralla del Castillo de Tarifa. La película acaba con el cuerpo de Rafael enganchado a la muralla.
Pero , igualmente, llegan también los perseguidores. Ahora Rafael empuña una pistola. Manolo, está decidido a matar o morir por María, y «con un par de cojones», va por el chulo Rafael que ha llegado con el ánimo predispuesto a todo, provocando un estallido de violencia que concluye con el enfrentamiento con Manolo a vida o muerte en lo alto de la muralla del Castillo de Tarifa. La película acaba con el cuerpo de Rafael enganchado a la muralla.
Enrique Urbizu se enfrentaba en Cachito a su quinta película con un equipo de actores, según declaró al diario El País "que hacen fácil lo difícil". El autor de la obra original, Arturo Pérez Reverte declaró que era "(...) la primera vez que me encuentro un guión de una de mis obras que amplía la historia y no he tenido la tentación de tocar ni una sola coma".
Arturo Pérez-Reverte, quien congenió tan bien con Urbizu que viajó a Tarifa para presenciar los últimos días de trabajo de un rodaje de exteriores que había comenzado el 24 de julio en algunas carreteras de la provincia de Madrid y que se reanudó el día 9 de agosto en el pueblo y las playas de Tarifa, aunque también se rodó en Guadalajara, Toledo y Ávila.
Como ya he señalado la película partía de "Un asunto de honor", el relato se publicó Pérez Reverte por entregas durante el verano de 1994 en EL PAÍS.
El mismo autor en su blog nos relata en su blog Cómo "Un asunto de honor" se convirtió en "Cachito" , y nos narró lo siguiente:
"Todo empezó en una comida con el productor de cine Antonio Cardenal y su machaca ejecutiva Marta Murube, que son mis amigos desde que Antonio se jugó el patrimonio para meterle mano con Pedro Olea a El maestro de esgrima. (...) Acababa de contratarme El club Dumas y habíamos estado manteniendo reuniones con el guionista Anthony Shaffer -aquel de Sommersby y La huella de Mankievicz-, para ver cómo se planteaba el asunto en términos cinematográficos. (...) Antonio, a quien le encanta complicarse la vida, acababa de decirme que tenía ganas de producir una película de mediano presupuesto, con acción y jóvenes y música y cosas así, y mientras él hablaba y yo le daba vueltas a un tocino de cielo y un cortado vi de pronto la historia mirándome allí, sobre el mantel: un fulano en un camión, hacia el sur, con camiseta y tejanos, y un yogurcito joven de ojos grandes, a su lado. Bares de carretera y faros de automóviles, una persecución, y una playa con el viento agitando el cabello de ella. Antonio seguía contándome no se qué, pero yo no lo escuchaba. Se me había ido la olla junto al camionero y la niña, y acababa de agregarles tres malos muy de caricatura, que los perseguían para darle emoción a la cosa. Muchas peripecias, peleas, entradas y salidas, la niña tierna que era sabia como todas las mujeres lo son, por instinto; y el chico duro que en el fondo era un infeliz buscándose la ruina. Algo así como érase una vez un yogurcito dulce por fuera y un camionero tierno por dentro que se enamora de ella y se la lleva -o en realidad la sigue-, hasta el final, sabiendo de antemano que el precio va a ser condenadamente alto. Una historia de amor, de carretera. Y de soledad, y ternura. Y de valor, y de coraje, y de muerte. Pero con final feliz. "Era la más linda Cenicienta que vi nunca...", pensé.
Y de pronto miré a Antonio y le dije que iba a escribirle una película. Un relato corto para que alguien le hiciera un guión y lo llevara a la pantalla. Y me puse a improvisar. Recuerdo muy bien la cara de Antonio y Marta cuando empecé a contarles la historia, construyéndola a medida que lo hacía. Al terminar, Antonio me miró a través de sus gafas siempre torcidas y dijo, muy serio: -Escríbemela ahora mismo, cabrón. Y me puse a ello, dispuesto a hacer por primera vez en mi vida algo directamente destinado al cine.
Se daba la feliz casualidad de que por aquellas fechas Juan Cruz, mi editor de Alfaguara, quería un relato corto, por entregas, para publicar en agosto en el diario El País. El año anterior ya nos habíamos estrenado con La sombra del águila, y Juan estaba dispuesto a repetir folletín, con intención de sacar después la historia en forma de libro.
(...) Así que terminé por claudicar, y un día que me desperté más espabilado que otros resolví matar ambos pájaros de un tiro. La historia del camionero se publicaría por entregas, y luego serviría de base para el guión de la película. De ese modo cobraba dos veces por el mismo trabajo, y todos contentos. Así que me puse a trabajar.
Fue una semana de tecla. La historia salió de un tirón, sin más dificultades que las normales, y elegí un tono que permitía escribirla de modo coloquial, rápido, sin detenerse mucho en correcciones ni florituras.
La idea era que el papel de Manolo, el protagonista, encajara con Javier Bardem, a quien Antonio Cardenal quería en el papel de camionero. María, el yogurcito, sería una chica joven, de casting.
En cuanto al malo, la posibilidad de que el papel recayera sobre Joaquin Almeida -el magnífico marqués de los Alumbres de El maestro de esgrima- me sugirió la idea de convertirlo en el Portugués Almeida, con diente de oro incluido.
Antonio estaba dispuesto a que la película la dirigiera Imanol Uribe, que por aquellas fechas acababa de terminar el rodaje de Días contados con adaptación libre de la novela de Juan Madrid. Así que a la hora de describir el personaje de Nati lo dejé abierto para una eventual interpretación a cargo de María Barranco.
En lo demás me olvidé por completo del cine y escribí la historia disfrutando muchísimo con ella, y convirtiéndola, de modo ya más personal, en un pequeño homenaje al lenguaje y el mundo carcelario, marginal y cutre, de los amigos y compañeros -macarras, lumis, presidiarios, trileros y prendas varias- que durante cinco años me habían acompañado cada noche de viernes en el programa de RNE La ley de la calle.
La trama la planteé desde el principio como una especie de cuento de hadas de la Cenicienta y el Caballero de Limpio Corazón, con bruja mala, dragón y final feliz. Lo del final feliz era importante, porque Antonio Cardenal me había hecho jurarle por mis muertos más frescos que la gente saldría sonriendo del cine, en plan oye qué bien.
Sin embargo, a medida que tecleaba el asunto iba cobrando vida propia; y ocurrió lo que pasa a menudo con este tipo de cosas: algo que te planteas como una simple diversión superficial va encarnándose en otro plano más profundo, y terminas por implicarte a fondo. De ese modo, y sin pretenderlo, el relato se fue llenando de ángulos menos evidentes y de ese humor desgarrado y amargo que ya figuraba en La sombra del águila.
