sábado, 4 de abril de 2015

Una historia contada en un Viernes Santo


En la historia que acompañaba a la película que he visto en el día de ayer, La Historia más grande jamás contada, y que adquirí en el año 2002 dentro de la colección sobre cine e historia con el Diario el Mundo se decía que The Greatest Story Ever Told - su nombre en inglés- era un intento por renunciar a la épica por la que había apostado históricamente Hollywood desde los inicios con Intolerancia de Griffith o “Los Diez Mandamientos” (1956) de Cecil B. De Mille y “Ben-Hur” (1959) de William Wyler (ambas con el reclamo estelar de un fiel y fidedigno Charlton Heston), o el Rey de reyes, dirigida por Nicholas Ray de 1961 a la hora de tratar el Cristianismo y sus orígenes. Para algunos críticos cinematográficos la industria de Hollywood llevaba décadas sin enfrentarse en realizar un biopic sobre el Mesías por eso se apostó por The Greatest Story Ever Told. Pero esta adaptación del Nuevo Testamento marca un punto de inflexión respecto a las anteriores producciones y eso que contaba con alguno de los actores y directores protagonizado esas epopeyas como era Charlton Heston (San Juan Bautista), y el mismísimo director, un hombre de los “Studios”.
¿Qué podría marcar esta ruptura? Para algunos está en el protagonismo de Max Von Sydow, un intento deliberado de renunciar a la épica con que Hollywood nos mostrara con anterioridad la vida del Nazareno y una apuesta por un Cristo más humanizado e intimista.

Sin embargo, José Luis Olaizola afirma todo lo contrario. Esta es una película de las que se hacían hace cincuenta años en Hollywood y que confiaba más eb la riqueza interpretativa de actores como el ya nombrado Ch. Heston, José Ferrer , Van Heflin, Sidney Poitiers, Shelley Winters o el fugaz John Wayne, que en los efectos especiales. Lo único que lo contrapone es la figura de Max von Sydow.

De cualquier manera quiero partir de mi último viaje e Roma, pues creo que me puede servir de punto de partida a esta historia en poco en la línea que había trazado José Luis Olaizola, abogado , escritor y guionista de cine, en el año 2002 en la parte postrera de la carátula de la videocasete cuando hablaba de la película como una historia en permanente actualidad. Es cierto que en el interior de la Sinagoga de las cinco escuelas, entre las que se encontraba la de Sefarab y la Aragonesa, se nos explicaba como el pueblo judío está siempre a la espera de un Mesías, es como decía Olaizola, la historia de un pueblo que nunca termina de contar.
Con todo debemos señalar que La historia más grande jamás contada o The Greatest Story Ever Told es una película estadounidense del año 1965 centrada en la vida de Jesús de Nazaret, producida por el mismo George Stevens y Carl Sandburg, acompañados de Frank I. Davis, George Stevens Jr. y Antonio Vellani para la United Artists en la que se invirtieron 20 millones de dólares y dirigida por George Stevens, aunque algunas escenas fueron rodadas por otros grandes como Jean Negulesco y David Lean.
El guión fue labor de George Stevens y James Lee Barrett, inspirándose este último en la novela de Fulton Oursler. La música fue obra de Alfred Newman, aunque parece acompañarse de Hugo Friedhofer, Fred Steiner. La fotografía fue asumida por Loyal Griggs y William C. Mellor. Por último en Montaje lo fue de Harold F. Kress, Argyle Nelson Jr. y Frank O'Neil

El elenco está encabezado por Max von Sydow interpretó el papel de Cristo, acompañado de un gran número de estrellas cinematográficas del momento en Hollywood, como Charlton Heston en el papel de Juan el Bautista, y Telly Savalas como Poncio Pilatos. Junto a estos tres aparecen , entre otros muchos, Dorothy McGuire como Virgen María, Claude Rains como Herodes el Grande, José Ferrer como Herodes Antipas, Angela Lansbury como Claudia Procula, Martin Landau como Caifás, David McCallum como Judas Iscariote, Donald Pleasence como personificación de Satán, Sidney Poitier como Simón de Cirene, Roddy McDowall como Mateo el Evangelista, Joanna Dunham como María Magdalena, Joseph Schildkraut como Nicodemo, John Wayne como el centurión en la Crucifixión o James Farentino como Simón Pedro. Aparecen igualmente en papeles muy cortos Sal Mineo como el tullido, Pat Boone o Van Heflin.

