miércoles, 25 de enero de 2012

América, odisea en los tiempos modernos


La película que vi anoche comenzaba con una voz en off que decía lo siguiente: "Mi nombre es Elia Kazan, soy griego de sangre, turco por nacimiento, y americano porque mi tío hizo un viaje"

América, América es una película dramática del año 1963 dirigida, producida y escrita por Elia Kazan, basada en el libro escrito por él mismo. Este drama tuvo en Gran Bretaña el curioso y absurdo título de “La sonrisa de Anatolia”.
Este cuento épico basado esencialmente en la vida del tío de Kazan, en el que aparece un número reducido de actores, y donde el argumento se centra casi exclusivamente en el personaje protagonista interpretado por Stathis Giallelis. Este joven actor griego, que tenía 22 años en la época del rodaje, aparece prácticamente en cada escena de este viaje iniciático de casi tres horas de duración.

La película está interpretada por actores desconocidos o casi y con una realización completamente alejada del academicismo hollywoodiense. Llama la atención pues Elia Kazan había rodado ya sus más famosas películas en Hollywood. Por tanto no es una cinta al uso del director, ni de la época, ni en el empleo de la técnica, ni en el ritmo narrativo. La película destaca por lo bien trazado que está el protagonista. Un personaje muy humano, con sus virtudes, entre ellas la perseverancia, y sus muchos defectos puestos en primer término, sin ser idealizado en ningún momento.

La película empieza en los últimos años del siglo XIX, donde el joven griego Stavros Topouzoglou (Giallelis), que vive en una pobre población del interior de la meseta de Anatolia es testigo de la brutal opresión de los turcos sobre el pueblo armenio. Víctima de ello será su amigo Vartan Damadian (Frank Wolff), quien fallece en una expedición de castigo con los armenios. Ante el temor de que los griegos sean los siguientes, es enviado por su padre a la capital turca Constantinopla [renombrada Estambul en 1930], para trabajar en el negocio de su primo (Harry Davis), aunque su sueño es viajar a la tierra de las oportunidades, América. Como buen griego empieza ahora su odisea. La misma comienza con un largo viaje a la capital pasando por Ankara en burro y a pie por donde pasa por decenas de pueblos empobrecidos por la mala situación del país. Debido a su naturaleza amable y a su ingenuidad, se deja embaucar con mucha facilidad por un turco compañero que conoce en el camino y que le privará de tanto el dinero como de las joyas y de las mercancías (alfombras del ajuar de su hermana y carne ahumada). Acabará matándole con el cuchillo regalado de su abuela.

Llegará a la casa de su primo sin una lira. Ya en casa del primo se encuentra a un viejo desilusionado por el estado de su empresa, que ha caído en la ruina más absoluta. El anciano está dispuesto a salvar su negocio proponiendo a Stavros que se case con Thomna Sinnikoglou (Linda Marsh), hija de Aleko, un mercader próspero ( Paul Mann ). Stavros cree que ese matrimonio significaría el final de su sueño americano y lo rechaza con el consecuente disgusto de su tío, a pesar de carecer de algo esencial: las 110 libras turcas del coste del pasaje.
Después de esto, vemos a Stavros como un mendigo por las calles de la capital, sobreviviendo a base de comer carne disecada y trabajando en trabajos infrahumanos como porteador en el puerto. Después de casi un año, consigue fiarse de un compañero y algo de dinero. Pero en un encuentro con una prostituta tan bella como malvada (Joanna Frank) lo deja sin dinero otra vez. Volviendo a la pobreza más extrema, el personaje encuentra una vivienda en la zona más pobre y superpoblada de la capital. Pero ésta se convierte en la zona donde el ejército gubernamental se ensaña con la población por ser el vivero de anarquistas y revolucionarios. Gravemente herido en una persecución contra los anarquistas, en la que muere su amigo estibador, Stavros completamente inconsciente y moribundo es apilado junto con el resto de cadáveres. Se salva por casualidad al caerse del transporte de un montón de cadáveres que iban a ser eliminados en el mar, y lograr regresar a casa de su primo. Éste, apenado por su situación, le permite quedarse en casa y Stavros, completamente decepcionado de todo sueño americano, acepta casarse con la hija del poderoso mercader. Antes de producirse el mismo, su futuro suegro le regala un piso cercano a la vivienda del rico comerciante. A pesar de ello, Stavros no es feliz, acabando por confesar a su prometida sus intenciones de juntar todo el dinero posible para emigrar a los Estados Unidos. Una situación que no agrada a su novia pero que, por amor, respeta.



