jueves, 4 de abril de 2019

Cinema Paradiso, nuevo y revisionado


Esta noche pasada, he vuelto a llorar. Lo grave es que ya estaba llorando en la previa de la película presentada en el programa de Días de Cine Clásico. Ya lloraba cuando Giusseppe Tornatore explica el por qué hizo esta película, que le inspiraba. Me ha chocado que la película en su estreno en Italia fuese un sonoro fracaso en su taquilla en aquel noviembre de 1988, en su estreno, pero que tras su recorrido internacional y con sus reconocimientos diversos e importantes como el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes y unos cuantos BAFTAs y que culminaron en el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa y que , gracias a los premios, tuvo su estreno a gran escala y convirtieron la obra de este siciliano en una clásico contemporáneo.

He llorado durante la película , como hago siempre y cuento siempre, viendo como lloran todos y todas ante el clásico del melodrama italiano por antonomasia, Catene (1949) o Cadenas de Raffaello Matarazzo.

En Jot Down Diego Cuevas en su artículo nos cuenta el origen de la película "En otoño de 1977, una sala de cine de aquel pueblo donde creció Giuseppe optó por echar el cierre definitivo tras cuarenta años en funcionamiento. El dueño del local solicitó ayuda a Tornatore para limpiar el edificio a cambio de que el chaval, que por aquel entonces rondaba los veintiún años, se llevase cualquier cosa que le interesara de entre los trastos almacenados en el inmueble. A la larga, el futuro realizador se llevó mucho más que cachivaches del lugar, porque durante los cuatro días que ocupó limpiando el teatro descubrió que dentro de aquel emplazamiento, que en otro tiempo había acogido emociones y aventuras, habitaba algo muy poderoso: una atmósfera de profunda tristeza, el aire melancólico que custodia todo cine abandonado. Aquella sensación le marcó tanto como para considerarla material con posibilidades en caso de poder ser trasladado al contexto de una historia. Durante los diez años posteriores, Tornatore se dedicó a esculpir un relato donde intentaría replicar esa atmósfera que inhaló entre las butacas vacías y los rollos de celuloide olvidados. Apuntó todo tipo de ocurrencias e ideas, entrevistó a los proyeccionistas más veteranos para tomar nota de sus historias y acabó configurando un guion en bruto. Un libreto tan personal como para que el propio autor considerase que no le sería posible filmarlo hasta no haberse hecho con un nombre dentro del mundo del cine, «Siempre creí que aquella sería mi quinta o sexta película». Pero tras finiquitar El profesor, su productor se sentó ante él y le preguntó si por su cabeza revoloteaba algún proyecto soñado. Tornatore le describió la trama de aquella oda al celuloide que había estado ensamblando durante años, aquel cigoto de lo que sería Cinema Paradiso. "

En el artículo he leído en un inmenso spoiler sobre lo que decía el primer montaje que, afortunadamente, no hemos visto , pues elimina el infinito encanto que encierra la película, aunque cierra la historia de la chica o completan partes de la historias de Alfredo y Totó que las llenan de sentido, pero le apartan del romanticismo. Es conocido , por lo tanto, el papel de un buen montajista, en este caso un magnífico Mario Morra, pero , visto lo visto, en esta dio la vida al producto final frente a lo que podía haber sido una muerte prematura.

De cualquier manera prefiero pensar en el carácter tremendista de la versión clásica de Cinema Paradiso y coincido en hacerse la misma pregunta que en Fotogramas se plantea Mieia Mullor, ¿Por qué todo el mundo ama "Cinema Paradiso"?

Como señala ella tiene el encanto de una historia paternofilial, llena de magia, honestidad, de buenas recomendaciones, plena de una historia de amor al cine, de despedidas, de amores adolescentes tan intensos como no correspondidos, pero sobre todo y por encima de todo - y como ya he dicho- de pasión por el cine en el sentido de la idea casi de "comunión" o religiosa que tenía el espectador en una sala, el cine de las dobles sesiones, el de gente que aplaude, el de las risas colectivas, el de darse la mano, el ingenuo y del genuino. A esto se suma la relación entre Alfredo y Totó, que le enseña la esencia de la vida a través de los diálogos cinematográficos, ya que les une su amor por el cine. Aunque las dos recomendaciones más importantes son de Alfredo: "¡Vete y no vuelvas!" y “Hagas lo que hagas, ámalo”. En ese sentido invita a vivir y a conseguir los sueños que uno desea. Participa de ella, una música del maestro Ennio Morricone que envuelve en todo momento que te llega al corazón y al alma. En ellas los actores , especialmente dos, Salvatore Cascio como Totó y Phillipe Noiret como Alfredo. Al final he llorado en el salón de mi casa como Salvatore Di Vita en la sala de proyección.7


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