En este caso, perdonadme, no voy a contar la consabida historia sobre la vida de Jesús de Nazaret y que a partir de la literalidad de los Evangelios narra la vida de Jesús en la Palestina ocupada por Roma: su nacimiento en Belén, su infancia en Nazaret, los tres años de vida pública, la Última Cena, la traición de su discípulo Judas, su juicio, crucifixión y posterior resurrección.

La historia más grande jamás contada se estrenó el 15 de febrero de 1965 en Nueva York y fue realizada en un sistema novedoso, Ultra Panavisión 70, y proyectada en las grandes ciudades en Cinerama de 70 mm. La música fue compuesta y dirigida por Alfred Newman (quien había escrito también la música para La conquista del Oeste), además de incorporar partes del Mesías de Haendel, especialmente audible al final del primer videocasete- fin de la primera parte- y – al final del segundo, coincidente con la resurrección- y el Requiem de Giuseppe Verdi, adaptados por Ken Darby.

La película fue premiada con cinco nominaciones al Oscar, incluyendo, la banda sonora original, , a la mejor fotografía en color , a la mejor dirección artística, al mejor diseño de vestuario, y a los mejores efectos visuales.

La película se rodó en distinto puntos de los Estados Unidos. En Illinois, en el Arches, Canyonlands National Park Moab, Dead Horse Point State Park, Glen Canyon y Lake Powell de Utah – en concreto en Green River Overlook- , en Crazy Canyon de Page, Arizona, en el Death Valley National Park (California), en Pyramid Lake Indian Reservation en Nevada y en los Metro-Goldwyn-Mayer Studios y los Desilu Studios de California.

Además de estos espectaculares paisajes , la película destaca por la actuación, siempre solvente y vigorosa de Chartlon Heston como Juan el Bautista, y la representación de Jesucristo por Max Von Sydow con su rostro enigmático, magnético, algo misterioso. Su interacción es de lo más brillante , al igual que en la resurrección de Lázaro, una escena de contención absoluta de todos los presentes.
Como superproducción mantiene el gusto por la cantidad de personajes, por los decorados, por las escenas de masas, por la amplitud de la historia, pero pesa su poco ritmo. Momentos brillantes están presentes en el acercamiento de Herodes a la prisión de Juan el bautista; el diálogo informal en el umbral de la casa de Lázaro; la resurrección de éste…