Y Manolo Jarales Campos, un personaje plano al servicio de la idea de una película, se transformó poco a poco en la encarnación de muchas otras cosas a medida que su autor le iba dejando, en riguroso préstamo, ciertos personales puntos de vista sobre el mundo, la mujer, el Destino, y lo que Manolo habría definido como puta vida. El cuanto a los malos, quise salvar un poco al portugués Almeida.
Los cinco años en permanente contacto semanal con chorizos de variopinto pelaje me enseñaron un par de cosas sobre ellos, así que decidí dotarlo de un retorcido sentido del honor, en forma de ese peculiar código que a veces tienen ciertos malandrines. Y en homenaje, sobre todo, a uno de mis mejores amigos: Angel Ejarque Calvo, ex boxeador, ex delincuente profesional, trilero y estafador callejero a base de arte y labia, que se dejó la calle hace seis o siete años y fue, tanto en su vida choricil como en la honrada que lleva desde entonces, uno de los hombres más cabales y cumplidores que he conocido nunca. De ese modo, lo que cuenta en el relato para el Portugués Almeida no es ya tanto el dinero o la virginidad de la niña -el tesoro que codician los piratas- sino ajustar cuentas con su honor mancillado por la pareja fugitiva. El honor del portugués, el honor del camionero, la honra de la niña. El título estaba claro: Un asunto de honor.
Pero, mientras le daba a la tecla, lo del final feliz cada vez lo veía menos claro. Tampoco es que a esas alturas de la historia me preocupara mucho, así que me consolaba diciendo que a la hora de hacer el guión ya se las apañarían otros para que la cosa resultara. Yo tenía clarísimo el final en la playa, Manolo y la niña, la navaja, y la ruina patatera que le había caído encima a mi protagonista. Andaba ya en las últimas líneas, buscando que se me perfilara el toro para rematar. Sin tener muy claro si mi héroe se cargaba al Portugués Almeida e iba al talego, o si el pobre Manolo palmaba allí, en la playa, defendiendo a Trocito y a esa cierta idea de la vida y de sí mismo que había descubierto gracias a ella. De pronto, cuando llegué al momento de la arrancada, me dije: para, muchacho. Has llegado al final. Ahí está. Ya no hay nada más que decir, y lo que cuentes a partir de ahora importa un carajo. Y pensé bueno, pues vale, pues me alegro. Que lo guionistas se las arreglen como puedan.
Se publicó el relato. Entusiasmado con la historia, con ese calor que pone en todo cuanto se le mete entre ceja y ceja, Antonio Cardenal se la pasó a Imanol Uribe para que éste hiciera el guión, y me desentendí del asunto, decidido a mantenerme al margen.
Todavía tuvimos una comida Imanol, otro guionista y yo, en El Escorial, para discutir un poco el asunto e intercambiar ideas. (...) De todas formas, como suelo decir siempre, uno corre esos riesgos cuando le vende una historia al cine. Y cuando vas de remilgado y estrecho, siempre queda el digno recurso de no dejar que nadie haga películas con ella. Así nadie te macula la cosa.
En el caso de Imanol Uribe, procuré no mezclarme para nada, limitándome a discutir las posibilidades de ampliación de de los personajes y de la estructura. Antonio Cardenal y él estaban de acuerdo en que la trama venía definida, y sólo quedaba ampliarla para cubrir la hora y media necesaria para la película. Así que me dediqué a otros asuntos.
Al cabo de un tiempo, Antonio me dijo que el título Un asunto de honor era poco cinematográfico, y yo sugerí Trocito. Por fin la cosa quedó en Cachito a instancias de Imanol, por aquello de la canción. Me pareció un buen título.
Pasaron varios meses, y el productor me llamó un día para decirme que el guión estaba listo, pero que había un problema. El problema me lo contaron Imanol y él durante una comida en el restaurante La Ancha de Madrid. Tras el éxito de Días Contados, Uribe acariciaba el proyecto de Sí, Bwana: una película sobre el racismo que pensaba rodar con Andrés Pajares y María Barranco. -Ahora me apetece mantener una línea como de más seriedad -dijo-, a tono con Días contados. Quizá Cachito tenga un tono de acción, de thriller, demasiado ligero para mí, en este momento.
Antonio Cardenal me miraba sin decir palabra, angustiado, pues Imanol había estado con el guión varios meses antes de comunicarle su cambio de intenciones, y el tiempo se nos echaba encima. -Pues ten cuidado con el cine trascendente -le dije a Uribe-. Cierto cine demasiado trascendente del que se hace en España suele ser más peligroso que el frívolo. Sobre todo en taquilla. Imanol aseguró que eso no significaba que él se fuese del proyecto. Iba a seguir trabajando en el guión, cuya primera versión ya estaba lista. Y proponía un nombre para hacerse cargo de la historia: Enrique Urbizu. Un director vasco, joven, que había rodado la excelente Todo por la pasta y después un par de encargos sobre las historias de Carmen Rico Godoy.
A Antonio, que a tales alturas se le echaban las fechas encima, le pareció una buena opción. Y a mí también. Así quedaron las cosas. A los dos días recibí la primera versión del guión, que venía firmada por Imanol Uribe y otros dos guionistas. Lo leí muy despacio, página a página, y me quedé estupefacto. Nada de aquello tenía que ver con la historia que yo había escrito. La tierna historia de amor del camionero y su yogurcito se convertía allí en una sórdida y confusa historia de racismo y puterío, de hijas ocultas, de abuelas y de madres, con fantasmas incluidos, que terminaba con un camión cayéndose -lo juro- desde lo alto del peñón de Gibraltar. Para más inri, la tierna Trocito se había convertido en una pequeña zorra maliciosa con muy mala leche, y en el guión de Imanol, mi ingenuo héroe Manolo no sólo no era ingenuo, sino que estaba a punto de casarse con una novia a la que tenía preñada, y no contento con eso, se calzaba a la niña protagonista la noche antes de su boda, y además borracho. Leí el texto por segunda vez, porque tal vez me había equivocado y no sabía captar la esencia cinematográfica del evento. Luego cerré el guión y cogí el teléfono para hablar con Antonio Cardenal: -Ahora ya sé por qué Imanol no quiere hacer la película -dije-. Ha intentado convertir Cachito en una cosa seria, grave, trascendente, con mucho mensaje, y se ha cargado la historia. No tiene nada que ver con la que escribí para ti. El pobre Antonio estaba hecho polvo. -¿Y qué hacemos? -preguntó (luego supe que mientras hablábamos intentaba autoestrangularse con el cable del teléfono, sin éxito). -Pues no sé -dije-. Igual a Imanol le sale una película buenísima, que no lo dudo. Pero para ésto no me necesitabais a mí. De la historia original no ha quedado ni rastro. Tiene que arreglarse, decía Antonio. Una reunión. Discutir el asunto. Cuéntales lo que no te gusta. El rodaje empieza dentro de tres meses y nos pilla el toro.
