lunes, 28 de octubre de 2019

La ciudad blanca y el silencio.


Una ciudad blanca que se va quedando descolorida conforme se desarrolla la película. Una historia plana, sin matices, sin personajes que demuestren nada. Unas historias que terminan siendo huecas y que podrían haber dado mucho de sí, pero que se quedan en nada. Este es el secreto de la ciudad blanca. Posiblemente hemos perdido una buena serie, pues historias y personajes podrían desarrollarse más, ser más profundas, para conseguir una película que a mí no me ha legado. 

Mi mujer estaba convencida de que de la obra de Eva García Sáenz de Urturi, El silencio de la ciudad blanca, (2016) se podía sacar una gran película. Pero lo que se ha concretado por parte del director, Daniel Calparsoro, un hombre con oficio , con lo transformado en guión por parte de Roger Danès y Alfred Pérez Fargas , es una película nada creíble, de la que se sabe todo a los veinte minutos.

Intriga poca, tensión menos, Los traumas de los aparente malvados, nos son trasmitidos a nosotros pensando que nos hemos equivocado de película. No llega a ser de suspense, más bien es de suspenso.

Una película que podría tener más valor como documental deportivo, por lo que corren sus protagonistas, aunque se corran poco, o como documental urbano.

No me ha convencido nadie entre los actores. Ni Belén Rueda ni Javier Rey ni la siempre diligente Aura Garrido, ni Manolo Solo, ni tan siquiera los actores en pequeños papeles como Àlex Brendemühl, Kandido Uranga, Sergio Donado aportan , salvo profesionalidad, poca cosa más.

Una película que podría haber dado mucho, pero que cumple el dicho: quien mucho abarca , poco aprieta.

Eso sí, qué bonita es Vitoria y qué  bien fotografiada está por Josu Inchaustegui sobre todo en esas imágenes nocturnas con las carreras por sus calles o esas carreras sobre el tejado catedralicio . Y puede que ka ciudad sea silenciosa, pero silencio es lo que se ha escuchado , a pesar de la música de Fernando Velázquez, al final de la película, pues gustar me temo que no ha gustado a muchos de los que allí estábamos. Personalmente, nada de nada. Pero para gusto, colores, incluido el silencioso blanco vitoriano.


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