domingo, 28 de mayo de 2017

La gran ola


Recuerdo la primera vez que visité Lisboa me quedé impresionado con la ruinas del Convento do Carmo. Leí de ellas que la destrucción y colapso del mismo coincidió con el terremoto de Lisboa. Hay muchos que sabemos la enorme importancia histórica que tuvo el terremoto de Lisboa, uno de los sucesos más importantes de la historia de Europa, que cambió de alguna manera parte de la idea del mundo de la época. Este terremoto tuvo lugar en 1755 .

Lisboa era para entonces el centro de un gran imperio, y se decía que el rey portugués, José I, poseía más oro que todos los demás monarcas europeos juntos, procedente de las minas de Brasil y del comercio de esclavos de África Occidental.

Dicho terremoto tuvo lugar un 1 de noviembre de 1755, mientras se celebraban misas con decenas de miles de fieles por el católico Día de Todos los Santos en las cuarenta iglesias, los noventa conventos y los 130 oratorios con que contaba entonces la ciudad, sobrevino un terremoto de al menos 8,5 grados en la escala de Richter. El epicentro del mismo tuvo lugar a 250 kilómetros de la costa portuguesa, casi frente a Cabo San Vicente y cerca del golfo de Cádiz, donde nadie esperaba seísmos de gran magnitud, se situó el epicentro, y dos placas tectónicas atlánticas chocaron furiosamente sobre las 9.30 de la mañana, provocando el mayor terremoto desde que hay registros en la historia de Europa.

Miles de personas quedaron sepultadas bajo los escombros de los edificios que se derrumbaron por toda la ciudad media hora después, que fueron la mayoría, y según los testigos, era difícil caminar por las calles sin tropezar con cadáveres y graves heridos tras esta primera devastación.

Tras el seísmo de seis minutos y a consecuencia de este, pues había desplazado billones de litros de agua marina, un terrible tsunami llegó a Lisboa hora y media más tarde, cuando miles de supervivientes se habían concentrado en la inquisitorial Plaza del Rossio, frente al río Tajo, entre ellos, sacerdotes que instaban al resto a arrepentirse de sus pecados porque, decían, Dios había enviado aquella calamidad por su causa.

Una pared de agua de varios metros de altura se abalanzó sobre ellos, que no tuvieron tiempo de refugiarse ni de huir, y los arrastró hacia el mar, llevándose la vida de centenares de personas. Pues bien, ese agua no fue suficiente para apagar cientos de incendios que se habían desatado en la ciudad, pues una cantidad ingente de velas que se habían encendido para la festividad religiosa, y tras el terremoto, el fuego provocado por las velas caídas asolaba Lisboa. Y, cuando se levantó el viento con por la noche, los incendios se extendieron.Por si todo esto fuera poco, los criminales que habían escapado de las cárceles por las brechas abiertas en los muros debido al terremoto hicieron de las suyas en la ciudad, aprovechando el caos y la anarquía; centenares de ellos saquearon casas, palacios e iglesias, violaron a las mujeres y asesinaron a todo aquel que se les antojó. Y como el cataclismo había sido tal para Lisboa, la necesidad empujó a la población a recurrir incluso al canibalismo para sobrevivir después.

Fueron alrededor de 30.000 los fallecidos, un 15% de la población total de Lisboa. Este año les explicaba a mis alumnos las críticas que Voltaire hizo sobre como "científicamente" se respondió ante el mismo.

La gran ola, un documental que han emitido hace unos días en el mes de mayo de 2017 fue presentado oficialmente en el Festival de Cine de Málaga en su edición de 2016 no habla de ello, sino que explica como el mismo tuvo lugar. Nos enteramos que no sólo afectó a la localidad lisboeta, sino que arrasó parte de lo que a día de hoy fue Huelva , así como otras localidades costeras de la provincia onubense, y la misma Cádiz, que lo vivió de mejor forma gracias a su fortaleza defensiva que sirvió de freno a las olas.

El documental, desde un punto de vista meramente científico, trata sobre una verdad que ha estado oculta durante muchas décadas: el riesgo real que existe en España, sobre todo en las costas atlánticas andaluzas, de que se repitan tsunamis de grandes proporciones. No lo sabía, pero la propia Baelo Claudia en la Ensenada de Bolonia, en la provincia de Cádiz, pudo desaparecer a causa de un tsunami. Y es que han sido entre cinco y siete los tsunamis que ha podido sufrir la Península Ibérica desde el periodo Holoceno. La razón de ello está en que nos encontramos con una zona considerada como peligrosa en lo geológico.

Para el director del documental  "La única realidad es que ningún científico del mundo puede afirmar que no se vaya a repetir a corto medio plazo porque en la zona no existen indicadores para poder hacer una estadística de retorno fiable",. Arroyo asegura que las posibilidades de que ocurra ahora o dentro de cien años "son exactamente las mismas". Y, cuando se repita, "¿cuál será el panorama? Dependerá mucho de lo que avancemos en la prevención. Aún está casi todo por hacer", afirma.

El documental ha sido rodado en España y Portugal bajo la producción de Twizé Films. Cuenta con casi 40 entrevistas a científicos, funcionarios expertos, cargos públicos, rescatadores (BUSF), ONGs, principalmente de los dos países que sufrieron en sus carnes el tsunami que maltrató la capital portuguesa.