Se celebró la reunión en la productora Origen, con asistencia de Imanol, sus dos coguionistas, Antonio Cardenal y sus asesores, y Carmen Dominguez, ex colega de TVE en representación ahora de Antena 3, que coproducía en una pequeña parte y compraba los derechos de antena. Yo expuse mis razones sobre el guión, precisé los puntos en que la historia podía, a mi juicio, recuperar parte de lo perdido, y el equipo de Antonio y los de Antena 3 estuvieron de acuerdo. Imanol y sus guionistas tomaron nota de todo y juraron tenerlo en cuenta.
Dos semanas después enviaban otro guión absolutamente idéntico al anterior. Estaba claro que a Imanol, ya pendiente de su otra película, Cachito lo traía al fresco. Entonces me cabreé, y mucho. -Paso del tema -le dije a Antonio-. La película es vuestra, así que rodad con este guión lo que os de la gana, pero yo no quiero saber nada de ella. Y os prohíbo que utilicéis mi nombre ni siquiera en los créditos. No tiene nada que ver conmigo. Así que agur. Que os vayan dando.
Antonio, siempre fiel y buen amigo, hizo un último intento. Enrique Urbizu, a quien yo aún no conocía, estaba dispuesto a reescribir él sólo todo el guión, y un encuentro entre ambos podía, quizás, enderezar el asunto. Me mandó la cinta de Todo por la pasta, que aún no había visto. La vi y llamé a Antonio (...) Coincidía conmigo en que Urbizu había visto mucho cine norteamericano y lo había visto bien, pero al mismo tiempo era muy español. Así que me picó la curiosidad, fuimos a cenar juntos a un restaurante de Chamberí, y desde el primer momento congenié con aquel joven de pelo recogido en una coleta y botas tejanas, que tenía muy claro el cine que le gustaba hacer y, habiendo leído la historia original, me explicó detalladamente sus proyectos sobre Cachito.
Para alivio de Antonio Cardenal, que andaba poniéndole velas a la Virgen y rezando novenas a Santa Gema para salir del punto muerto -habíamos perdido a Javier Bardem con tanto retraso y malentendidos, y sospecho que también porque le hicieron llegar el guión en su primera o segunda versión-, Enrique Urbizu y yo salimos del restaurante tan de acuerdo que al día siguiente emprendíamos en plan Pili y Mili un viaje de tres días en mi coche, para que se ambientara en la historia antes de reescribir el guión maldito.
En realidad, la película Cachito surgió de aquel viaje. Durante mil quinientos kilómetros, basándonos de nuevo en el texto original de Un asunto de honor, recorrimos carreteras, bares de camioneros, puticlubs extremeños, hablamos con los guardias de Tráfico, comimos caña de lomo, tomamos copas a lo largo de la geografía andaluza, y nos lo pasamos, como hubiera dicho Manolo Jarales Campos, de cojón de pato.
Un día llegamos a las playas de Tarifa y comprendimos que era allí donde iban a amanecer Cachito y Manolo para que ella viera el mar. Y Enrique, que no conocía Tarifa, se enamoró de aquella ciudad y la metió, por el morro, en su película. Pocos viajes han dado tanto de sí.
De ese salieron escenas, ideas, situaciones cómicas que a veces nos hacían estallar en carcajadas y nos obligaban a detener el coche para no estamparnos contra un camión. La idea del Correcaminos y el Coyote-Portugués-Rafael, el "Ahí estáis, cabrones" del radar de la Guardia Civil, la escena de Rafael con el picoleto de la pantera rosa, el desguace de Lucas, Tarifa de noche, el Mercedes hecho polvo, los muertos más frescos y el clavel y la campana, la impagable escena del señor escuchimizado de la barra poniéndole al malo el pistolón en el careto... Cuando en el amanecer del cuarto día arrié a Enrique en un semáforo de Madrid, supe que Cachito se había salvado.
La prueba me llegó a los pocos días, en el guión magnífico que, tomando como partida el de Uribe, pero manejando todos los ingredientes y recursos presentes en el texto de Un asunto de honor, Enrique Urbizu escribió en un tiempo récord. Antonio Cardenal me envió el tocho y corrió a rezarle al Cristo de Medinaceli, supongo, mientras yo lo leía.
Apenas lo hube terminado, lo telefoneé: -Hay una cosa -dije-. Un chorizo que ha estado en la cárcel no diría nunca "me cago en la sota de oros", sino "me cago en la puta de oros". -¿Y lo demás? -preguntó Antonio, con un hilo de voz. -Lo demás es buenísimo. Nunca había leído un guión tan estupendo en mi vida. Y era cierto. No sentí necesidad de tocar ni una sola coma del texto conseguido por Enrique. Una historia que te enganchaba tanto como una road movie norteamericana bien planteada, pero al mismo tiempo profundamente española, con un humor oportuno, soberbio. Incluso había tenido momentos, durante su lectura, en que la interrumpí riéndome a carcajadas en escenas que eran hallazgos exclusivos de Enrique, como la cocaína en la olla de sopa o cuando el guardia civil lo detiene y empieza a pedirle papeles en plena persecución. Uno de esos guiones que le habría gustado escribir a uno. Y firmarlos.
Después de aquello, el equipo de Origen se lanzó a una frenética actividad para poner en marcha la película: ocho semanas y media de rodaje en Madrid y el sur de Cádiz y un presupuesto de 250 millones, con dos tercios de la película en exteriores.
El casting decidido entre Antonio y Enrique resultó excelente: Jorge Perugorría, que arrasaba con Fresa y chocolate y a punto de estrenarse Guantanamera, encarnaría a Manolo en lugar de Bardem. Trocito-Cachito salió de una ardua selección realizada por Enrique hasta dar con los ojazos gitanos de Amara Carmona, que llenaban la pantalla en las pruebas -contar cómo se pactaron las escenas eróticas, bajo estricta supervisión familiar, sería suficiente para escribir una novela-, y daba el aspecto de yogurcito, o petisuis, como quieran, apropiado para la historia.