George Stevens, con gran fidelidad y escasas licencias, se lanzó a la magna tarea de narrar la vida de Jesucristo desde su nacimiento, en Belén, hasta su resurrección. Para ello contó con un impresionante plantel de estrellas de Hollywood y una férrea voluntad de reflejar exactamente los textos de la Biblia.
La historia más grande jamás contada posee, en opinión de José Luis Olaizola, una trama argumental bien planteada y convierte una historia de amor en una película de tensión. Es una historia de permanente actualidad. No sólo por quien la protagoniza, Jesucristo, sino porque el pueblo en cuyo seno se gesta, el judío, sigue esperando un mesías que ponga fin a sus males. . 
Nos dice José Luis Olaizola que la historia más grande jamás contada "es una producción de George Stevens, de las que se hacían en Hollywood hace 50 años, confiando más en la riqueza interpretativa que en los efectos especiales.  El plantel de actores es de primera: José Ferrer, Charlton Heston, Van Heflin, Sidney Poitiers, Shelley Winters... Y el papel de Jesucristo es interpretado por Max von Sydow, a la sazón un joven actor sólo conocido por los filmes de Ingmar Bergman. 
Stevens, con gran fidelidad y escasas licencias, nos va contando paso a paso el nacimiento de un niño indefenso en Belén de Judá, que con el tiempo se haría hombre, para convertirse en nuestro hermano mayor. Un hermano mayor que venía a poner paz en la familia, en todas las familias del mundo, y que no fue demasiado bien recibido por quienes se conformaban con algo menos, pero que a ellos les beneficiaba más: el estamento de sumos sacerdotes, escribas y fariseos, que sólo pretendían un mesías que les liberase del yugo romano, para no tener que compartir con ellos los tributos que pagaba el pueblo afligido. Y un rey Herodes, que temía que un nuevo rey de los judíos le privase del ejercicio despótico de su realeza. En ese aspecto, la trama argumental está muy bien planteada, convirtiendo una historia de amor en una película de suspense, de tensión entre los que no tienen nada –Jesús y sus amigos– y los poderosos que lo tienen todo, Roma, Herodes, el Sanedrín... Y funciona de maravilla, porque en el cine siempre han funcionado bien las historias de los perdedores y Jesús de Nazaret es el paradigma de todos los perdedores. 
Humanamente no le pudieron salir las cosas peor: se empeñó en liberar a un pueblo que no quería ser liberado por la fuerza del amor, sino por la de las armas, y concitó contra él las iras del stablishment, y cuando lo derrotaron, ni tan siquiera contó con el consuelo del apoyo de sus amigos. Uno tras otro le traicionaron y abandonaron. Y, para colmo, murió de manera infamante colgado de una cruz, ni tan siquiera de una manera relevante: fue una ejecución más, casi de rutina, entre dos forajidos desconocidos del pueblo. 
Prosigue José Luis Olaizola diciendo que “Todo esto, con el transcurso de los siglos, lo hemos idealizado y convertido el signo de la cruz en el signo del amor. Pero en el siglo I era algo muy desagradable y que descalificaba a quien lo padecía. Por eso no es de admirar que apóstoles y discípulos salieran corriendo, cuando vieron lo que le pasaba a quien tenían por maestro. Fue necesario que resucitara para que volvieran a creer en él. A la vista de esta película, y tantas otras que se han hecho sobre la vida de Jesús, cabe preguntarse si es oportuno llevar al cine el misterio de la redención. A mi juicio, la respuesta es afirmativa y La historia más grande jamás contada lo advera. 
Cuando leemos los Evangelios tendemos a poetizar su contenido y a imaginarnos los personajes que desfilan por el relato como seres admirables y muy atractivos, pero el cine, con imágenes reales y personajes de carne y hueso, pone las cosas en su lugar. San Pedro no es un ser venerable, con debilidades disculpables, sino un tosco pescador de Galilea, vocinglero y fanfarrón, que ni tan siquiera sabía leer ni escribir. 
Y otro tanto se puede decir del resto de los apóstoles y discípulos de Jesús. En ese aspecto, el casting que hizo Stevens es un acierto total. Las miserias humanas lucen en los actores que las encarnan. Ahí, precisamente, radica la grandeza del cristianismo, su carácter sobrenatural, pues por las solas fuerzas humanas no se entiende que aquella cuadrilla de gente medrosa, y algunos medio forajidos, lograran difundir por el mundo adelante un mensaje que estaba llamado a configurar, a través de los siglos, la cultura que ha dado su grandeza a Europa y a buena parte del mundo occidental. Y la película de Stevens ayuda a comprender ese misterio un poco mejor. 

Por su parte, Juan Pando en su artículo titulado John Wayne, un centurión romano con cara de vaquero señala como entre los muchos secundarios que completan el plantel de la película aparece uno sorprendente, muy al final de la misma que sólo pronuncia una frase en toda la película - su única línea de texto en la película- «En verdad, este hombre era el hijo de Dios». Para cuando John Wayne pronuncia esta frase –– al pie del Gólgota, el espectador sigue sin salir de su asombro. 
Es sabido que cuando los guionistas quieren adaptar la Biblia al cine se enfrentan al problema que plantea la gran cantidad de personajes que se mencionan en las Sagradas Escrituras. Sobre todo porque muchos de ellos salen de modo fugaz pero con una participación esencial en los hechos. Esto obliga al espectador a estar pendiente del ir y venir de multitud de caras que entran en pantalla, dicen su frase y no vuelve a saberse nada más de ellos en el resto del metraje. Esto pasa igualmente con Van Heflin, por ejemplo en la película.
Una de las soluciones que aplican los productores a este inconveniente es asignar estos pequeños papeles a actores famosos, para que el público se enganche con sus personajes. El proyecto se convierte así en lo que llaman en la industria americana un all-star cast o un reparto sólo de estrellas. La paradoja de La historia más grande jamás contada es que iba a ser una película normalita en cuanto a sus intérpretes, pero los imprevistos del rodaje torcieron la idea inicial.
George Stevens era un cineasta que nunca se aceleraba. Más bien, se demoraba con cada escena el tiempo que le parecía necesario, lo que retrasaba bastante sus filmaciones. El encuentro entre Jesús y San Juan Bautista, por ejemplo, le llevó tres semanas, lo que provocó las quejas de Charlton Heston, que harto de pasarse horas congelándose en las aguas heladas del río Colorado, llegó a decirle al director: «George, si el Jordán hubiera estado tan frío como el Colorado, el cristianismo jamás hubiera salido adelante».