Entre los testimonios, destaca el ya archiconocido  de María Belón, superviviente del tsunami del Índico en 2004 cuya historia y la de su familia inspiró la película Lo imposible, dirigida por Juan Antonio Bayona.

El documental cuenta con dos grandes bloques: entrevistas y recursos compuestos por gran cantidad de imágenes aéreas de la costa, recreaciones virtuales de futuros tsunamis y grabación de imágenes de las playas y ciudades especialmente de  la costa atlántica onubense, gaditana y portuguesa así como con efectos visuales realizados por los mismos profesionales que hicieron Gravity, Harry Potter o La vida de Pi.

El director de La Gran Ola explica que el documental muestra una verdad "que a todos da miedo escuchar", por lo que asegura que "no debemos mirar a otro lado". "Si lo que plantea la comunidad científica ocurre estaremos ante una de las mayores catástrofes de la historia: un tsunami con olas de entre cinco y 15 metros que en apenas un cuarto de hora llegaría a las costas ibéricas", advierte.

En este sentido, Fernando Arroyo afirma que el documental muestra "una realidad de la que hasta ahora nadie ha querido hablar, si exceptuamos algunos científicos o instituciones como el Instituto Español para la Reducción de Desastres". "¿Qué pasará cuando se repitan los tsunamis que en el pasado han asolado las costas de España y Portugal?", se pregunta el director, quien añade que "aquí, al igual que en el Índico antes del 2004 no se quiere hablar de este tema, probablemente porque piensan que se espantaría al turismo y a la población. Esa es la principal similitud con el caso de María Belón: no se hace nada aunque se conoce el riesgo", asegura.

El planteamiento de Fernando Arroyo es que un gran terremoto es posible a unos cientos de kilómetros del cabo de San Vicente y generaría enormes problemas en toda España y Portugal, "pero en la costas desde Lisboa hasta el Cabo de Trafalgar penetraría kilómetros allí donde no hubiera obstáculos en tan solo 20 minutos".  Algunos de los elementos visibles de ese desplazamiento realizado por los megatsunamis históricos son visibles por ejemplo en las playas del cabo de Trafalgar, cerca de Caños de Meca, o muy al interior de la llanura Onubense o en las marismas.

El realizador explica que la altura de la ola dependería de las características de la costa y de otros factores. Según los datos científicos que existen a raíz de estudios publicados, "afectaría a cientos de miles de personas y generaría pérdidas económicas elevadísimas, ya que hay que pensar que durante días amplias zonas no se podrían evacuar, no habría luz eléctrica ni comunicaciones, ni agua potable ni alcantarillado, y habría que evacuar a ciudades completas como Cádiz".

La propuesta de Fernando Arroyo en su documental está en la mejora de "los recursos de que disponen los magníficos profesionales de este país en el Instituto Geográfico Nacional, Protección Civil, Puertos del Estado y el Instituto Español de Oceanografía para que tengamos el mejor sistema de detección y alerta posible, pues el actual no permite confirmar la llegada de una ola hasta que llegue a tierra".

El director cree que, además, habría que dotar de más medios a Protección Civil en las costas, adiestrar a sus voluntarios y establecer un sistema de alerta eficaz que permita que la gente sepa, en el acto, que va a venir un tsunami. "Esto ya se hace mediante sms en Chile y Japón, por ejemplo", como recuerda en un momento del mismo María Bellón, que se salvó en parte por la experiencia de su vida en Japón y los protocolos escolares ante un fenómeno. Lo importante para ella es  "concienciar a la gente desde las escuelas de que esto es una realidad, de que el hecho de que no haya ocurrido en el pasado reciente es una casualidad".

De esta forma, Arroyo reclama a los ciudadanos que exijan a los gobernantes locales que tomen medidas, y deja claro que una correcta gestión de estos eventos "no perjudica en absoluto al turismo".

De hecho, en Lagos (Portugal) las playas están llenas de turistas con carteles de evacuación de tsunamis. Gracias a la labor de prevención, en 2011 murieron 23.000 personas en Japón, "que hubieran sido 300.000 sin preparación". "Ese es el regalo que nos ofrece la previsión y eso es lo que pretende La Gran Ola" según su director.

Para Javier Ocaña en El País Fernando Arroyo, denuncia la situación a través de un formato más exigente en lo científico que en lo cinematográfico, con banda sonora en tono de thriller conspiranoico, y una voz en off engolada en exceso, que no siempre aporta datos concretos, con demasiada tendencia al vacuo espectáculo: "Esta es la verdad sobre los tsunamis en España y Portugal. Puede creerla... o no".

La película ofrece un exhaustivo y didáctico análisis en el que no es difícil entender la base del problema: la enorme diferencia entre los arcos temporales que manejan los políticos, normalmente cuatro años, y los de los extraordinarios fenómenos sísmicos, cientos de años, incluso miles, que sin embargo pueden coincidir mañana. Positivo para dar a conocer los estudios realizados, y no tanto en el aspecto puramente audiovisual.

La gran ola responsabiliza en parte a los intereses turísticos y al cortoplacismo de los cargos públicos que no ven una ola, sólo mirar al mar. Nada más.    


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