El papel de Nati, para quien Enrique había pensado en Kity Manver (Todo por la pasta), no pudo ser encomendada a ésta porque se hallaba rodando una serie para televisión, pero encontró una extraordinaria intérprete en Elvira Minguez, de quien yo le había hablado con entusiasmo a Cardenal tras verla bordar su papel de etarra en Días contados, y que en Cachito supo dar un contenido perfecto con su personaje hastiado, bronco, a la parte femenina del triángulo de malvados. Un Trío Calaveras maravilloso, que Enrique completó con Aitor Mazo como Porky, y con el que a mi juicio es el hallazgo más genial de la película: Sancho Gracia en el papel tragicómico, violento, estremecedor, hilarante, desaforado, esperpéntico, del Portugués Almeida transformado en Rafael. Hay que decir en honor de Sancho -y de Enrique Urbizu- que, en cuanto leyó el guión, aceptó hacer el personaje del Portugués-Rafael. La decisión no era baladí, pues Curro Jimenez no había hecho nunca de malo en la pantalla, salvo en la aparición televisiva de El Jarabo. Pero según me contó más tarde, la fuerza del personaje, sus contradicciones, la solidez y el humor del guión lo decidieron a aceptar el desafío. -Es que este hijoputa de Urbizu -contaba- lo tiene muy claro. Enrique y él se entendieron de maravilla, lo que no deja de ser singular en un actor veterano con más conchas que la tortuga D'Artagnan y un director que aún no ha cumplido los treinta años.
En cuanto a Enrique, con mucho cine clásico de acción norteamericano visto y asimilado de modo impecable, y con una intensa admiración por los también clásicos de la pantalla española, rescatar a Curro Jimenez para el personaje de Rafael en una historia como Cachito le permitía bordear -de ese modo peligroso y entrañable que tanto le gusta- la épica cinematográfica, la acción, el humor, el guiño al espectador, la amalgama de todos los matices y homenajes a nuestro cine de todas las épocas, refundidas y relanzadas en una lectura inteligente que de nada reniega y de todo aprende.
No es casual que en esa línea pensara en Sancho para el papel, encomendase a Luis Cuenca el de vigilante del puticlub de Tarifa, o rescatase a la bella y magnífica Sara Mora del cine erótico de los setenta para convertirla, con una cicatriz en la cara, en madre de Cachito veinte años después.
No asistí mucho al rodaje, fiel a mi propósito de autor que debe mantenerse a prudente distancia. Acudí alguna vez al estudio donde Luis Valle, el director artístico que realizó para Pedro Olea los maravillosos interiores de El maestro de esgrima, había construido el burdel donde transcurre la primera parte de la película. Luis, alias Koldo, no era el único miembro del equipo de El maestro que repetía historia mía, y también tuve el placer de encontrar a Alfredo Mayo como director de fotografía, y a Antonio Guillén como machaca de producción sobre el terreno, siempre al borde del agotamiento nervioso.
En cuanto a Jorge Perugorría, simpatizamos en seguida cuando lo conocí en plan camionero, encantador, profesional, paseándose con el tatuaje de Cachito en el brazo, como recién salido de las páginas de mi relato, con ese acento cubano que Enrique Urbizu resuelve en la película con una sola frase de Cachito, de modo genial.
Y recuerdo la timidez de Amara Carmona cuando me contaba lo impresionada que estaba el primer día que tuvo que rodar una escena con Sancho Gracia: -Me puse nerviosísima, imagínate... ¡Tenía delante de mí a Curro Jiménez!
Antonio Cardenal iba y venía, disfrutando de todo aquello como disfruta en cada película en la que se mete: como un crío con videoconsola nueva. A fin de cuentas, quien pagaba toda aquella maravillosa locura era él.
El rodaje prosiguió en una presa de la sierra de Madrid, donde Sancho, colgado del un abismo tras negarse a ser doblado por un especialista, se empeñó en interrumpir una escena para llamarme a su lado y recitarme, sobre el vacío, una escena del Don Juan Tenorio que tenía previsto estrenar el primero de noviembre en un teatro de Madrid: -No es verdad, ángel de amor...
La última semana transcurrió en Tarifa, rodando de noche, donde la gente acudía en masa a ver a Curro Giménez -los niños le preguntaban dónde estaban los caballos-, y Antxón, el ayudante de dirección, se veía obligado a rogar continuamente al público con un megáfono que no aplaudiesen a Sancho después de cada escena hasta que el director dijese "corten".
Por fin, una mañana en que el viento levantaba espuma a las olas, vi a Jorge Perugorría y a Amara Carmona amanecer en la cabina del camión, en una playa del sur. Y ella abrió esos ojos grandes y negros que tiene y dijo: "el mar". Y Manolo Jarales Campos la miraba con la misma ternura que en el texto que yo había escrito año y medio antes, imaginando esa misma mirada. Y Trocito sonreía con una sonrisa idéntica a la que yo había puesto en sus labios. Y me dije que sí, que el cine te gasta a menudo bromas pesadas. Pero a veces una mujer, una actriz, una mirada, un amanecer filmado por un equipo de gente silenciosa tras una cámara, pueden encarnar con absoluta precisión, con fidelidad, el momento mágico, fugaz, de la historia que una vez soñaste.
Señalar que para el actor cubano era el primer papel que asumía en España tras el éxito de Fresa y Chocolate. "Fresa y Chocolate ha marcado una etapa en mi vida. Antes era un desconocido, como todos los actores cubanos porque el bloqueo va más allá de lo económico. Ahora tengo que rechazar ofertas por falta de tiempo", comentó Perugorría, quien aseguraba que Cuba está llena de grandes actores. "No sólo yo, mi carrera está empezando".
Para Amara Carmona, 18 años y bailaora de flamenco, Cachito fue su lanzamiento en la pantalla grande. "Mi papel me fascinó cuando lo leí. La verdad es que me presenté al casting de Alma gitana, de Chus Gutiérrez, por casualidad. Esa fue mi primera experiencia en el cine, pero ahora tengo claro que quiero quedarme", afirmaba.
El tercero en discordía fue Sancho Gracia que , según declaró un joven Urbizu, en una entrevista que se emitió antes de la película en "Historias de nuestro cine" cuando escribía el guión ya tenía en mente a Sancho Gracia, para él, el único actor especializado en cine de aventuras en la España de los noventa. A su vez Sancho Gracia comentaba que "Cuando me propusieron el papel, pensé que yo no serviría. Es un personaje extraño, sometido a un ritmo febril que pasa de la sonrisa a la rabia y es capaz de llevarse a cualquiera por delante. La película tiene una parte grotesca, pero también está llena de ternura". Reconoce que durante el rodaje en tarifa se convirtió en el centro de atracción de los vecinos de Tarifa.
Se esperaba que la película fuese un taquillazo, pero fue más bien un gatillazo tanto para la crítica como para el público. María Casanova escribió sobre ella en Cinemanía diciendo que "La película tiene ritmo, bonita fotografía, los actores hacen buenos trabajos y muchas secuencias arrancan carcajadas, lo que siempre se agradece". Participa igualmente su hijo , Rodolfo Sancho, que hace de camarero con pocos recursos y menos neuronas, en uno de sus primeros papeles.
Tiene razón el escritor al señalar que la película es un trama en la que se mezcla casi por igual el drama, la acción, un ritmo trepidante , la emoción, y algunas notas de humor negro.