Poco después, Stavros se reencuentra con Hohannes Gardashian (Gregory Rozakis), un joven armenio al que conoció en su pueblo, y que será la persona que le mete en la cabeza de idea de ir a América. Hohannes Gardashian le informa que puede obtener un billete en el barco para América, si justifica un trabajo. Stavros cancela sus intenciones de casarse y embarcarse. Entre tanto Stavros mantiene un romance con la esposa insatisfecha y griega (Katherine Balfour) de un anciano hombre de negocios americano (Robert H. Harris), un viejo conocido de su anterior futuro suegro. Durante el viaje a América, el anciano, que descubre el romance de Stavros con su mujer, y acusa al joven de haberle intentado asesinar, por lo que avisa a la policía para que lo deporten al llegar a Nueva York. Cuando todo parece perdido, Hohannes, que ha contraído la tuberculosis, se suicida y permite que Stavros se haga pasar por él en el control de inmigración. Stavros pone sus tribulaciones detrás de él, y comenzando como un limpiabotas y la recolección de los centavos y los dólares que a la larga traerá a su familia a la tierra donde sus descendientes, entre ellos Elia Kazan, tendrá la oportunidad de desarrollar su potencial. Comenzando así su sueño americano, trayendo con los años a toda su familia – menos a su padre- a los Estados Unidos. Un símbolo en el sombrero. El llega en el barco con su sobrero griego, sin embargo, consigue gracias a su amante un sobrero de paja con el que desembarca y besa el suelo.


La película obtuvo diversos premios internacionales tales como cuatro nominaciones a los oscars ( mejor película, mejor dirección y mejor guión adaptado – ambos a Elia Kazan - , así como a la mejor dirección técnica y artística en blanco y negro para Gene Callaghan, siendo éste último el premiado. Por cierto, fue Gran Concha de Oro en el XII Festival de cine de San Sebastián. América, América fue filmado en 1.66:1 en 35-milimetros. Se presentó en Nueva York, el 15 de diciembre de 1963. Entre el verano de 1964 y la primavera de 1965, había sido estrenado en casi todas las ciudades de Europa. Fue distribuida por la Warner Bros.
En 2001, Estados Unidos, América como seleccionada para su preservación en los Estados Unidos en la National Film Registry de la Biblioteca del Congreso por su valor "cultural, histórica o estéticamente significativas”.
A favor de la película su papel de documento de un Imperio Otomano multiétnico y poco respetuoso a las minorías sobre todo Armenia y griega, que culminará con el genocidio Armenia ocurrido durante la primera guerra mundial o la persecución de los griegos coincidente con el conflicto surgido a raíz de la derrota y proclamación del estado turco. La duración del filme es extensa aunque los 177 minutos no se hacen aburridos en ningún momento dada la situación de Stavros Topouzoglou.

 La música de Manos Hadjidakis resalta el valor antropológico de la película, adaptándose a las situaciones: la taberna en la aldea de Anatolia, el baile en el burdel con su compañeros ladrón, el baile en la alta sociedad de Estambul en casa de su novia o el baile desorbitado en el barco, al igual que en otros momentos resaltan la intensidad o el dramatismo. La música de Manos Hadjidakis crea un ambiente acertadísimo, con el uso de instrumentos populares, especialmente la cítara.

La fotografía en blanco y negro corrió a cargo de Haskell Wexler. Destacan los primeros planos del protagonista Stavros a lo largo de toda la película. Técnicamente destaca por una luz muy clara y contrastada, acentuando el realismo de los fotogramas, que resalta los negros cabellos y las barbas enredadas, la suciedad, la palidez del desierto, el polvo... Esa fotografía realista encaja a la perfección con las ajustadas interpretaciones de los actores (su prometida y el padre de ésta están especialmente brillantes), realzadas con expresivos primeros planos, y con las acusadas elipsis que hay en el desarrollo de la trama que le dan un tono seco y cortante a la película que se ajusta especialmente bien a lo que te están contando, al igual que el recurso de la cámara al hombro que también se usa con cierta frecuencia. La fotografía de Haskell Wexler recrea, a buen seguro por expreso deseo de Kazan, en algunos momentos el expresionismo alemás, como por ejemplo en la modélica escena del baile con el matrimonio Kebabian.