El perfeccionismo de Stevens, aparte de otros imprevistos, encareció el proyecto más de lo presupuestado, colmó muchas paciencias y provocó un cambio en el estudio que financiaba la película –de la 20th. Century Fox a la United Artists–.
Pero el más insospechado de estos efectos fue que los nuevos productores, asustados ante la magnitud económica que adquiría la película, exigieron la incorporación masiva de estrellas para garantizar un atractivo mayor en la taquilla. Carroll Baker, fichada como Verónica, lo explicó: «Cuando se disparó el presupuesto dijeron: “hay que incluir a gente de renombre”. "Pero ya sólo era posible hacerlo al final de la cinta, por eso todos estamos en los últimos 15 minutos: yo, John Wayne, Sidney Poitier, Pat Boone».
Esta decisión centró las críticas hacia el filme al estrenarse y hubo quien comparó incluso la continua sucesión de caras famosas en el camino de Jesús al Calvario con el Paseo de la Fama de Hollywood y su pavimento decorado de estrellas. «Todo actor y actriz de talla en la industria se dirigió a mí para ofrecerme sus servicios», aseguraba George Stevens. «No puede ni imaginarse la gente que me telefoneó... Y llamaban las propias estrellas en persona, no a través de sus representantes. No mencionaban en ningún momento el dinero, aunque muchos podían exigir un millón de dólares por película. Ni siquiera pedían un papel concreto, sólo querían estar en la película, sin importar lo pequeña que fuera su participación». 
Y así llegó el bueno de John Wayne , el actor, símbolo de los valores más conservadores, que acababa de hacer trabajos breves en El día más largo y La conquista del Oeste, no se veía azotando a Jesús hacia su crucifixión y camina tras él, sin pronunciar palabra, con una vara en la mano y cara de circunstancias.

No menos chocante es la aparición de Sidney Poitier, la primera estrella negra de Hollywood, como Simón el Cirineo, el hombre que ayudó a Cristo a cargar con la cruz. Un toque acorde con los aires de defensa de los derechos civiles que soplaban en Estados Unidos en los años 60. Nadie mejor para representar a la minoría de color que Poitier, que acababa de hacer historia al convertirse, con Los lirios del valle (1963), en el primer actor negro que ganaba un Oscar. 
El papel principal, el de Jesús, parecía que acabaría haciéndolo Charlton Heston, a la vista de sus triunfos como Moisés en Los diez mandamientos y como Ben-Hur, pero, en un golpe de audacia, Stevens lo relegó a ser San Juan Bautista. A cambio, abrió las puertas de Hollywood al hasta entonces poco conocido actor sueco Max von Sydow, un habitual del cine minoritario de Ingmar Bergman.
El resto del reparto lo completaban José Ferrer, Van Heflin, Claude Rains- en el que sería su últipo papel-, Richard Conte, Roddy McDowell, Dorothy McGuire, Sal Mineo y Donald Pleasance- ese Satán de ojos claros-. 
Otro factor, imposible de prever en el momento del rodaje, contribuyó a esa omnipresencia de famosos en La historia más grande jamás contada: la televisión. Intérpretes poco conocidos entonces se fueron haciendo o se harán populares con el tiempo en series de éxito. Es el caso de Martin Landau (Caifás) con Misión imposible o Espacio:1999, Telly Savalas (Poncio Pilatos) como Kojak, Robert Blake (Simón el zelote) como Baretta y el escocés David McCallum (Judas Iscariote).

Mención aparte merece la británica Angela Lansbury (la mujer de Pilatos), actriz de sobra reconocida en los años 60, y Jamie Farr (Judas Tadeo), un veterano de la pequeña pantalla, que cautivó desde mediados de los 70 al público como el alocado cabo de la serie Mash.
La grandeza de la película, como reflexión final, no está sólo en la historia narrada que lo hace desde el sentimiento religioso y elk  respeto más absoluto, sino en la conjunción de tantísimos actores y actrices en una obra cinematográfica. En un futuro, la película es de 1965, habrá otros, ahora mismo pienso en Ocean eleven y similares, pero dificilmente nos encontraremos con un all-star cast de esta envergadura. De cualquier manera no me negaréis que la película es adecuada para un Viernes Santo.

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