A destacar la luminosa , colorida y brillante fotografía de Alfredo Mayo, la consistente banda sonora de Bingen Mendizabal. La película la he visto en el marco de ese programa de es Historia de nuestro cine de la 2.
Una película que , si bien no fue el éxito esperado ni de público , ni de crítica, si es hoy una buena muestra de una road movie patria con Sancho Gracia en un papel que le viene como anillo al dedo.
Arturo Pérez-Reverte, quien congenió tan bien con Urbizu que viajó a Tarifa para presenciar los últimos días de trabajo de un rodaje de exteriores que había comenzado el 24 de julio en algunas carreteras de la provincia de Madrid y que se reanudó el día 9 de agosto en el pueblo y las playas de Tarifa, aunque también se rodó en Guadalajara, Toledo y Ávila.
Como ya he señalado la película partía de "Un asunto de honor", el relato se publicó Pérez Reverte por entregas durante el verano de 1994 en EL PAÍS.
El mismo autor en su blog nos relata en su blog Cómo "Un asunto de honor" se convirtió en "Cachito" , y nos narró lo siguiente:
"Todo empezó en una comida con el productor de cine Antonio Cardenal y su machaca ejecutiva Marta Murube, que son mis amigos desde que Antonio se jugó el patrimonio para meterle mano con Pedro Olea a El maestro de esgrima. (...) Acababa de contratarme El club Dumas y habíamos estado manteniendo reuniones con el guionista Anthony Shaffer -aquel de Sommersby y La huella de Mankievicz-, para ver cómo se planteaba el asunto en términos cinematográficos. (...) Antonio, a quien le encanta complicarse la vida, acababa de decirme que tenía ganas de producir una película de mediano presupuesto, con acción y jóvenes y música y cosas así, y mientras él hablaba y yo le daba vueltas a un tocino de cielo y un cortado vi de pronto la historia mirándome allí, sobre el mantel: un fulano en un camión, hacia el sur, con camiseta y tejanos, y un yogurcito joven de ojos grandes, a su lado. Bares de carretera y faros de automóviles, una persecución, y una playa con el viento agitando el cabello de ella. Antonio seguía contándome no se qué, pero yo no lo escuchaba. Se me había ido la olla junto al camionero y la niña, y acababa de agregarles tres malos muy de caricatura, que los perseguían para darle emoción a la cosa. Muchas peripecias, peleas, entradas y salidas, la niña tierna que era sabia como todas las mujeres lo son, por instinto; y el chico duro que en el fondo era un infeliz buscándose la ruina. Algo así como érase una vez un yogurcito dulce por fuera y un camionero tierno por dentro que se enamora de ella y se la lleva -o en realidad la sigue-, hasta el final, sabiendo de antemano que el precio va a ser condenadamente alto. Una historia de amor, de carretera. Y de soledad, y ternura. Y de valor, y de coraje, y de muerte. Pero con final feliz. "Era la más linda Cenicienta que vi nunca...", pensé.
Y de pronto miré a Antonio y le dije que iba a escribirle una película. Un relato corto para que alguien le hiciera un guión y lo llevara a la pantalla. Y me puse a improvisar. Recuerdo muy bien la cara de Antonio y Marta cuando empecé a contarles la historia, construyéndola a medida que lo hacía. Al terminar, Antonio me miró a través de sus gafas siempre torcidas y dijo, muy serio: -Escríbemela ahora mismo, cabrón. Y me puse a ello, dispuesto a hacer por primera vez en mi vida algo directamente destinado al cine.
Se daba la feliz casualidad de que por aquellas fechas Juan Cruz, mi editor de Alfaguara, quería un relato corto, por entregas, para publicar en agosto en el diario El País. El año anterior ya nos habíamos estrenado con La sombra del águila, y Juan estaba dispuesto a repetir folletín, con intención de sacar después la historia en forma de libro.
(...) Así que terminé por claudicar, y un día que me desperté más espabilado que otros resolví matar ambos pájaros de un tiro. La historia del camionero se publicaría por entregas, y luego serviría de base para el guión de la película. De ese modo cobraba dos veces por el mismo trabajo, y todos contentos. Así que me puse a trabajar.
Fue una semana de tecla. La historia salió de un tirón, sin más dificultades que las normales, y elegí un tono que permitía escribirla de modo coloquial, rápido, sin detenerse mucho en correcciones ni florituras.
La idea era que el papel de Manolo, el protagonista, encajara con Javier Bardem, a quien Antonio Cardenal quería en el papel de camionero. María, el yogurcito, sería una chica joven, de casting.
En cuanto al malo, la posibilidad de que el papel recayera sobre Joaquin Almeida -el magnífico marqués de los Alumbres de El maestro de esgrima- me sugirió la idea de convertirlo en el Portugués Almeida, con diente de oro incluido.
Antonio estaba dispuesto a que la película la dirigiera Imanol Uribe, que por aquellas fechas acababa de terminar el rodaje de Días contados con adaptación libre de la novela de Juan Madrid. Así que a la hora de describir el personaje de Nati lo dejé abierto para una eventual interpretación a cargo de María Barranco.
En lo demás me olvidé por completo del cine y escribí la historia disfrutando muchísimo con ella, y convirtiéndola, de modo ya más personal, en un pequeño homenaje al lenguaje y el mundo carcelario, marginal y cutre, de los amigos y compañeros -macarras, lumis, presidiarios, trileros y prendas varias- que durante cinco años me habían acompañado cada noche de viernes en el programa de RNE La ley de la calle.
La trama la planteé desde el principio como una especie de cuento de hadas de la Cenicienta y el Caballero de Limpio Corazón, con bruja mala, dragón y final feliz. Lo del final feliz era importante, porque Antonio Cardenal me había hecho jurarle por mis muertos más frescos que la gente saldría sonriendo del cine, en plan oye qué bien.
Sin embargo, a medida que tecleaba el asunto iba cobrando vida propia; y ocurrió lo que pasa a menudo con este tipo de cosas: algo que te planteas como una simple diversión superficial va encarnándose en otro plano más profundo, y terminas por implicarte a fondo. De ese modo, y sin pretenderlo, el relato se fue llenando de ángulos menos evidentes y de ese humor desgarrado y amargo que ya figuraba en La sombra del águila.
Y Manolo Jarales Campos, un personaje plano al servicio de la idea de una película, se transformó poco a poco en la encarnación de muchas otras cosas a medida que su autor le iba dejando, en riguroso préstamo, ciertos personales puntos de vista sobre el mundo, la mujer, el Destino, y lo que Manolo habría definido como puta vida. El cuanto a los malos, quise salvar un poco al portugués Almeida.