Por todo ello la autenticidad que se respira es, creo, el principal logro de la película. A ello ayuda también que el origen teatral de Kazan, muy presente siempre en su cine (para bien o para mal sería otro tema), es aquí menos acusado, tanto en la construcción de las secuencias como en la interpretación de los actores, algo más plácidos y menos exageradamente teatrales que en otras ocasiones. Quizás sea uno de los motivos por los que la película avanza de forma ligera pese a sus tres horas de duración junto a, por supuesto, la coherencia formal de la que hace gala y el fantástico guión.
Fue rodada en los estudios Alfa Studios de Atenas, en Grecia, Estambul (Turquía), Nueva York, así como en los Estudios Warner Brothers Burbank en Los Ángeles.
Las preferencias de los directores por algunas de sus obras suelen decir mucho acerca de ellos, por lo que no es algo menor el hecho de que Elia Kazan considerase este filme como su preferido, aquel que más lo representaba como persona. Además al estar basado en una novela suya, e inspirada en una historia familiar, América América es una reconstrucción de dimensiones casi épicas de los enormes infortunios que debían sufrir los inmigrantes antes de siquiera intentar ganarse la vida una vez llegados (aunque, por supuesto, la historia tiene varios trazos de "el sueño Americano").
"En buena medida, es la suma de las historias que mi abuela me contaba cuando yo era pequeño. Es la leyenda de mi familia, de cómo llegó mi familia a este país", explicaba el director en una extensa entrevista concedida a Jeff Young en torno a la que valoraba como una de sus películas favoritas.
Polémico hasta días recientes a causa de sus actitudes políticas, pero admirado a su vez hasta por cineastas de la Revolución Cubana, Kazan ha logrado un sitio seguro entre los grandes maestros del cine. Es una buena oportunidad, entonces, para acercarse a una de sus películas menos conocidas y, en sus propias palabras, más representativa.
Curiosamente este luchador y defensor de América como tierra de promisión estará involucrados en una de las historias más turbias del cine norteamericano: la persecución a comienzos de los 50 de los comunistas por el maccarthismo reinante en los Estados Unidos y Hollywood, lejos de hallarse al margen, es uno de los principales objetivos. Ante la disyuntiva de colaborar con los tribunales o arriesgarse a una marginación de la industria, en 1952 Elia Kazan se presenta voluntariamente a declarar ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, delatando a varios miembros del Partido Comunista, del cual él mismo había formado parte. Dos años después de este episodio, se estrena Nido de ratas, una película que habla de los dilemas entre de colaborar con la investigación policial o encubrir el crimen de quienes hasta ese momento son sus amigos y compañeros.
En el film resulta suficientemente explícita la voluntad de Stavros por alcanzar semejante objetivo desde el momento que impele a su abuela que le de sus ahorros en cumplimiento de una promesa.
Digamos que Kazan transformó uno de los enunciados básicos de su propia novela y de una historia titulada Hamal, durante la preparación del film: "Me repetía a mí mismo que América era un sueño de libertad total en todos los sentidos (...) América tenía una responsabilidad respecto del sueño; el sueño tenía una responsabilidad respecto del soñador".

 Todo el film gravita sobre este enunciado, la búsqueda de un deseo, de un ideal de libertad, una ensoñación a través de la mirada de Stavros, que la fotografía de Haskell Wexler potencia encuadrando sus ojos en primerísimos planos y dejando el resto en una zona de penumbra. Un recurso visual que nos compromete si cabe aún más con el viaje iniciático de Stavros.

La película dibuja un panorama social lleno de contrastes, desde la chabola donde reside la familia de Stavros hasta el lujoso inmueble de la familia de su prometida, Vasso (Elena Karam). Pero el peso de la tradición, de una dinámica familiar que se transmite de generación en generación y que reserva a la mujer un papel subsidiario -extraordinaria la secuencia en la que el padre de Vasso relata incluso cómo será el día de su funeral-, no hacen desistir a Stavros de su deseo por llegar a la "tierra prometida".

América, América podría haber sido concebida al más puro estilo hollywoodiense, permutando los rostros de Giallelis, Vartan Damadian o Elena Karam por los de Sal Mineo, Montgomery Clift (protagonista del film de Kazan, Río salvaje) o Irene Papas, todos ellos actores con una amplia o una considerable experiencias escénica y/o cinematográfica, y que presentan un razonable parecido físico con los primeros.

Kazan, quien por aquel entonces había sufrido la pérdida de su esposa y por esta razón, entre otras, atravesaba un periodo crítico, descartó semejante opción y logró materializar un sueño que transciende valor de su propia experiencia profesional y lo acondiciona a su propio conocimiento y exploración de sus raíces. Sin duda, una obra maestra, de visión obligada para conocer la historia de los ancestros de una personalidad fundamental del cine y del teatro del siglo XX, al tiempo que asistimos a una lección cinematográfica de primera magnitud.

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