Los cinco años en permanente contacto semanal con chorizos de variopinto pelaje me enseñaron un par de cosas sobre ellos, así que decidí dotarlo de un retorcido sentido del honor, en forma de ese peculiar código que a veces tienen ciertos malandrines. Y en homenaje, sobre todo, a uno de mis mejores amigos: Angel Ejarque Calvo, ex boxeador, ex delincuente profesional, trilero y estafador callejero a base de arte y labia, que se dejó la calle hace seis o siete años y fue, tanto en su vida choricil como en la honrada que lleva desde entonces, uno de los hombres más cabales y cumplidores que he conocido nunca. De ese modo, lo que cuenta en el relato para el Portugués Almeida no es ya tanto el dinero o la virginidad de la niña -el tesoro que codician los piratas- sino ajustar cuentas con su honor mancillado por la pareja fugitiva. El honor del portugués, el honor del camionero, la honra de la niña. El título estaba claro: Un asunto de honor.
Pero, mientras le daba a la tecla, lo del final feliz cada vez lo veía menos claro. Tampoco es que a esas alturas de la historia me preocupara mucho, así que me consolaba diciendo que a la hora de hacer el guión ya se las apañarían otros para que la cosa resultara. Yo tenía clarísimo el final en la playa, Manolo y la niña, la navaja, y la ruina patatera que le había caído encima a mi protagonista. Andaba ya en las últimas líneas, buscando que se me perfilara el toro para rematar. Sin tener muy claro si mi héroe se cargaba al Portugués Almeida e iba al talego, o si el pobre Manolo palmaba allí, en la playa, defendiendo a Trocito y a esa cierta idea de la vida y de sí mismo que había descubierto gracias a ella. De pronto, cuando llegué al momento de la arrancada, me dije: para, muchacho. Has llegado al final. Ahí está. Ya no hay nada más que decir, y lo que cuentes a partir de ahora importa un carajo. Y pensé bueno, pues vale, pues me alegro. Que lo guionistas se las arreglen como puedan.
Se publicó el relato. Entusiasmado con la historia, con ese calor que pone en todo cuanto se le mete entre ceja y ceja, Antonio Cardenal se la pasó a Imanol Uribe para que éste hiciera el guión, y me desentendí del asunto, decidido a mantenerme al margen.
Todavía tuvimos una comida Imanol, otro guionista y yo, en El Escorial, para discutir un poco el asunto e intercambiar ideas. (...) De todas formas, como suelo decir siempre, uno corre esos riesgos cuando le vende una historia al cine. Y cuando vas de remilgado y estrecho, siempre queda el digno recurso de no dejar que nadie haga películas con ella. Así nadie te macula la cosa.
En el caso de Imanol Uribe, procuré no mezclarme para nada, limitándome a discutir las posibilidades de ampliación de de los personajes y de la estructura. Antonio Cardenal y él estaban de acuerdo en que la trama venía definida, y sólo quedaba ampliarla para cubrir la hora y media necesaria para la película. Así que me dediqué a otros asuntos.
Al cabo de un tiempo, Antonio me dijo que el título Un asunto de honor era poco cinematográfico, y yo sugerí Trocito. Por fin la cosa quedó en Cachito a instancias de Imanol, por aquello de la canción. Me pareció un buen título.
Pasaron varios meses, y el productor me llamó un día para decirme que el guión estaba listo, pero que había un problema. El problema me lo contaron Imanol y él durante una comida en el restaurante La Ancha de Madrid. Tras el éxito de Días Contados, Uribe acariciaba el proyecto de Sí, Bwana: una película sobre el racismo que pensaba rodar con Andrés Pajares y María Barranco. -Ahora me apetece mantener una línea como de más seriedad -dijo-, a tono con Días contados. Quizá Cachito tenga un tono de acción, de thriller, demasiado ligero para mí, en este momento.
Antonio Cardenal me miraba sin decir palabra, angustiado, pues Imanol había estado con el guión varios meses antes de comunicarle su cambio de intenciones, y el tiempo se nos echaba encima. -Pues ten cuidado con el cine trascendente -le dije a Uribe-. Cierto cine demasiado trascendente del que se hace en España suele ser más peligroso que el frívolo. Sobre todo en taquilla. Imanol aseguró que eso no significaba que él se fuese del proyecto. Iba a seguir trabajando en el guión, cuya primera versión ya estaba lista. Y proponía un nombre para hacerse cargo de la historia: Enrique Urbizu. Un director vasco, joven, que había rodado la excelente Todo por la pasta y después un par de encargos sobre las historias de Carmen Rico Godoy.
A Antonio, que a tales alturas se le echaban las fechas encima, le pareció una buena opción. Y a mí también. Así quedaron las cosas. A los dos días recibí la primera versión del guión, que venía firmada por Imanol Uribe y otros dos guionistas. Lo leí muy despacio, página a página, y me quedé estupefacto. Nada de aquello tenía que ver con la historia que yo había escrito. La tierna historia de amor del camionero y su yogurcito se convertía allí en una sórdida y confusa historia de racismo y puterío, de hijas ocultas, de abuelas y de madres, con fantasmas incluidos, que terminaba con un camión cayéndose -lo juro- desde lo alto del peñón de Gibraltar. Para más inri, la tierna Trocito se había convertido en una pequeña zorra maliciosa con muy mala leche, y en el guión de Imanol, mi ingenuo héroe Manolo no sólo no era ingenuo, sino que estaba a punto de casarse con una novia a la que tenía preñada, y no contento con eso, se calzaba a la niña protagonista la noche antes de su boda, y además borracho. Leí el texto por segunda vez, porque tal vez me había equivocado y no sabía captar la esencia cinematográfica del evento. Luego cerré el guión y cogí el teléfono para hablar con Antonio Cardenal: -Ahora ya sé por qué Imanol no quiere hacer la película -dije-. Ha intentado convertir Cachito en una cosa seria, grave, trascendente, con mucho mensaje, y se ha cargado la historia. No tiene nada que ver con la que escribí para ti. El pobre Antonio estaba hecho polvo. -¿Y qué hacemos? -preguntó (luego supe que mientras hablábamos intentaba autoestrangularse con el cable del teléfono, sin éxito). -Pues no sé -dije-. Igual a Imanol le sale una película buenísima, que no lo dudo. Pero para ésto no me necesitabais a mí. De la historia original no ha quedado ni rastro. Tiene que arreglarse, decía Antonio. Una reunión. Discutir el asunto. Cuéntales lo que no te gusta. El rodaje empieza dentro de tres meses y nos pilla el toro.
Se celebró la reunión en la productora Origen, con asistencia de Imanol, sus dos coguionistas, Antonio Cardenal y sus asesores, y Carmen Dominguez, ex colega de TVE en representación ahora de Antena 3, que coproducía en una pequeña parte y compraba los derechos de antena. Yo expuse mis razones sobre el guión, precisé los puntos en que la historia podía, a mi juicio, recuperar parte de lo perdido, y el equipo de Antonio y los de Antena 3 estuvieron de acuerdo. Imanol y sus guionistas tomaron nota de todo y juraron tenerlo en cuenta.
Dos semanas después enviaban otro guión absolutamente idéntico al anterior. Estaba claro que a Imanol, ya pendiente de su otra película, Cachito lo traía al fresco. Entonces me cabreé, y mucho. -Paso del tema -le dije a Antonio-. La película es vuestra, así que rodad con este guión lo que os de la gana, pero yo no quiero saber nada de ella. Y os prohíbo que utilicéis mi nombre ni siquiera en los créditos. No tiene nada que ver conmigo. Así que agur. Que os vayan dando.
Antonio, siempre fiel y buen amigo, hizo un último intento. Enrique Urbizu, a quien yo aún no conocía, estaba dispuesto a reescribir él sólo todo el guión, y un encuentro entre ambos podía, quizás, enderezar el asunto. Me mandó la cinta de Todo por la pasta, que aún no había visto. La vi y llamé a Antonio (...) Coincidía conmigo en que Urbizu había visto mucho cine norteamericano y lo había visto bien, pero al mismo tiempo era muy español. Así que me picó la curiosidad, fuimos a cenar juntos a un restaurante de Chamberí, y desde el primer momento congenié con aquel joven de pelo recogido en una coleta y botas tejanas, que tenía muy claro el cine que le gustaba hacer y, habiendo leído la historia original, me explicó detalladamente sus proyectos sobre Cachito.
Para alivio de Antonio Cardenal, que andaba poniéndole velas a la Virgen y rezando novenas a Santa Gema para salir del punto muerto -habíamos perdido a Javier Bardem con tanto retraso y malentendidos, y sospecho que también porque le hicieron llegar el guión en su primera o segunda versión-, Enrique Urbizu y yo salimos del restaurante tan de acuerdo que al día siguiente emprendíamos en plan Pili y Mili un viaje de tres días en mi coche, para que se ambientara en la historia antes de reescribir el guión maldito.
En realidad, la película Cachito surgió de aquel viaje. Durante mil quinientos kilómetros, basándonos de nuevo en el texto original de Un asunto de honor, recorrimos carreteras, bares de camioneros, puticlubs extremeños, hablamos con los guardias de Tráfico, comimos caña de lomo, tomamos copas a lo largo de la geografía andaluza, y nos lo pasamos, como hubiera dicho Manolo Jarales Campos, de cojón de pato.
Un día llegamos a las playas de Tarifa y comprendimos que era allí donde iban a amanecer Cachito y Manolo para que ella viera el mar. Y Enrique, que no conocía Tarifa, se enamoró de aquella ciudad y la metió, por el morro, en su película. Pocos viajes han dado tanto de sí.
De ese salieron escenas, ideas, situaciones cómicas que a veces nos hacían estallar en carcajadas y nos obligaban a detener el coche para no estamparnos contra un camión. La idea del Correcaminos y el Coyote-Portugués-Rafael, el "Ahí estáis, cabrones" del radar de la Guardia Civil, la escena de Rafael con el picoleto de la pantera rosa, el desguace de Lucas, Tarifa de noche, el Mercedes hecho polvo, los muertos más frescos y el clavel y la campana, la impagable escena del señor escuchimizado de la barra poniéndole al malo el pistolón en el careto... Cuando en el amanecer del cuarto día arrié a Enrique en un semáforo de Madrid, supe que Cachito se había salvado.
La prueba me llegó a los pocos días, en el guión magnífico que, tomando como partida el de Uribe, pero manejando todos los ingredientes y recursos presentes en el texto de Un asunto de honor, Enrique Urbizu escribió en un tiempo récord. Antonio Cardenal me envió el tocho y corrió a rezarle al Cristo de Medinaceli, supongo, mientras yo lo leía.
Apenas lo hube terminado, lo telefoneé: -Hay una cosa -dije-. Un chorizo que ha estado en la cárcel no diría nunca "me cago en la sota de oros", sino "me cago en la puta de oros". -¿Y lo demás? -preguntó Antonio, con un hilo de voz. -Lo demás es buenísimo. Nunca había leído un guión tan estupendo en mi vida. Y era cierto. No sentí necesidad de tocar ni una sola coma del texto conseguido por Enrique. Una historia que te enganchaba tanto como una road movie norteamericana bien planteada, pero al mismo tiempo profundamente española, con un humor oportuno, soberbio. Incluso había tenido momentos, durante su lectura, en que la interrumpí riéndome a carcajadas en escenas que eran hallazgos exclusivos de Enrique, como la cocaína en la olla de sopa o cuando el guardia civil lo detiene y empieza a pedirle papeles en plena persecución. Uno de esos guiones que le habría gustado escribir a uno. Y firmarlos.
Después de aquello, el equipo de Origen se lanzó a una frenética actividad para poner en marcha la película: ocho semanas y media de rodaje en Madrid y el sur de Cádiz y un presupuesto de 250 millones, con dos tercios de la película en exteriores.
El casting decidido entre Antonio y Enrique resultó excelente: Jorge Perugorría, que arrasaba con Fresa y chocolate y a punto de estrenarse Guantanamera, encarnaría a Manolo en lugar de Bardem. Trocito-Cachito salió de una ardua selección realizada por Enrique hasta dar con los ojazos gitanos de Amara Carmona, que llenaban la pantalla en las pruebas -contar cómo se pactaron las escenas eróticas, bajo estricta supervisión familiar, sería suficiente para escribir una novela-, y daba el aspecto de yogurcito, o petisuis, como quieran, apropiado para la historia.
El papel de Nati, para quien Enrique había pensado en Kity Manver (Todo por la pasta), no pudo ser encomendada a ésta porque se hallaba rodando una serie para televisión, pero encontró una extraordinaria intérprete en Elvira Minguez, de quien yo le había hablado con entusiasmo a Cardenal tras verla bordar su papel de etarra en Días contados, y que en Cachito supo dar un contenido perfecto con su personaje hastiado, bronco, a la parte femenina del triángulo de malvados. Un Trío Calaveras maravilloso, que Enrique completó con Aitor Mazo como Porky, y con el que a mi juicio es el hallazgo más genial de la película: Sancho Gracia en el papel tragicómico, violento, estremecedor, hilarante, desaforado, esperpéntico, del Portugués Almeida transformado en Rafael. Hay que decir en honor de Sancho -y de Enrique Urbizu- que, en cuanto leyó el guión, aceptó hacer el personaje del Portugués-Rafael. La decisión no era baladí, pues Curro Jimenez no había hecho nunca de malo en la pantalla, salvo en la aparición televisiva de El Jarabo. Pero según me contó más tarde, la fuerza del personaje, sus contradicciones, la solidez y el humor del guión lo decidieron a aceptar el desafío. -Es que este hijoputa de Urbizu -contaba- lo tiene muy claro. Enrique y él se entendieron de maravilla, lo que no deja de ser singular en un actor veterano con más conchas que la tortuga D'Artagnan y un director que aún no ha cumplido los treinta años.
En cuanto a Enrique, con mucho cine clásico de acción norteamericano visto y asimilado de modo impecable, y con una intensa admiración por los también clásicos de la pantalla española, rescatar a Curro Jimenez para el personaje de Rafael en una historia como Cachito le permitía bordear -de ese modo peligroso y entrañable que tanto le gusta- la épica cinematográfica, la acción, el humor, el guiño al espectador, la amalgama de todos los matices y homenajes a nuestro cine de todas las épocas, refundidas y relanzadas en una lectura inteligente que de nada reniega y de todo aprende.
No es casual que en esa línea pensara en Sancho para el papel, encomendase a Luis Cuenca el de vigilante del puticlub de Tarifa, o rescatase a la bella y magnífica Sara Mora del cine erótico de los setenta para convertirla, con una cicatriz en la cara, en madre de Cachito veinte años después.
No asistí mucho al rodaje, fiel a mi propósito de autor que debe mantenerse a prudente distancia. Acudí alguna vez al estudio donde Luis Valle, el director artístico que realizó para Pedro Olea los maravillosos interiores de El maestro de esgrima, había construido el burdel donde transcurre la primera parte de la película. Luis, alias Koldo, no era el único miembro del equipo de El maestro que repetía historia mía, y también tuve el placer de encontrar a Alfredo Mayo como director de fotografía, y a Antonio Guillén como machaca de producción sobre el terreno, siempre al borde del agotamiento nervioso.
En cuanto a Jorge Perugorría, simpatizamos en seguida cuando lo conocí en plan camionero, encantador, profesional, paseándose con el tatuaje de Cachito en el brazo, como recién salido de las páginas de mi relato, con ese acento cubano que Enrique Urbizu resuelve en la película con una sola frase de Cachito, de modo genial.
Y recuerdo la timidez de Amara Carmona cuando me contaba lo impresionada que estaba el primer día que tuvo que rodar una escena con Sancho Gracia: -Me puse nerviosísima, imagínate... ¡Tenía delante de mí a Curro Jiménez!
Antonio Cardenal iba y venía, disfrutando de todo aquello como disfruta en cada película en la que se mete: como un crío con videoconsola nueva. A fin de cuentas, quien pagaba toda aquella maravillosa locura era él.
El rodaje prosiguió en una presa de la sierra de Madrid, donde Sancho, colgado del un abismo tras negarse a ser doblado por un especialista, se empeñó en interrumpir una escena para llamarme a su lado y recitarme, sobre el vacío, una escena del Don Juan Tenorio que tenía previsto estrenar el primero de noviembre en un teatro de Madrid: -No es verdad, ángel de amor...
La última semana transcurrió en Tarifa, rodando de noche, donde la gente acudía en masa a ver a Curro Giménez -los niños le preguntaban dónde estaban los caballos-, y Antxón, el ayudante de dirección, se veía obligado a rogar continuamente al público con un megáfono que no aplaudiesen a Sancho después de cada escena hasta que el director dijese "corten".
Por fin, una mañana en que el viento levantaba espuma a las olas, vi a Jorge Perugorría y a Amara Carmona amanecer en la cabina del camión, en una playa del sur. Y ella abrió esos ojos grandes y negros que tiene y dijo: "el mar". Y Manolo Jarales Campos la miraba con la misma ternura que en el texto que yo había escrito año y medio antes, imaginando esa misma mirada. Y Trocito sonreía con una sonrisa idéntica a la que yo había puesto en sus labios. Y me dije que sí, que el cine te gasta a menudo bromas pesadas. Pero a veces una mujer, una actriz, una mirada, un amanecer filmado por un equipo de gente silenciosa tras una cámara, pueden encarnar con absoluta precisión, con fidelidad, el momento mágico, fugaz, de la historia que una vez soñaste.
Señalar que para el actor cubano era el primer papel que asumía en España tras el éxito de Fresa y Chocolate. "Fresa y Chocolate ha marcado una etapa en mi vida. Antes era un desconocido, como todos los actores cubanos porque el bloqueo va más allá de lo económico. Ahora tengo que rechazar ofertas por falta de tiempo", comentó Perugorría, quien aseguraba que Cuba está llena de grandes actores. "No sólo yo, mi carrera está empezando".
Para Amara Carmona, 18 años y bailaora de flamenco, Cachito fue su lanzamiento en la pantalla grande. "Mi papel me fascinó cuando lo leí. La verdad es que me presenté al casting de Alma gitana, de Chus Gutiérrez, por casualidad. Esa fue mi primera experiencia en el cine, pero ahora tengo claro que quiero quedarme", afirmaba.
El tercero en discordía fue Sancho Gracia que , según declaró un joven Urbizu, en una entrevista que se emitió antes de la película en "Historias de nuestro cine" cuando escribía el guión ya tenía en mente a Sancho Gracia, para él, el único actor especializado en cine de aventuras en la España de los noventa. A su vez Sancho Gracia comentaba que "Cuando me propusieron el papel, pensé que yo no serviría. Es un personaje extraño, sometido a un ritmo febril que pasa de la sonrisa a la rabia y es capaz de llevarse a cualquiera por delante. La película tiene una parte grotesca, pero también está llena de ternura". Reconoce que durante el rodaje en tarifa se convirtió en el centro de atracción de los vecinos de Tarifa.
Se esperaba que la película fuese un taquillazo, pero fue más bien un gatillazo tanto para la crítica como para el público. María Casanova escribió sobre ella en Cinemanía diciendo que "La película tiene ritmo, bonita fotografía, los actores hacen buenos trabajos y muchas secuencias arrancan carcajadas, lo que siempre se agradece". Participa igualmente su hijo , Rodolfo Sancho, que hace de camarero con pocos recursos y menos neuronas, en uno de sus primeros papeles.
Tiene razón el escritor al señalar que la película es un trama en la que se mezcla casi por igual el drama, la acción, un ritmo trepidante , la emoción, y algunas notas de humor negro.
A destacar la luminosa , colorida y brillante fotografía de Alfredo Mayo, la consistente banda sonora de Bingen Mendizabal. La película la he visto en el marco de ese programa de es Historia de nuestro cine de la 2.
Una película que , si bien no fue el éxito esperado ni de público , ni de crítica, si es hoy una buena muestra de una road movie patria con Sancho Gracia en un papel que le viene como anillo al dedo.
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